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Un reportaje de ‘The New York Times’ denuncia la explotación de las marcas de lujo en Italia

Los clientes pagaran por él entre 8000 y 2000 euros, pero quien ha cosido durante horas ese abrigo de MaxMara solo recibirá un euro por metro de tela. Este ejemplo, que podría parecer sacado de cualquier ciudad de India o China, ocurre a diario en Italia. Una situación de explotación laboral por parte de las marcas de lujo que han denunciado The New York Times en un reportaje extenso en el que se analiza el precio del ‘made in Italy’ y lo que se oculta detrás.

‘The New York Times’ ha denunciado en un reportaje las malas condiciones laborales de quienes cosen en Italia para las marcas de lujo. (Foto: REUTERS/Fabrizio Bensch)
‘The New York Times’ ha denunciado en un reportaje las malas condiciones laborales de quienes cosen en Italia para las marcas de lujo. (Foto: REUTERS/Fabrizio Bensch)

Cuando un cliente lee en la etiqueta de la prenda de lujo que está a punto de comprar que ha sido hecha en Italia siente la seguridad de que está adquiriendo un producto de calidad y tras el cual no hay una historia de explotación laboral. Sin embargo, el diario estadounidense denuncia que no es así. Cuenta la historia de una mujer de mediana edad que cose en su propia casa en Santeramo in Colle, un pequeño pueblo de la provincia de Bari, y que lo más que ha llegado a cobrar por una prenda es 24 euros.

La cadena de trabajo posibilita esta explotación. Ella no trabaja directamente para MaxMara o cualquier otra marca, sino que la subcontrata una empresa local que, además, realiza trabajos para otras como Louis Vuitton y Fendi.

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¿Cómo es posible que algo así ocurra en un país occidental como Europa? En parte tiene que ver, según explica The New York Times, con el hecho de que en Italia no exista un salario mínimo como el que sí hay en España. Una situación que no cambiará con el nuevo gobierno de Movimiento 5 Estrellas y La Liga. Juntos han puesto en marcha el conocido como “decreto de dignidad” para regular el mercado y mejorar la situación de los trabajadores, pero que entre sus puntos no contempla la creación de un salario mínimo.

Fuentes consultadas por Elizabeth Paton, reportera que ha llevado a cabo la investigación, calculan que la hora se paga en Italia a entre 5 y 7 euros. Algo más si es para un trabajo que exija un alta capacitación pudiendo llegar a los 10 euros.

En Italia, donde la economía del mercado del lujo supuso un 5% del PIB el año pasado según la Universidad de Bocconi y Altagamma, no existe una regulación que saque de la explotación a quienes se sitúan en al parte más baja de la cadena de producción. No hay cifras oficiales porque nadie se ha molestado en calcular cuánta gente se encuentra en la situación de esta mujer de Santeramo in Colle, pero el periódico afirma haber contabilizado por su cuenta y en el transcurso de su investigación al menos 60 en la región de Apulia.

Se cita a Tania Toffanin, autora de Fabbriche Invisibili, que durante años ha investigado el trabajo en casa en Italia para su libro y que calcula que hoy en día puede haber fácilmente entre 2.000 y 4.000 personas que elaboran prendas desde su casa en situación de irregularidad.

Desde The New York Times se pusieron con algunas de marcas italianas de lujo para preguntarles y conocer su postura al respecto y no todas se prestaron a ello. En Louis Vuitton se negaron, por ejemplo. Sí hablaron en MaxMara, cuyo portavoz defendió una “cadena de suministro ético” como valor de la empresa y aseguró que iban a abrir una investigación para esclarecer qué está pasando.

Del reportaje de The New York Times se desprende lo complicado de sanear un mercado laboral en el que se dan condiciones de explotación. Uno de los principales problemas es la falta de un salario mínimo, pero hay más. Que las marcas no tengan sus propias fábricas sino que utilicen subcontratas influye. Como el hecho de que estos trabajadores desde casa no puedan acogerse a un convenio o cuenten con la protección de un representante sindical que negocie sus condiciones laborales. Además, la mayoría no se quejan por miedo a perder el trabajo.