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La vida y sospechosa muerte del oso Cachou

(Bloomberg) -- Ivan Afonso miró su ordenador una última vez antes de tomar el teléfono. Era abril de 2020 y, como la mayor parte de España, Afonso estaba encerrado en casa bajo el confinamiento estricto del coronavirus. Pero su mente estaba en las montañas.

Científico medioambiental, Afonso era también el jefe de la división de medio ambiente del Valle de Arán, una pequeña zona en la cordillera de los Pirineos que forma una muesca a lo largo de la frontera entre España y Francia. A lo largo de los últimos tres años, sus responsabilidades habían incluido monitorear los movimientos de Cachou, un oso pardo de 6 años de edad y 130 kilos. El oso era una celebridad local, uno de los pocos machos nacidos en libertad en el Pirineo y la prueba de que los esfuerzos de los conservacionistas por rejuvenecer la maltrecha colonia de osos pardos de la región estaban funcionando.

La tarea había sido una pesadilla desde el principio. Cachou era joven, bravo y —para la desesperación de conservacionistas y ganaderos— tenía tendencia a sembrar el caos. Como la mayoría de osos, Cachou tenía debilidad por el dulce. Comenzó asaltando granjas apícolas, pero en 2019 ya había aprendido a cazar caballos más grandes que él. Al final, las autoridades le pusieron un dispositivo de seguimiento, pero ni siquiera eso funcionó. Hubo un punto en que le fueron atribuidos cuatro ataques en dos semanas.

Cachou había dado a Afonso y a los criadores de caballos del valle un descanso durante el invierno. Pero el dispositivo de seguimiento indicaba que el oso había salido de su hibernación más pronto de lo habitual. Había estado en Francia en marzo, pero una señal reciente le situaba en algún punto en las montañas encima de Les, un pequeño pueblo de menos de 1.000 habitantes. Después de eso se había aventurado hacia las profundidades del bosque, cerca de un camino, y se había parado. Las siguientes 24 señales eran todas en el mismo lugar. Afonso no podía quitarse de encima la sensación de que algo iba mal.

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“O el dispositivo se había caído, o estaba muerto”, pensó.

A la luz de la extinción masiva que está teniendo lugar ahora mismo en la Tierra, la muerte de un solo oso podría parecer poco significativa. Sin embargo, la mañana del 9 de abril de 2020 Afonso decidió que había llegado el momento de hacer algo. Llamó primero al síndico del Valle de Arán, luego marcó el número de los agentes rurales del valle y pidió dos agentes de confianza que pudieran trepar discretamente hasta el lugar de donde venían las señales.

Finalmente, marcó el número de la jefa de los agentes rurales de Cataluña en el norte del Pirineo, Anna Servent. Vivaz, con apenas 40 años, expresión resuelta y cabello castaño más corto en un lado, Servent encabeza un grupo de investigadores pequeño y casi secreto especializado en envenenamientos de animales. Sus métodos son poco convencionales. Mientras la mayoría de agentes rurales se centra en analizar restos de animales, el equipo de Servent dedica años a cultivar redes de informadores locales. Visten de paisano, cambian de coche a menudo y tienden a visitar sus fuentes en medio de la noche para evitar llamar la atención.

A finales del siglo XX los osos pardos estaban casi extinguidos tras décadas de caza y envenenamiento indiscriminados. En 1996, solo tres sobrevivían en la cordillera de 430 kilómetros de largo. Si bien la población se ha recuperado tras varios proyectos de conservación bajo el auspicio de la Unión Europea, sigue siendo la colonia más pequeña de Europa, con 64 osos en 2020. La parte baja del Valle de Arán, con su clima temperado y sus bosques espesos cubiertos de viejas hayas, robles y castaños, se ha convertido en un lugar de cría para estos depredadores en peligro.

Pero lo que los conservacionistas consideran una victoria se ha convertido en una declaración de guerra para muchos de los que viven en las montañas. “Naturalmente, cuando se reintroduce una especia que ha sido previamente eliminada a propósito, aparecen conflictos similares a los que llevaron a la reducción en primer lugar”, dice Elisabeth Pötzelsberger, jefa del programa de resiliencia en el European Forest Institute, un centro de investigación de la UE. “Sería bastante naíf pensar que todo el mundo va a aplaudir y a estar contento.”

