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Agroindustria: la política y el riesgo de un país inviable

cosecha de soja

ameghino provincia de buenos aires 
 
 
agricultura
Fotos: Augusto Famulari
Augusto Famulari.

Estamos cerrando un 2021 con fuertes cambios en nuestras actividades diarias producto de la pandemia de Covid-19 declarada en 2020 y con la expectativa de que volvamos a una nueva normalidad en 2022 con muchos de esos cambios ya adoptados.

Las nuevas variantes del virus generan aún desconfianza a nivel global y en muchas regiones se vuelve a etapas que ya creíamos superadas de restricciones diarias, aunque ya estamos asistiendo gradualmente, según se cree, a una etapa de convivencia con el virus y sus variantes con nuevos cuidados, vacunaciones, etc., como lo supimos hacer con tantos otros en el pasado.

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El mundo se paralizó en el 2020, comenzó a reaccionar en 2021 con muchos cambios, incertidumbre, desafíos y estructuras nuevas y hoy apuesta a un 2022 distinto y con la vuelta a una nueva normalidad.

Internamente el 2021 nos sigue mostrando una realidad de país difícil de aceptar en todos los niveles, desde el potencial que tenemos de crecimiento frente una caída y estancamiento sostenido de las principales variables económicas en los últimos 10 años y coronado finalmente con índices de pobreza e indigencia que no deberíamos tolerar.

Desde la agroindustria y muchas otras actividades económicas, hemos asistido a enormes cambios y aumentos de productividad en los últimos 30-40 años, que se iniciaron en algunos años de estabilidad económica y que sumados en algunos momentos a buenos precios internacionales nos ayudaron a soñar con un crecimiento sustentable y de largo plazo.

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Mientras globalmente la visión es volver a crecer a través de inversiones y generación de nuevos empleos que reemplacen los perdidos durante la pandemia, la repetición de errores de política económica en el país nos atrasa día a día y acorta las posibilidades de cambio de la realidad actual.

En todos los frentes, asistimos casi diariamente a nuevas regulaciones, controles fallidos de precios, excesos de gastos en la administración pública, generación creativa de nuevos impuestos en una ya asfixiante situación fiscal en las empresas, subsidios de todo tipo en muchos casos a quienes no los necesitan, intervención y regulaciones innecesarias en algunas actividades que generan también espacios para la corrupción, fijación de cupos, controles y precios para exportar e importar en muchos casos de insumos esenciales para la producción, nuevos términos que justifican cada vez más intervención en los mercados como los nuevos “volúmenes de equilibrio” en trigo y maíz o también la creación de fideicomisos para “descalzar precios internos e internacionales”, etc.

Todo esto que ocurre por estos días conforma el famoso “síndrome anti inversión” que el Doctor Juan Llach nos planteara en los seminarios de la Fundación Producir Conservando hace ya varios años, como resumen que presenta el país frente a su escasa inversión privada en los últimos años.

Todos estos excesos que venimos teniendo en los últimos años no han impactado aún fuertemente en toda la agroindustria, a pesar de que en algunas actividades se sienten más que en otras y en algunos casos no se le ve un futuro razonable a mediano plazo.

Pudiendo crecer más y generar más empleo formal, no lo hemos podido hacer por excesiva presión fiscal, trabas al comercio exterior, cepos, controles y burocracias que se justifican desde la política diariamente y que indefectiblemente generan a la larga o a la corta estancamiento y más pobreza.

Desde la Fundación Producir Conservando venimos, desde los inicios hace 30 años, aportando datos y propuestas para salir del estancamiento actual y volver a crecer sustentablemente y generar empleo; (en www.producirconservando.org.ar están todos los trabajos publicados).

Desde la política y ahora sí, todos juntos (oficialismo y oposición), buscan un “Consenso Fiscal” para la tribuna, que les siga permitiendo discrecionalmente aumentar impuestos y alícuotas para seguramente mantener y/o aumentar el gasto y no resolver los problemas de fondo del país.

Una agroindustria y un país sin instituciones sólidas, sin un plan estratégico de largo plazo que defina “a donde queremos ir”, ni una política económica que promueva el crecimiento y la inversión y con un constante cambio en las reglas de juego, lejos de plantear salir de la pospandemia nos transformará rápidamente en una argentina inviable y, lamentablemente, en eso nos estamos convirtiendo muy rápidamente gracias a la política.

El autor es integrante de la Fundación Producir Conservando