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El byte se corta por lo más delgado VIII: Netflix versus Linux

Estos episodios empiezan casi siempre de la misma forma: humildemente. Una pavadita. Una tontería que, además, no explica por sí cómo puso en marcha la serie de eventos que te dejó sin computadora, sin teléfono, sin smartTV, sin caldera o sin home theater.

Esta vez el problema se presentó luego de un hecho por completo insignificante. La computadora muy, pero muy legacy que usamos para ver películas y Netflix (solo eso, porque cuando se trata de una tarea crítica lo mejor es no instar 200 millones de cosas en un equipo) está conectada a una pantalla LED convencional (o sea, no es un smart TV) por medio de un cable DVI con un adaptador HDMI. Es tan legacy que no tiene HDMI. ¿Cuán legacy? Bueno, siéntense: la armé hace 13 años. Sí, trece.

Catástrofe en cascada

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Hace una semana o algo así hizo falta un adaptador DVI/HDMI en otra máquina y, aunque sabía que tenía por lo menos otros dos en mi estudio, fue más fácil sacar el del televisor. Craso error.

Luego, para ver una película, usé (provisoriamente) un cable VGA. Ya sé, no se ve igual, pero estaba cansado para ir a buscar algún otro, era tarde, etcétera. Pero, de todos modos, y este fue el primer síntoma, Netflix andaba a dos cuadros por segundo. Imposible. Así que terminamos usando un celular. Todavía me duele el cuello.

Al día siguiente, me propuse resolver el asunto y localicé otro adaptador entre mis innumerables repuestos. Supuse que todo sería soplar y hacer botellas, pero (Murphy, genio) después de volver a conectar todo exactamente como estaba antes, adivinen qué. Correcto. Netflix seguía andando mal, a los saltos. Observé, sin embargo, que solo ocurría a pantalla completa, no en una ventana. Así que, en rigor, parecía ser más bien un problema del motor de render del navegador. Ahora, aparte de que esto tenía cierto cierto sentido, no le encontré la gracia a eso de ver una película con los bordes de las ventanas a la vista. Había que arreglarlo.

Me puse a investigar un poco y descubrí que existía un driver (el controlador que media entre el sistema operativo y los dispositivos) de Nvidia para esa placa de video. Parecía ser la causa obvia y cometí el error de confiar en lo obvio. Le pedí a Linux que descargara e instalara ese driver, reinicié el equipo y todo parecía estar bien. Ley de hierro: cuando todo parece estar bien, está todo mal. En efecto, al iniciar sesión, Ubuntu lanzaba un error y me devolvía a la pantalla de inicio de sesión.

Genial. Había pasado de desconectar un simple cable a quedar desterrado del sistema.

Fin de ciclo

Antes de que lo pregunten, sí, inicié solo con la terminal y lancé X.Org (dicho simple, las ventanas de Linux) para ver qué ocurría. Simple: el sistema no podía iniciar el entorno gráfico (cortesía del nuevo driver) y me dejaba en la banquina, con la pantalla negra y el prompt. Pensé en desinstalar los controladores de Nvidia desde la terminal, pero no solo era una larga marcha (quitarlos y restaurar el controlador original), sino que además había otro motivo para no regresar al Linux que venía usando.

Ese equipo estaba andando con un Ubuntu 16.04 (es decir, de abril de 2016). En cinco meses, por lo tanto, iba a tener que reemplazarlo, cuando llegara al final de sus cinco años de soporte. Ya lo había intentado antes, con un 19.10 (o sea, de octubre de 2019), pero la actualización me había dejado de a pie. Cosa rara con Linux, pero puede pasar con equipos tan antiguos. En todo caso, este accidente se presentaba como una ocasión excelente para intentar de una vez ponerle un sistema operativo que tuviera soporte durante el próximo lustro.