Tras hablar con Afonso, Servent y uno de sus investigadores, cuya identidad no puede ser revelada para evitar comprometer casos en marcha, subieron al coche y condujeron rápido a través de carreteras desiertas y serpenteantes hacia el Valle de Arán. La vista durante el camino es bucólica, con picos rocosos cubiertos de nieve y laderas tan empinadas que uno teme que vayan a desplomarse sobre las pasturas verdes y brillantes del valle. Las torres de piedra y los tejados de pizarra de las iglesias románicas salpican un paisaje dividido en dos por el río Garona. Quienes viven allí hablan todavía una versión moderna del occitano, la lengua romance que los trovadores usaban para componer canciones y poemas antes del Renacimiento. Están orgullosos de sus raíces rurales y tienden a mirar con suspicacia a cualquiera que llegue desde el sur de los Pirineos.

La comunidad del Valle de Arán es tan cerrada que los agentes de Servent no habían podido desarrollar informantes en la zona, así que esperaban que su coche pasara desapercibido a medida que se aproximaban a Les. Subieron por el camino de montaña, escalaron por el bosque empinado y llegaron al cuerpo de Cachou más o menos al mismo tiempo que los agentes rurales locales.

El oso estaba tumbado panza arriba al fondo de un barranco rocoso de unos 40 metros, con un solo colmillo saliendo de su boca medio abierta. Había señales de que había estado allí mucho tiempo, pero la muerte parecía reciente, un indicador de que podría haber estado sufriendo durante un período largo de tiempo, algo que ocurre a veces en casos de envenenamiento.

Servent habla en tono grave y tranquilo mientras detalla la inspección del cuerpo y de la zona alrededor, su cara seria tras la máscara quirúrgica azul. “No vimos señales de veneno inicialmente”, dice. Esto les intranquilizó todavía más. Antes de salir, Afonso les había dicho: “si no encontráis una causa obvia de muerte, buscad anticongelante”.

Ivan Afonso se ve a sí mismo como un hombre entre dos mundos. Nacido en el Pirineo, pero no en el Valle de Arán, cursó su carrera universitaria en la Barcelona cosmopolita. A los 47 años, se siente más cómodo en las montañas buscando pájaros en peligro o rastreando ranas raras en lagunas remotas que en su pequeña oficina en la sede del gobierno de Arán.

Le dolió no ir a las montañas a buscar a Cachou, pero Afonso tenía razones para creer que se encontraría con el escenario de un crimen, lo que significaba que, cuanta menos gente estuviera en contacto con posibles pruebas, mejor. Dos veces durante 2019, dijo a los agentes de Servent, había oído a un hombre de Les hablar sobre usar anticongelante contra los osos, según documentos del tribunal vistos por Bloomberg Green –una vez durante una reunión privada y otra durante un discurso público. Este mismo hombre había encabezado el Departamento de Territorio del Valle de Arán y, como tal, era uno de los supervisores de los 2,4 millones de euros (US$2,8 millones) en fondos europeos para la conservación del oso pardo en el Pirineo.

“No le presté atención en su momento. Quizás fue un error, pero yo era escéptico”, dice Afonso. “Hay rumores sobre matar a osos todo el rato. La gente alardea de haber matado un oso y al día siguiente lo vemos aparecer en una cámara de vigilancia.

“Incluso si le hubiera prestado atención”, sigue, “¿qué podría haber hecho? Todo el mundo en el valle tiene anticongelante. Yo tengo dos garrafas en mi casa”.

El anticongelante es la peor pesadilla de los agentes rurales. Usado para evitar que los motores se congelen, está disponible en tiendas y gasolineras, pasa desapercibido en necropsias y se desvanece de los cadáveres en días, si no horas. Solo puede ser detectado si el cuerpo está fresco y si los patólogos están buscándolo.

