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Amiga, aunque no te des cuenta

Melissa conoció a Humberto en la universidad, él era varios años mayor que ella y la deslumbró con atenciones y con detalles que nunca antes habían estado a su alcance, así que no fue sorpresa para nadie que pocos meses después dejará sus estudios y se comprometiera con él. Parecía un cuento moderno de Cenicienta hasta que el príncipe decidió jugar dos roles y se convirtió en villano, o sería mejor decir que se sintió lo suficiente seguro para por fin mostrarse a sí mismo.

El problema fue que Melissa estaba más que instalada en el palacio de cristal que Humberto había construido minuciosamente por años, usando como base sus inseguridades, elevando muros con pasivo agresividad y violencia, ella se sentía atrapada y sin salida, si, y al mismo tiempo culpable de sentirse así y confundida por el comportamiento de aquel hombre ‘perfecto y maravilloso’ que sin motivo y ‘de repente’ se había convertido en su verdugo. Por desgracia esta dinámica se intensificó y siguió por varios años y no fue hasta después de algunos huesos rotos y terceros involucrados que una noche, después de regresar del hospital y llamar a la policía reunió el coraje suficiente, dijo “no más” y le cerró la puerta ( también cambió las cerraduras e interpuso una orden de restricción). Y es aquí donde empieza la verdadera historia de amor.

En las relaciones abusivas y/o tóxicas una de las tácticas del manipulador o manipuladora por excelencia es el aislamiento, así alimentan sus egos heridos y les es más fácil tener el control del otro, cada caso es distinto pero sus motivos van desde que buscan lo mejor para ti hasta condicionar su atención o cariño ante ciertos comportamientos. Melissa no fue la excepción, estaba completamente sola, tanto su familia como amigos cercanos eran ajenos a su vida, la única amiga con la que seguía en contacto, Veronica, había pasado de ser su compañera inseparable a una imagen en la pantalla con la que de vez en cuando intercambiaba algún enlace, fotografía o recuerdo en Facebook. Melissa no asistió a su graduación, mucho menos a su boda ni a sus últimos cumpleaños, pero nada de eso importó, porque aquella noche en medio de un ataque de ansiedad y temblando de miedo la llamó y Verónica fue a acompañarla.

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La distancia que había crecido entre ellas desapareció por completo cuando más era necesario. A pesar de que durante ‘el cuento’ de terror de Melissa le habían dicho muchos ‘amiga, date cuenta’ ese día sólo recibió empatía, apoyo y compañía. Justo lo que necesitaba para mantenerse en pie.

Las noches eran largas para ambas, los ataques de ansiedad y de pánico debido al estrés post traumático no dejaban descansar a Melissa, pero no los tuvo que vivir sola, busco también acompañamiento terapéutico y procedió legalmente. Un par de meses después se empezó a sentir mejor, a recuperarse a sí misma, a tirar los muros de culpabilidad para sentirse más segura, más libre. ¿Cuántas veces hemos elegido un ‘te lo dije’ en lugar de un abrazo en silencio?

Melissa no había alzado la voz porque tenía miedo a ser juzgada, señalada por su familia, amigas y amigos. Temía que el estigma de la víctima se apoderara de su vida, que no le creyeran y/o la discriminaran pero fue gracias a dos manos amigas que se atrevió a seguir firme en su decisión y salvarse. ¿Cómo es posible que antes de que escalara a estos niveles eligiera poner en riesgo su integridad física y mental? Fácil, para ella como para muchas mujeres en nuestro país no había elección.

Por fortuna, las cosas hoy son distintas, en la actualidad Melissa es voluntaria y acompaña a víctimas de violencia que están en proceso de recuperación. Sigue en contacto con Vero y ha renovado vínculos con algunos miembros de su familia y otras amistades que había dejado a un lado. Ojalá todas y todos fuéramos más como Vero, que antes de reclamar por el aislamiento o actuar desde el ego y decir ‘amiga, date cuenta’ nos abrace en medio de la tormenta aunque a nosotros apenas nos esté cayendo el veinte de que nos estamos mojando. Gracias por esas amigas, madres, hermanas, abuelas, maestras, gracias a todas esas manos amigas que nos acompañan mientras nos salvamos juntas.