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Hay nuevo Ubuntu, y es un excelente rescate en tiempos de cuarentena

A causa del confinamiento y la explosión del teletrabajo, la computadora personal (en general, hoy, una notebook), volvió a cobrar protagonismo. Muchas personas descubrieron que el teléfono estaba bien para WhatsApp y Facebook, y es cierto que incluso ofrece algunas herramientas para redes sociales muy entretenidas y eficientes. Pero que todo lo demás solo podía hacerse con una PC (o terminar con un ataque de nervios). En la frase "todo lo demás" incluyo prácticamente cada cosa que se hace en una oficina o, ahora, en la home office. No es responder dos mails por semana. Son 200 por día. No es el chat. Son decenas de miles de líneas de código, centenares de hojas de cálculo, y páginas y páginas de artículos, informes, libros, historias clínicas, y así.

En ciertos casos, las compañías proveyeron los equipos. En otros, hubo que comprarlos. Pero hay todavía un subgrupo importante de personas que hicieron lo que parecía más conveniente: sacaron la notebook del armario, vieron si arrancaba, y, si fue así, descubrieron una triste verdad: el sistema operativo estaba discontinuado. Es el caso de XP, que pasó al museo el 8 de abril de 2014, y el de Windows 7, cuyo ciclo de vida concluyó el 14 de enero, dos meses antes de que la OMS declarara la pandemia.

La solución que ofrece Microsoft es la de mudarse a Windows 10. ¿Cómo? Comprando un equipo nuevo (que era lo que este tercer grupo de personas quería evitar) o adquiriendo una licencia de Windows 10, cuyos precios en la Argentina van de 9000 a 20.000 pesos, redondeando y según la versión. No pocos optaron, al menos de entrada, por continuar usando XP (mala idea) o Windows 7 (ídem). ¿Por qué mala idea, si andan bien? Porque el fin del soporte para un sistema operativo significa que ya no habrá actualizaciones. Las que más nos interesan, obviamente, son las de seguridad en general y las críticas en particular. Un Windows (o cualquier otra cosa, y eso incluye a Linux y Mac) sin las actualizaciones al día es un colador. Traducido: expone muchas fallas de seguridad que lo hace vulnerable a ataques informáticos. Que no es lo que queremos, y menos con la máquina que usamos para trabajar.

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Pero a no desesperar. Hay una tercera opción para recuperar un equipo cuyo Windows ya no tiene soporte. Me refiero, por supuesto, al software libre y sus variantes compatibles con la Licencia Pública General, cuyo ícono más conocido es Linux. Linux nació en 1991, cuando el kernel de Linus Torvalds completó, sin proponérselo, el ambicioso proyecto de Richard Stallman. En 1995 o 1996 empecé a experimentar con este sistema en casa y en 1997 le hice el primer reportaje a Torvalds, cuando estuvo en Buenos Aires. En 2004 llegó Ubuntu, que se proponía convertir a Linux en algo más amigable. Que no, no lo era. Estuve ahí, no me lo contaron. Al principio ni siquiera podíamos darnos el lujito de instalar programas con un par de clics; había que bajar el código fuente, configurarlo e instalarlo. Cosa que agradezco, porque Linux me enseñó gran parte de lo que sé de tecnología. Pero no, no tenía lo que hacía falta para popularizarse.

Mark Shuttleworth, el fundador de Canonical, la compañía detrás de Ubuntu, logró su cometido. Linux es hoy muy fácil de instalar y al menos tan fácil de usar como Windows. Es verdad, como se quejaba un querido amigo mío el otro día, cuando hablamos por teléfono, que Windows es más fácil de configurar. Pero en la mayor parte de los casos es posible hacer con Ubuntu las tareas de oficina que normalmente se hacen con Windows; de paso, es más rápido en equipos algo viejos (como esos que sacamos del armario) y evita que quedemos adheridos a un ciclo de renovación de software inapelable.

De hecho, si Windows es en muchas instancias más fácil de configurar se debe esencialmente a que es más popular. En el otro rincón, con una participación en el mercado hogareño mucho menor, están Linux en general y Ubuntu en particular, que son gratis y libres (aunque también hay distribuciones comerciales, como la corporativa Red Hat). Eso significa que podemos instalarlo en cualquiera de esas notebooks algo pasadas de moda, y, si el hardware anda, darles una segunda oportunidad. O una tercera, como verán pronto.

Aparte de que prefiero el software libre porque es libre, no solo porque es gratis, lo que ocurre es que ninguna de las otras dos opciones es aceptable: ni seguir usando un sistema operativo discontinuado, es decir inseguro, ni pagar un montón de dinero para seguir empleando un equipo por el que ya pagamos en su momento un montón de dinero. Pues bien, en abril salió la nueva versión de Ubuntu con soporte de largo plazo (o LTS, por sus siglas en inglés), la 20.04. Eso significa que no vas a tener que cambiar de versión del sistema operativo durante los próximos cinco años. ¿Y después, hay que pagar? No, tampoco.

En tus zapatos

Como saben los que siguen esta columna, vengo escribiendo reseñas de casi todas las ediciones importantes de Ubuntu desde, al menos, 2008. En el caso de la 20.04 me ahorraré el listado de nuevas características, porque sería interminable y, en ciertos casos, muy técnicas, y de todos modos esa enumeración puede consultarse en el sitio del sistema.