Algunos centenares de kilómetros de donde el cuerpo de Cachou fue encontrado, la patóloga de fauna salvaje Roser Velarde estaba sentada en su oficina de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universitat Autònoma de Barcelona, ​​rodeada de microscopios y cráneos de ciervo, cuando recibió una llamada de Afonso diciéndole que el oso estaría en su mesa de operaciones al día siguiente. Con 20 años de experiencia a sus espaldas, Velarde no se inmutó—Cachou difícilmente no sería su primera autopsia animal, y ciertamente no la más desafiante. Una vez, ante la sorpresa de sus estudiantes y colegas, hizo una necropsia a una ballena en el patio exterior de la facultad porque el animal no cabía dentro del laboratorio.

Durante la necropsia de Cachou, Velarde habló en el mismo tono de paciente que usa con sus alumnos. El cuerpo no presentaba heridas de bala, huesos rotos, cortes ni signos importantes de violencia. Unas marcas de dientes superficiales en un lado de la cabeza sugerían que un animal, probablemente otro oso, lo había mordido, pero eso se descartó como la causa de la muerte. Cuando lo abrió, también descartó la muerte por venenos comunes, ya que la mayoría causa hemorragias internas masivas. Velarde pasó cuatro horas cortando, pesando, midiendo, recogiendo muestras y tomando fotografías, pero no encontró nada. No fue hasta después que el investigador de Servent, que asistió a la necropsia, mencionó la sospecha de anticongelante de Afonso.

Ya en su oficina, Velarde procesó muestras de orina y tejido cerebral. Tres días después, el director de ecopatología de vida salvaje de la universidad confirmó que las muestras contenían cristales de oxalato de calcio, que son consistentes con la presencia de etilenglicol, el químico que comprende entre el 90% y el 95% del anticongelante.

Unas 12 horas después de ingerir el anticongelante, el sistema neurológico de Cachou habría comenzado a fallar. Habría sentido una grave irritación del estómago y posiblemente habría entrado en coma. Sus pulmones y corazón habrían comenzado a debilitarse en cuestión de horas, pero podría haber seguido vivo hasta nueve días después, hasta que sus riñones finalmente fallaron.

“El oso Cachou sufrió una agonía lenta y muy dolorosa que se prolongó durante días, hasta que murió”, concluyó Velarde en su informe, según documentos judiciales. Eso, combinado con las señales del dispositivo de rastreo, indicaba que Cachou fue envenenado alrededor del 26 de marzo.

“Lo primero que hicimos fue pedirle al juez que mantuviera la investigación en secreto”, dice Servent, algo que normalmente solo se hace en casos muy delicados, como los relacionados con el tráfico de drogas y la corrupción política, y nunca antes por el presunto asesinato de un animal salvaje. “Nos aterrorizaba que la gente se enterara y comenzara a tener ideas, y obviamente no queríamos que el envenenador supiera que lo sabíamos”. Su solicitud fue concedida. Como resultado, los detalles de la investigación no se han hecho públicos.

Sin fuentes fiables en la zona, Servent sabía que los métodos que su equipo usaba habitualmente no funcionarían, por lo que llamó a la policía catalana, también conocida como Mossos d’Esquadra.

El subinspector Cèsar Jou trató de ocultar la sorpresa cuando la voz al otro lado de la línea le habló de su próximo caso. Tras 25 años como policía, la mayoría de ellos en la unidad criminal de los Mossos en el Pirineo, estaba acostumbrado a ver homicidios, narcotráfico y violencia organizada. Pero Cachou fue su primera víctima oso. “Me sorprendió cuando me pidieron que investigara la muerte de un oso, pero lo tratamos como si fuera un homicidio. Fue un desafío”, dice.

Lo primero que hicieron Jou y sus agentes fue ir a Les y preguntar a los lugareños si vieron algo extraño durante los días en que Cachou fue envenenado. En lugares donde todo el mundo se conoce, el crimen se percibe a menudo como un ataque a toda la comunidad, dice Jou. Con el país en estricto confinamiento, alguien tenía que haber visto algo, pensó.

Estaba equivocado. “Nadie sabía nada, nadie había visto nada”, dice Jou. El asesino de Cachou era visto como el salvador del pueblo. “Había una sensación de angustia entre los ganaderos”.

