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Trigo: con foco en los consensos de políticas para impulsar la producción

La empresa implementará un modelo bajo contrato para la producción del trigo transgénico cuando se apruebe en Brasil
La empresa implementará un modelo bajo contrato para la producción del trigo transgénico cuando se apruebe en Brasil

La economía global ha sido golpeada: la pandemia y las cuarentenas han disminuido la actividad económica, han destruido empleos y han generado caída de ingresos en todo el mundo. Y, sin embargo, una población creciente deberá continuar alimentándose. En consecuencia, se requerirá una mayor producción de alimentos para responder a esa demanda. En este contexto, la agroindustria argentina tiene un importante lugar en el concierto mundial.

Nuestro sector está por iniciar la campaña de granos 2021/2022 y, así como el mundo está percibiendo los cambios como una nueva oportunidad, la Argentina también debería aprovechar este desafío. Debemos asegurar la optimización de todas nuestras producciones. Recordemos que el agro invierte poco más de 10.000 millones de dólares en cada campaña agrícola.

El trigo arranca una nueva campaña. Tenemos la posibilidad de impulsar áreas récord, afrontando el riesgo climático y de mercado con herramientas que lo minimicen. También se necesitan señales claras que le den impulso a la inversión. Esto requerirá de una política de Estado que brinde previsibilidad en el largo plazo, con el consenso de diversos actores políticos.

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Si aumenta la producción, tendremos más que asegurado el abastecimiento del mercado interno y los mercados internacionales, tanto los actuales como los que puedan ir surgiendo en el futuro, en forma sostenida. Cuando las condiciones climáticas y productivas son favorables, se genera una mayor oferta que termina facilitando un mejor acceso de la población a los alimentos.

En este sentido, hay que tener en cuenta que históricamente la participación del valor del trigo en el precio del pan ronda el 13%. Queda claro, de este modo, cuál es la real incidencia de la producción en el precio al consumidor de dicho producto. Por lo tanto, aun si el trigo fuera gratis un kilo de pan en lugar de valer 180 pesos, valdría 157 pesos. Esa pequeña diferencia grafica la escasa incidencia del sector primario en el precio final del pan.

Por otra parte, si de pan se trata, resulta interesante observar también que durante la cuarentena la demanda de harina en los hogares aumentó, ya que la realización de pan casero, pastas y pizzas, entre otras cosas, ha sido una actividad que las familias han consolidado en el nuevo escenario.

Carga tributaria

En ese contexto, resulta necesario que el Gobierno lleve a cabo una revisión de la carga tributaria total que sufre toda la cadena agroindustrial. Si queremos alimentos más accesibles para todos, debemos procurar al mismo tiempo una carga impositiva más razonable.

Impulsar la inversión y la producción no solo traerá beneficios en términos de una mayor oferta y abastecimiento. También dinamizará la economía, generará nuevos empleos, brindará mayor cantidad de viajes de camión, de carga y descarga, y mayor trabajo a los molinos y puertos. En definitiva, redundará en una mayor actividad económica.

Por ello, resulta imprescindible evitar toda acción de gobierno que distorsione o ponga trabas al comercio de trigo y sus derivados. Un ejemplo de estas medidas distorsivas son los diferenciales de derechos de exportación en favor de la industria, que generan enormes transferencias de recursos del sector primario a otros eslabones de la cadena.

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Como lo es también, en la práctica, la cláusula que exigen los molinos en los contratos de compraventa de trigo, por la cual se reservan la posibilidad de hacer un análisis de calidad del producto por fuera de la Cámara Arbitral. Un viejo anhelo de los productores es, justamente, que se respete la función de la Cámara para estas evaluaciones de calidad, ya que cuenta con los estándares, la experiencia y la solvencia técnica para ello.

Por otra parte, una medida que podría dinamizar la actividad es la segregación del grano de acuerdo a su calidad y a la certificación de procesos, así como el impulso de un régimen de promoción a las inversiones en toda la cadena de trigo, con amortizaciones aceleradas, devolución de IVA a las inversiones y créditos más accesibles.

Además, se podría reforzar una política comercial que brinde seguridad y confianza a los mercados. De esta forma, nos beneficiamos todos: el Estado, al gozar de una mayor recaudación e ingreso de divisas, los consumidores al ver garantizado el abastecimiento y mayor diversidad de productos con certificación y trazabilidad y la sociedad, gracias a un mayor dinamismo económico y una relación más amigable de los sectores productivos con el ambiente.

Un párrafo aparte merece el desarrollo de trigos transgénicos. Sin duda, ayudarán a productores fuera de la zona núcleo a minimizar el impacto de la falta de lluvia, que en el largo plazo cambiará el mapa agrícola del trigo, ya que ampliará la frontera productiva. No obstante, en el corto plazo, hace falta también una inteligente estrategia comercial para seducir a los mercados y convencerlos acerca de los beneficios e inocuidad del nuevo evento.

En la medida en que logremos consensos en torno a estas políticas virtuosas, la producción de trigo se consolidará como un negocio en el que todos los argentinos podremos ganar, transformándose el trigo en el puntapié inicial para alcanzar cosechas récords en todos los cultivos que producimos, aprovechando las oportunidades que el nuevo contexto mundial nos ofrece.

El autor es vicepresidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA)