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Demasiado tarde se dio cuenta de que esta vida no era tan glamurosa como se veía en las redes

Las redes sociales suelen pintar un escenario idílico al referirse a las personas que optan por vivir en sus caravanas. Pero algunas personas que han pasado por la experiencia aseguran que esas publicaciones omiten la mitad de la historia. (Getty Images)
Las redes sociales suelen pintar un escenario idílico al referirse a las personas que optan por vivir en sus caravanas. Pero algunas personas que han pasado por la experiencia aseguran que esas publicaciones omiten la mitad de la historia. (Getty Images) (simonapilolla via Getty Images)

En ocasiones envidio la vida de Heidi Fuller-love, una laureada escritora de viajes británica que ha vivido y trabajado desde su furgoneta desde hace 30 años.

Ir a donde le apetezca, por el tiempo que le provoque, mientras escribe sobre sus experiencias suena a mis oídos como la vida ideal. “Por lo general, paso de tres a cuatro meses viviendo en mi camioneta en cada país que visito para sumergirme realmente en la cultura de cada lugar y conocer a los lugareños”, escribió Fuller-love en una crónica sobre sus experiencias para Insider.

Y la verdad es que ni Fuller-love ni las miles de personas que han vendido sus propiedades para comprar una caravana y vivir deambulando por el mundo están inventando el agua tibia.

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El nomadismo es tan antiguo como la humanidad y en la prehistoria fue clave para nuestra subsistencia y evolución. Los humanos se vieron impulsados a trasladarse de un lugar a otro en busca de mejores fuentes de alimentos, para huir de agresores o de los climas extremos.

Luego, con el desarrollo de la agricultura y el establecimiento de los pueblos y ciudades, las personas apostaron por el sedentarismo y evitaron a toda costa el desplazamiento geográfico. Desde entonces, la mayoría nace, echa raíces y muere toda su vida en el mismo lugar.

Esa no es precisamente la historia de mi vida porque reconozco que nunca he vivido más de 7 años en el mismo lugar. Pero tampoco llego al punto de ser una neonómada, como se le denomina a un creciente número de personas que se niegan a envejecer dentro de cuatro paredes y que desean pasar la vida conociendo nuevos destinos y culturas.

El arquitecto Víctor Lledó García define a los neonómadas urbanos como “individuos que, ayudados por el medio digital, disfrutan de una forma de vida que les permite estar en constante desplazamiento por el mundo, trasladándose de una ciudad a otra, sin asentarse en ninguna durante un tiempo prolongado…” Sin embargo, advierte que este grupo de personas se ha convertido en una anomalía dentro de las ciudades concebidas para la vida sedentaria.

La vida que algunos aman y otros odian

Las publicaciones en redes sociales de las personas que han elegido el neonomadismo en autocaravanas muestran imágenes idílicas. Despertar a la orilla de la playa y ver el sol rojizo del amanecer emerger entre las aguas; conocer pueblos recónditos llenos de tradiciones y encanto; olvidarse para siempre de las formalidades y los horarios de la vida en la oficina.

Los entusiastas de vivir en una caravana aseguran que su estilo de vida ha aumentado su independencia, ha desarrollado sus habilidades para resolver problemas y les permite tener un ritmo de vida más sosegado en el que pueden disfrutar de la música, la lectura y las actividades al aire libre.

Otra ventaja es que se ahorran los inconvenientes de empacar y viajar en avión que enfrentan los viajeros frecuentes que viven en residencias fijas.

Pero no todas las personas están hechas para metabolizar con paciencia y gracia los desafíos y las desventajas inherentes a vivir en la calle.

Vivir en una furgoneta implica acostumbrarse a permanecer en un espacio súper reducido cuando las condiciones atmosféricas no permiten pasear al aire libre. Muchas de ellas no cuentan con un aseo dónde ducharse y hacer las necesidades fisiológicas básicas, por lo que es necesario hacer uso de baños públicos o de campamentos para tomar una ducha, lavar ropa y recargar los depósitos de agua potable.

Las camionetas básicas tampoco cuentan con una conexión constante de internet, por lo que los neonómadas deben estar preparados para permanecer desconectados en las zonas remotas donde no hay señal.

Para la Fuller-love, que vive de escribir y mandar historias para reconocidos medios como The Telegraph, The Guardian, The Times, LA Times, Food+Travel, conectarse a Internet es uno de los asuntos más importantes que hay que resolver. “Si bien muchos países tienen cibercafés, trabajo con demasiada frecuencia como para confiar en ellos y prefiero estar en mi propio espacio en el camino sin tener que esperar para encontrar un café”, expresó.

La mejor solución al problema de la conectividad es la conexión inalámbrica de la firma Solis, que usa un hotspot global que proporciona acceso a Internet sin necesidad de usar una tarjeta SIM. El punto de acceso cuesta unos 142 dólares y luego la escritora paga unos 99 dólares mensuales por el uso global ilimitado.

El alza del precio del combustible ha golpeado los bolsillos de los nómadas en camionetas a tal punto que muchos se ven obligados a permanecer más tiempo del que desearían en un punto para rendir al máximo el tanque de gasolina.

Los costos totales de una persona que elija vivir en una caravana variarán mucho dependiendo del estilo de vida que pueda costear. Si ya ha pagado por completo las cuotas de su vehículo, estaciona en espacios públicos sin servicios y abraza la vida simple sin lujos, sus gastos mensuales pueden rondar los 1000 dólares mensuales.

Pero si tienen que pagar una fuerte mensualidad de una camioneta de lujo, se hospeda en campamentos privados todas las noches donde podrá ducharse, lavar los tanques de desechos y recargar las baterías, y además sale a comer en restaurantes del lugar que visita, podría desembolsar unos 5.000 dólares mensuales.

Indigente sobre ruedas

Una de las decepcionadas de la vivir en una furgoneta es Natasha Scott, una estadounidense de 33 años que usó sus ahorros para comprar una camioneta y comenzar lo que se imaginaba como una vida llena de libertad y hermosas aventuras, pero se arrepintió a las pocas semanas.

La noche en que decidió que no seguiría viviendo en la furgoneta ocurrió una noche en que llovía a cántaros y sentía el agua golpear con fuerza el techo de su camioneta. Relató a Fortune que en esos momentos se sentía como si fuera la única persona que quedaba en el mundo y comprendió que, para ella, el llamado nomadismo digital, era en realidad un estado de indigencia glorificado por las redes sociales.

La situación de Scott se complicó porque perdió su empleo cuando comenzó a vivir en su camioneta, lo que hizo insostenible afrontar las renovaciones que debía realizar el vehículo para hacerlo más cómodo, junto a los precios cada vez más elevados de los alimentos y el combustible.

Tampoco tenía un fondo de ahorros para gastos inesperados, pero que ocurren con frecuencia cuando usas una caravana a diario, como neumáticos pinchados o averías mecánicas.

Scott dice que en las redes sólo se ven a las personas felices disfrutando de una hermosa vista en una silla portátil reclinable, pero nadie habla del calor que hay que soportar en el verano o la claustrofobia de no poder abrir las ventanas cuando está lloviendo.

Se dio cuenta de que era una persona sin hogar cuando comenzó a recurrir a pisos de Airbnb para pasar la noche al no conseguir puesto en campamentos privados y sentirse insegura aparcando en las calles solitarias de una ciudad.

La recomendación entonces es pensarlo una, dos y tres veces antes de dejarlo todo para comenzar una vida de nomadismo. Es mucho mejor comenzar poco a poco y alquilar una caravana para pasar unas largas vacaciones. Si la experiencia resulta absolutamente maravillosa para ti, asesórate bien sobre todo lo que vas a necesitar para vivir en las carreteras, sin olvidar que no serán unas vacaciones eternas. Vivirás y trabajarás sobre esas cuatro ruedas.

Fuentes: Insider, Víctor Lledó García, Queens Journal, Fortune.

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