El sentimiento anti-oso en la región se remonta a muchas generaciones atrás. “Vivir con el oso es una obligación, algo que no hemos decidido”, dice Frances Bruna, el actual jefe del Departamento de Territorio del gobierno del Valle de Arán. Bruna, también criador de caballos, habla con cariño sobre sus yeguas y explica que él también ha sufrido ataques de osos en el pasado. “Nos darán subvenciones, ayudas, dinero cada vez que haya ataques. Pero nosotros siempre tendremos este sentimiento dentro”.

Las responsabilidades de Bruna a menudo están reñidas entre sí. Por un lado encabeza iniciativas ambientales y de conservación de osos en el valle, pero también se ocupa del bienestar de los granjeros y sus animales. Las autoridades catalanas llevan años intentando mediar entre estos dos mundos. El gobierno regional compensa ahora a los ganaderos por cada animal muerto por un oso, y el año pasado gastó 84.500 euros en la instalación de vallas y en el pago de pastores y perros mastines para cuidar de las ovejas y el ganado en los Pirineos durante los meses de verano. También paga el seguro de los animales y ha contratado a una empresa externa que actúa como mediadora entre los ganaderos y la administración.

“Los osos fueron impuestos desde Europa, pagados con fondos europeos que supongo que alguien estuvo muy contento de cobrar”, dice Marc Cuny, presidente de la Asociación del Caballo Catalán Pirenaico en el Valle de Arán. “Nadie nos pidió nuestra opinión, simplemente nos dijeron que sería la panacea, y no lo fue”.

No es una cuestión de dinero, dice Cuny. En su campo junto a Inés, Mónica y Nera, tres de sus 16 yeguas, vigila de cerca a una potra nacida hace apenas unas horas y a la que su pequeña hija ha llamado Peppa Pig. Los caballos son una parte importante de las tradiciones del valle y el vínculo ‘de los criadores con ellos es emocional, dice.

“Envenenar al oso fue un error, y quienquiera que lo haya hecho no pensó en las consecuencias”, dice Cuny. “Pero cuando una bestia mata a 12 o 13 caballos y no se la saca de la montaña, se puede entender que alguien decidiera hacerlo por su cuenta”.

Sin la cooperación de los lugareños, la investigación sobre la muerte de Cachou avanzó con lentitud. Finalmente, la policía identificó a cinco posibles sospechosos, incluido el funcionario que había hablado públicamente sobre el envenenamiento de osos; un agente rural local que formaba parte del programa de recuperación del osos y tenía acceso a los datos de posicionamiento de Cachou; dos personas cuyas señales telefónicas mostraban que habían estado en la zona la fecha del asesinato; y uno que había instalado una cámara de vigilancia cerca del lugar donde se encontró el cuerpo.

Aun así, la investigación no arrojó pistas reales hasta finales de junio. Después de semanas de interrogatorios infructuosos, un testigo, un agente rural del gobierno del Valle de Arán, finalmente rompió el código de silencio y reveló la existencia de un grupo de WhatsApp llamado, sin rodeos, Plataforma Anti-Oso, según documentos judiciales. Todos los mensajes del chat se habían eliminado, pero los investigadores de Jou pudieron ver que el grupo tenía más de 140 miembros. Entre los administradores estaba el funcionario que había hablado de envenenar a los osos.

Los agentes de Jou ya habían comenzado a intervenir los teléfonos de los sospechosos que habían identificado, pero la Plataforma Anti-Oso les dio la clave que necesitaban para comenzar a descifrar cómo operaba el grupo. En la segunda mitad de 2020, sin embargo, la investigación dio un giro inesperado. Las escuchas revelaron una red de personas que cambiaban de número de teléfono con frecuencia, trabajaban por turnos en una casa en el valle y algunos tenían acento colombiano.

El 29 de marzo, el equipo de Jou arrestó a 12 personas sospechosas de pertenecer a una red de tráfico de cocaína. Los agentes incautaron casi dos kilos de cocaína pura por valor de unos 200.000 euros, una cantidad sin precedentes en una zona donde nadie había sospechado previamente de actividad de narcotráfico de esta magnitud. El Valle de Arán es famoso por el resort de Baqueira, que atrae a esquiadores de la jet set y excursionistas de ambos lados de la frontera, incluida la familia real española, y muchos ahora sospechan que los traficantes estaban al servicio de sus ricos visitantes.

