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Así era jugar con un ZX Spectrum hace 40 años: una aventura que me cambió la vida

Teclado de un ordenador ZX Spectrum. Foto: Getty Images.
Teclado de un ordenador ZX Spectrum. Foto: Getty Images. (Iridiumphotographics via Getty Images)

Leer la noticia me trasladó a una montaña rusa de emociones: el ZX Spectrum acaba de cumplir cuarenta años. Tuve que dejar lo que estaba haciendo y cerrar los ojos y revivir esa experiencia que cambió mi vida para siempre; pero vamos a ir por partes para poner todo en contexto.

Tengo 52 años y fui, junto con un amigo de la infancia, el abogado Eduardo Beitia, el primer comprador de un Sinclair en San Sebastián, mi ciudad (él un ZX81 y yo, un ZX Spectrum). Por seguir dando contexto a todo, este ordenador lo creó el fabricante británico Sinclair, y como todo en este relato está rodeado de nostalgia y misticismo, la marca viene del propio nombre de su creador: el visionario Sir Clive Sinclair, un adelantado a su tiempo que previó el uso lúdico del ordenador personal en la década de los ochenta.

Volvamos a abril del año 1982 y este pre adolescente que lo único digital que podía disfrutar eran los relojes Casio que ocasionalmente su padre le traía de Estados Unidos. Sin embargo, ese mes todo cambiaría.

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Con el dato ya en la mano de que el Sinclair ZX Spectrum llegaba por fin a nuestro país, el siguiente paso consistía en averiguar dónde se podría adquirir. Conviene recordar que en la época no había Amazon ni similares, claro, y de hecho, no había ni internet; los viajes también resultaban más complicados, con lo que aquello de ir a otra ciudad a adquirirlo tampoco era una opción. Pero por fin averigüé dónde se vendía: una tienda de material de oficina que ya no existe hoy, por cierto.

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Teclado de un ordenador ZX Spectrum en la exposición Cultura audiovisual en los años 80 el 25 de febrero de 2021 en Alcalá de Henares, Madrid, España. (Foto de Cristina Arias/Portada/Getty Images)
Teclado de un ordenador ZX Spectrum en la exposición Cultura audiovisual en los años 80 el 25 de febrero de 2021 en Alcalá de Henares, Madrid, España. (Foto de Cristina Arias/Portada/Getty Images) (Cristina Arias via Getty Images)

A casa con un “ordenador”

Para quienes no vivieron, por edad, esos años, hay que destacar que en aquella época, los ordenadores se vendían sin monitor, esto es, solo la CPU integrada en un teclado. Y eso mismo me llevé a casa, y sin quererlo, generé un pequeño problema de convivencia: aquello había que conectarlo a la tele o, en caso contrario, tendría la misma utilidad que un pisapapeles.

En la época únicamente había un televisor en casa (en el mejor de los casos), con lo que había que aprovechar los huecos en los que no había nadie viéndola; en este sentido, jugaba a mi favor que apenas había horas de programación por aquel entonces. Resulta muy difícil explicar en estas líneas las sensaciones que viví en ese momento. Un ordenador, ¡un ordenador!...

El unboxing fue todo un espectáculo, pero espera, porque el televisor no era el único requerimiento para poner aquello en marcha. El Spectrum apenas contaba con 48 Kbytes (había otra versión todavía inferior, de 16 Kbytes), lejos de los 8 Kbytes de ROM del ZX81 de mi amigo Eduardo. Con esa artillería resultaba imposible ejecutar cualquier software o juego que no tuviera un soporte, y ese apoyo Sinclair lo imaginó en lo que se llevaba en la época: el casete. Sí, para poder utilizar el Spectrum más allá de las líneas de comando de Basic, era necesario además disponer de un casete, con lo que el asunto se iba complicando por momentos. Pero para mí todas esas dificultades no existían porque aquello ya me parecía magia pura.

El siguiente reto consistía en explicar a mis padres que, además de gastar un dineral en un ordenador (del que no tenían noción alguna ni tenía una utilidad clara), ocupar el televisor y adueñarme del casete, era necesario gastar más dinero en los juegos.

En aquellos tiempos en los que internet se barruntaba como una cosa de brujería del futuro, por cada título había que pagar (bastante) dinero y te entregaban un casete. El panorama resultaba bastante desolador, aunque los adolescentes del momento éramos bastante “buscavidas” y pronto comenzó a detectarse un inusual intercambio de casetes en el instituto...

A muerte con Atic Atac

La casi nula rotación de títulos por evidentes restricciones económico-legales hacía que exprimiéramos los juegos hasta terminarlos, una, dos y hasta tres veces.

Los pasillos del instituto eran el corrillo adecuado para compartir trucos y alardear de los avances. Recuerdo con especial cariño Atic Atac, un maravilloso juego que enganchaba y era muy meritorio, dadas las limitaciones del hardware, pero Manic Miner o Jetpack se ganaron un hueco en mi corazoncito de por vida asimismo.

El idilio con el Spectrum parecía no tener fin, hasta el punto que comenzaron a desgastarse, por el uso, algunas de las teclas (las direccionales de los juegos). Y como suele suceder en la vida real, uno intenta cambiar de coche por otro mejor y un par de años más tarde, ya siendo un avezado programador en Basic, sus Majestades los Reyes me obsequiaron con un Amstrad CPC 464. Aquello era otra liga.

La Ruta del Tesoro de Pedro Aznar en AMSTRAD
La Ruta del Tesoro de Pedro Aznar en AMSTRAD (Pedro Aznar)

Pedro Aznar, amigo y director de Applesfera, no disimula en redes su pasión por el Amstrad que fue, para él, su primera computadora: “Fue una mezcla entre emoción y ansiedad, aunque fuera un niño”, me confiesa, “tenía diez años y llevaba esperando ese momento desde hacía tiempo”.

Al igual que me sucedió a mí, Gauntlet se convirtió en una adicción común en la que se nos iban las horas, y en aquellos tiempos tampoco había muchas fuentes de entretenimiento.

Con todo, también comparto con el bueno de Pedro la sensación de ser pioneros: “Era una época de descubrimiento, no solo podía hacer juegos, también crearlos y aprendí a programar”, y de hecho está inmerso en la actualidad en la programación de una aventura en la plataforma de la que nos adelanta una captura.

Con pena, volvemos a 2022 cerrando este paseo de la nostalgia y respondiendo a una afirmación que ha abierto este artículo: el Spectrum me cambió la vida porque ese mes de abril de 1982 comenzó a germinar en mí una curiosidad y pasión por los ordenadores. Esa devoción me ha llevado a terminar a este lado de la pantalla escribiendo y disfrutando tanto de lo que hago. Al final, todo comenzó ese día que enchufé el Spectrum a la tele de casa…

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