En cambio, para esta reseña, hice algo levemente diferente. Simulé la situación en la que alguien debe volver a la vida una notebook añosa e instalarle un nuevo sistema. En este caso, Ubuntu 20.04, aunque podría ser cualquier otra distribución de Linux. Lo bueno de las versiones LTS, y esta no es la excepción, es que tienden a consolidar tecnologías en las que Canonical venía probando en las ediciones que no eran LTS (cuyo soporte dura nueve meses), y -en principio- son más estables. Digo "en principio" porque he probado casi todo lo que hay de Linux, y pocas veces me encontré con sistemas inestables, fueran Ubuntu o no, fueran LTS o no.

Como en algunos sitios recomendaban no actualizar un Ubuntu anterior a la 20.04, sino hacer una instalación desde cero, me propuse exactamente lo opuesto, porque me pareció una recomendación sospechosa. Varias notebooks pasaron por el proceso de actualización desde 19.10 (la inmediatamente anterior) o desde la 18.04 (la anterior LTS), y sin novedad. En otros casos, por la consigna de esta columna, "pisé" un Windows preinstalado. Tampoco hubo problemas allí.

Antes de las conclusiones, un detalle infaltable: la nueva edición se llama Focal Fossa. Como siempre, el nombre de un animal -en este caso, un fosa (Cryptoprocta ferox), endémico en Madagascar- adjetivado de una forma delirante. La diferencia es que el fosa focal esta vez tiene nombre: Felicity. Es un avance, no me digan que no.

Todo un poco mejor

La nueva versión de Ubuntu podría resumirse así: arranca más rápido, es un poco más lindo y (como es usual, convengamos) resultó muy confiable. Instaló rapidísimo (20 o 25 minutos) en una ultrabook con disco de estado sólido (SSD, por sus siglas en inglés), a pesar de sus varios años de trajinar. E instaló lentísimo en una máquina con disco duro mecánico de desempeño mediocre, lo que es lógico. Todo el proceso duró más de una hora y media, así que anoten: este tiempo, inaceptable, no significa que la instalación o la actualización fallaron, sino que nos hemos ido acostumbrando a las velocidades de los SSD, y los discos duros económicos, como el de esa notebook, resultan insufribles. Si es el caso, a armarse de paciencia.

Linux es en general muy austero en consumo de memoria, y aunque Ubuntu no es una edición light para máquinas con poca RAM, la 20.04 utilizó entre 750 y 800 MB en ralentí (sin nada corriendo salvo el sistema y sus servicios). Eso es una mejora respecto de la edición anterior (la 19.10) y es mucho menos que un Windows 10, que anda en los 2 a 2,5 GB de uso de RAM en ralentí. Dicho sea de paso, si tienen equipos con muy poca memoria (2 GB o menos), mi recomendación es Lubuntu.

El consumo de memoria viene siendo objeto de debate desde que empecé a escribir sobre tecnología, y eso fue hace mucho tiempo. Pero el hecho es que Windows emplea más RAM que Linux, y por eso es poco probable que funcione bien en un equipo con 4 GB de RAM o menos. Opuestamente, tengo en casa una vieja máquina de escritorio que usamos para ver cine. Tiene solo 2 GB de RAM y anda a la perfección con otra LTS, la 16.04, que todavía seguirá sirviendo hasta 2021. Esa PC tiene, calculo, unos 13 años.

En mis pruebas, Felicity marchó sin inconvenientes y con algo más de agilidad (eso se debe a un número de variables, pero se siente especialmente en la nueva versión de Gnome); eso es más evidente, claro, en equipos con mucha biografía. Aunque parece difícil de creer, porque hasta un smartphone hoy tiene más RAM, el sistema anduvo perfectamente bien en una Dell Inspiron de 2008 (sí, 2008) con escasos 2 GB de memoria. Cierto es que ese equipo tuvo una, digamos, pequeña intervención de mi parte, cuando le instalé el disco SSD de una notebook que había dejado de funcionar. Pero los años pesan en este asunto y todo el proceso de instalación en esa máquina llevó exactamente dos horas (incluida la descarga de los archivos con una conexión no demasiado rápida). No quiero imaginar lo que habría tardado con un disco mecánico. Ahora, cuando salió andando, fue 100% utilizable para trabajar. Un equipo de 2008.

En todo caso, y antes de poner manos a la obra, hay que hacer un backup de los datos que tengas en el Windows que vas a reemplazar y verificar que vas a contar con las aplicaciones para hacer tu trabajo. Ubuntu viene con Firefox y LibreOffice, con lo que buena parte de las tareas están cubiertas. Está disponible Chrome para descargar e instalar (un par de clics), si es el browser al que estás acostumbrado. Y luego está Wine, que permite correr muchos programas para Windows dentro de Linux. Pero hay que hacer esa lista de verificación antes de descubrir que, por ejemplo, ProtonVPN se instala y se usa sin tocar nada en Windows, mientras que en Linux hay que seguir todos estos pasos.

Una vez que hayas verificado estas cuestiones, si no querés o no podés invertir dinero en otro equipo o en una licencia de Windows (la verdad, no está la cosa para gastos superfluos), Ubuntu 20.04 es una excelente solución para salir del paso, y tal vez adoptar Linux definitivamente. No solo por el dinero, sino también por la libertad de usar una máquina sin pedirle permiso a nadie. Que no es poco.