“Pensamos que era la manera de Cachou de decir ‘gracias’ por haber investigado su muerte”, dice Jou bromeando antes de volver a ponerse serio. “Ha sido la operación de cocaína más importante para los Mossos d’Esquadra en el Valle de Arán durante varios años”.

Más de un año después del asesinato de Cachou, la investigación está casi completa.

En noviembre, la policía arrestó a dos de los cinco sospechosos originales, incluido el agente rural que tenía acceso a los datos de posicionamiento de Cachou y había sido escuchado hablando por teléfono sobre la posición de otro oso en el valle. El agente negó las acusaciones, que incluían la comisión de un crimen contra la fauna, revelación de secretos y perversión de la justicia, y se negó a declarar. Finalmente fue liberado y sigue siendo miembro de los agentes rurales del Valle de Arán, aunque ya no participa en actividades de monitoreo de osos, según el gobierno local. El juez también convocó al funcionario que se jactaba de las esponjas empapadas en anticongelante, pero él también se negó a declarar.

Finalmente, a principios de junio, la policía arrestó al agente rural que había revelado la existencia del grupo Anti-Oso. Sus declaraciones a la policía estaban llenas de contradicciones, y en conversaciones telefónicas intervenidas con el otro agente arrestado, había hablado de eliminar mensajes posiblemente incriminatorios. También se negó a declarar y fue puesto en libertad el mismo día.

La muerte de Cachou es la primera investigación criminal sobre la muerte de un animal salvaje en España, y posiblemente en Europa, según grupos ambientalistas. Pero es poco probable que sea el último. La UE ha hecho de la conservación y restauración de los hábitats naturales, incluido el aumento de la biodiversidad y la expansión de los bosques, una parte esencial en su lucha contra el cambio climático, los incendios forestales y los brotes de enfermedades.

Lobos, linces y osos juegan un papel clave en ese plan. Estos super-depredadores se conocen como especies paraguas; Debido a que se encuentran en la parte superior de la cadena alimentaria, solo pueden prosperar si todos los demás animales y plantas debajo de ellos también se encuentran en buen estado. Por lo tanto, su éxito o fracaso se ve como un indicador de conservación y biodiversidad, en los que el bloque planea gastar 20.000 millones de euros (US$24.000 millones) al año durante la próxima década.

El juicio también podría llevar a un mayor escrutinio de cómo se gastan los fondos europeos de conservación. Además del ex-jefe de Territorio que había estado a cargo de administrar este dinero en el Valle de Arán, el agente rural que supuestamente filtró la ubicación de Cachou fue pagado en su totalidad con fondos de conservación de la UE.

“Las ayudas deben venir con condiciones”, dice Joan Vázquez, fundador de la organización conservacionista Ipcena, que comparecerá como acusación individual en el juicio. “Los estados no están mirando cómo se gasta ese dinero, simplemente envían informes a la UE diciendo que todo va perfecto. Y la UE lo cree a menos que haya casos como el de Cachou que demuestren lo contrario”.

Este no es un caso aislado de supervisión deficiente. Un informe reciente de Bankwatch Network, una organización europea sin ánimo de lucro, examinó los planes de biodiversidad de varios países de Europa del Este. Los analistas descubrieron que algunos, incluidos Bulgaria y Polonia, infringen leyes vigentes, mientras que otros incurren en el llamado lavado verde o ‘greenwashing’, u otras prácticas engañosas, todo mientras reciben fondos de la UE y solicitan más.

Bajo este punto de vista más duro y burocrático, Cachou no era solo un oso, era un referente. El hecho de que llevara un dispositivo de rastreo, y que Afonso se moviera rápido para localizarlo, significó que los guardabosques llegaron al lugar antes de que su cuerpo se deteriorara, lo que permitió a Velarde probar la causa de la muerte de una manera que se sostendría frente a un tribunal. Debido a la fama de Cachou y a la tensión existente entre los osos del Valle de Aran y los humanos, la jueza alentó a los investigadores del caso, incluidos Servent y Jou, a utilizar todos los medios necesarios para encontrar al asesino.

