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Realidad vs. Instagram: el engaño de Széchenyi, uno de los lugares más impresionantes del mundo

Balneario de Széchenyi, en Budapest, Hungría. Foto: Julia Alegre
Balneario de Széchenyi, en Budapest, Hungría. Foto: Julia Alegre (Julia Alegre)

Nadie que vaya a Budapest puede no acudir a su cita casi obligada con los balnearios y serán muchos, cientos, los que se decanten por el de Széchenyi, el más espectacular de todos ellos. ‘A priori’, porque, valga la frase trillada, no es oro todo lo que reluce y el engaño es de tamaña envergadura. Hubo un tiempo en el que el baño termal más famoso de la capital de Hungría no pasaba por los filtros de Instagram ni recibía la atención de los ‘influencers’ y anónimos a partes iguales, ávidos por captar en sus teléfonos celulares su paso por este enclave emblemático. “Lo que no se publica, no existe”, dicen por ahí, el mantra de nuestra posmodernidad que acatamos sin rechistar. Las redes sociales se han llenado de imágenes idílicas de Széchenyi, extendiendo su fama mundial como atracción turística por antonomasia. Y no hacia falta. Somos cientos, miles los que acudimos en masa ahí donde las modas y publicaciones varias nos dicen que vayamos. Y he aquí el problema: somos demasiados y eso solo se puede traducir en destrozo y una pérdida de esencia a veces insalvable.

Los baños de Széchenyi están considerados los más grandes baños termales medicinales de Europa, cuyas aguas desbordadas de sulfato de calcio, magnesio, bicarbonato, flúor y ácido metabórico están especialmente indicadas para el tratamiento de enfermedades degenerativas, dolencias traumatológicas e inflamaciones crónicas en las articulaciones. El vasto complejo está conformado por un total de 21 piscinas, que se dice pronto, pero es una bestialidad. Las dos mas emblemáticas se sitúan al aire libre, a una temperatura entre los 26 y los 38 grados, frente a un llamativo edificio de color amarillo y de estilo neobarroco construido en 1913. De hecho, es esta la estampa que ha trascendido al propio balneario y ha colmado las redes sociales de publicaciones que poco o nada tienen que ver con el sentido inaugural que guio su fundación: un espacio ideado en sus orígenes para impulsar la quietud, la tranquilidad y el bienestar.

Széchenyi, lleno de gente también al anochecer. Foto: Julia Alegre
Széchenyi, lleno de gente también al anochecer. Foto: Julia Alegre (Julia Alegre)

Ahora la que importa es dejar constancia de que uno fue y estuvo en el balneario de Széchenyi. Pocos son los turistas que prescinden de su cuota de fama y se niegan a retratarse metidos en el agua, con la icónica edificación detrás. Posterior a esto, resulta imprescindible retocar la imagen, explotar la saturación y subirla rápidamente al Instagram. La escena es, como mínimo, estrambótica: muchas personas, muchísimas, embutidas como sardinas en escabeche dentro de las piscinas tratando de disfrutar de la experiencia mientras decenas de ellas apuntan con sus celulares aquí y allá para capturar el momento. Si uno pudiera revisar todo el material gráfico y audiovisual que recogen los clientes del balneario en sus respectivos ‘smartphones’ durante su estancia de apenas unas horas, seguro que vería su cara aparecer en incontables de estas imágenes y vídeos con destino a las redes sociales ajenas. O, en el mejor de los casos, al álbum familiar de desconocidos que estos jamás volverán a revisar.

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Dentro del edificio amarillo, la escena se repite, no tanto por la presencia de celulares, bastante aplacada, sino por la cantidad ingente de personas que tratan de hacerse un hueco entre el gentío que se baña en el resto de piscinas termales que conforman Széchenyi, estas interiores. El ruido es ensordecedor y rebota en la fachada creando un efecto de zumbido constante que se incrusta en la cabeza. Las toallas multicolor bajo el imperio del blanco inmaculado (que hay que traerse de casa si no se quiere pagar de más) se amontonan en los escasos colgadores de los que dispone el espacio (escasos porque no pueden dar salida a tanta afluencia), sobre las calefacciones, allí donde se percibe una superficie... Allí se colocan para evitar que se mojen, donde sea, a las malas. Y reza porque nadie se confunda o te quite la tuya.

Szechenyi en una imagen idílica sin gente. Foto: AP Photo/Laszlo Balogh
Szechenyi en una imagen idílica sin gente. Foto: AP Photo/Laszlo Balogh (ASSOCIATED PRESS)

La diferencia entre lo que se difunde en Instagram y la realidad pasmosa que se encuentra quien acude al balneario de Széchenyi es cuanto menos, llamativa. El precio por persona para disfrutar de esta experiencia prometedora es de cerca de 40 dólares, una cifra nada despreciable. Ahora a bien, merece la pena ir a verlo, aunque solo sea para cerciorarse de que el engaño en el que incurren los responsables de este espacio es tal como se cuenta. Sacar conclusiones por uno mismo siempre será la mejor de las opciones. Ahora bien, para quien busque un lugar menos estridente y masificado, Budapest tiene varias opciones: el balneario de Rudas, el de Gellert, Lukcs, Király… No serán los más espectaculares, pero puede que sí más ‘medicinales’.

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