Se espera que el juez de Vielha, la capital del Valle de Arán, acuse formalmente al guardabosques, al funcionario público y potencialmente a otras personas cuando cierre la investigación, probablemente en los próximos meses. En ese momento, otro juez llevará el caso a juicio en algún momento del próximo año en la ciudad de Lleida, a unos 160 kilómetros al sur del valle. El misterio de la muerte de Cachou ha atraído tanta atención que las autoridades temen que el pequeño palacio de justicia de Vielha no sea lo suficientemente grande para albergar a todos los espectadores interesados.

De nuevo en Les, los lugareños esperan el inicio del juicio con una mezcla de inquietud e indiferencia. En una mañana brumosa de abril, algunos de ellos leían el periódico y desayunaban en un viejo café, charlando distendidamente sobre si el final del confinamiento traería de regreso a los turistas franceses. En la pared colgaban fotografías en blanco y negro de osos muertos y cazadores sonrientes.

“Recuerdo a los ancianos de las aldeas contándonos historias sobre osos”, dice Bruna, el actual jefe del Departamento de Territorio. “Quien llegaba al pueblo con un oso muerto era aclamado como un héroe y todos querían sacarse una foto con ellos”.

La investigación del asesinato de Cachou no ha hecho nada para borrar esas divisiones que tienen décadas, dice Afonso. Los lugareños que simpatizaban con los osos o a los que no les importaba la cuestión se volvieron contra ellos después de ser llamados a testificar, de darse cuenta de que sus teléfonos estaban intervenidos o de ver los nombres de amigos y familiares escritos como sospechosos en la prensa local. Si ha servido para algo ha sido para hacer que la comunidad desconfíe aún más de los extraños.

En el fondo, el caso es un choque entre dos formas de ver el medio ambiente, dice Afonso: la visión pragmática que tienen la gente de la montaña de la naturaleza como un recurso rentable, y la visión más romántica de los de fuera sobre el deber de la humanidad de proteger y preservar.

“Los ejemplos más extremos de estos dos mundos están representados en este caso”, dice Afonso. “Sistemas policiales y de justicia muy metódicos que actuaron como si una persona hubiera sido asesinada y un listo que decidió resolver el asunto por su cuenta”.

Servent cree que será un punto de inflexión en la forma en que las autoridades tratan las muertes de animales salvajes. Cerca de 40 osos han muerto desde 1996, algunos en circunstancias que nunca han sido debidamente investigadas, según Ipcena. Las misteriosas muertes de osos incluyen la del padre de Cachou, Balou, quien según informes de las autoridades francesas fue alcanzado por un rayo y cayó por un acantilado.

“Todos los que han participado en esto se lo han tomado muy en serio para que no termine en nada”, dice Servent. “Todo el mundo ha visto que la muerte de un oso no puede pasar desapercibida”.

En cuanto al asesino de Cachou, hay diferentes puntos de vista sobre quién lo hizo. La policía y los guardabosques creen que fue alguien de la zona que tuvo acceso a los datos de posicionamiento confidenciales de Cachou, que conoce bien los bosques y sabe cómo usar veneno. Es probable que el perpetrador también haya sufrido ataques de osos, dicen, posiblemente bajo los colmillos y las garras del propio Cachou.

Afonso tiene una teoría diferente. Sospecha que alguien lleva un tiempo matando osos, pero que Cachou no era necesariamente el objetivo. La zona donde se encontró su cuerpo es una ruta muy utilizada por los osos, y en un momento en el que los avistamientos están aumentando por todas partes en los Pirineos, están cayendo precisamente en ese lugar.

Si yo fuera el envenenador, no mataría al único oso que lleva un dispositivo de rastreo”, dice. “Esa persona tuvo la mala suerte de que Cachou pasara. Estoy bastante seguro de eso”.

Nota Original:Bear Murder Mystery Rattles a Remote Mountain Valley in Spain

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