Quise creer (intenten evitar el wishful thinking, es una pérdida de tiempo) que Ubuntu 20.04 habría resuelto los problemas de compatibilidad de la versión 19.10. Lo instalé, y todo lo que obtuve fue un show de fuegos artificiales y defectos de video que, ocasionalmente, permitían divisar algún botón de las ventanas. No iba a andar, y tampoco quería resignarme a volver al 16.04.

Fui a algo más mesurado, en términos de video: Linux Mint. Probé primero con la edición Mate. Una vez más, la pantalla de instalación mostró efectos anómalos, al punto que ni siquiera entró en modo gráfico. Había pasado ya varias horas lidiando con el asunto y estaba empezando a considerar que esa noble máquina había llegado al fin de su ciclo. Con 13 años cumplidos en junio, su longevidad era un milagro. En medio le había reemplazado algunos componentes que se desgastan rápido (como la fuente de alimentación), pero el motherboard, el microprocesador y las memorias era los originales. La placa gráfica, responsable del todo el siniestro, era también muy vintage (¡pero hasta hacía dos días andaba, caramba!). Me conozco, no obstante, y me cuesta dar el brazo a torcer. Repasé mentalmente cuáles eran las distribuciones de Linux que nunca me habían fallado. En mi experiencia, la lista tenía una sola entrada: Lubuntu.

Nota para veteranos: Lubuntu es la única en mi lista, pero eso no significa que en vuestras listas no haya otras distros. Si conocen otro Linux que en decenas de equipos, durante casi dos décadas, nunca, en ninguna circunstancia, falló al instalarse o al reiniciarse tras una instalación o una actualización general, soy todo oídos. Será un aporte para todos los que están pensando en probar este sistema operativo.

Ligero y compatible

Mientras colocaba la imagen de Lubuntu 20.04 en un pendrive para instalarlo, me preguntaba cómo era posible que desconectar un cable hubiera desencadenado semejante situación (pésimo rendimiento a pantalla completa; un cambio de controlador que me había expulsado del sistema, y la imposibilidad de instalar una versión con soporte a largo plazo). Nunca iba a saberlo, esa es la verdad. Ya había reemplazado el 16.04 original y toda prueba forense (por así decir) estaba ahora tapada de nuevos bits. Pero las series son un culto aquí, y aunque no soy de mirarlas, me debo a mi público, y obviamente soy el técnico, administrador y responsable de mantenimiento de cuanta cosa anda con electricidad en esta casa.

Con cierta ansiedad, inserté el pendrive con Lubuntu 20.04 en un puerto USB, arranqué el equipo y cuando vi la pantalla de instalación, apreté Enter. Crucé los dedos y esperé. Luego apareció el Escritorio de Lubuntu, sin fuegos artificiales ni alucinaciones psicodélicas. Por supuesto, faltaba mucho para cantar victoria, pero era un avance. Tímidamente, lo puse a instalar. En unos 15 minutos estaba listo para reiniciarse. "Ahí vamos de nuevo", me dije, y le di OK.

Tras esperar un rato, llegó la pantalla de ingreso al sistema. Había un parpadeo que no me gustaba. y ya estaba por ponerme a despotricar cuando el Escritorio de Lubuntu apareció claro y distinto, sin chisporroteos ni estroboscopios ochentosos. Me informó de una actualización del sistema. Previsible. La instalé. Después de eso y de reiniciar, entré en Netflix con la más absoluta convicción de que iba a andar mal. Pero no. A pantalla completa, en una máquina con 13 años de servicio, se veía a la perfección. Eso sí, no tenía sonido.

Sabía que iba a ocurrir, no obstante. Fui a la configuración de audio, donde estaba seleccionado el dispositivo de sonido interno, que no tiene ni por asomo la calidad de una placa decente. Sin embargo, y como corresponde, Lubuntu había instalado también los controladores para la placa adicional que puse en esa máquina (una SoundBlaster Audigy, también vintage, pero que sigue sonando magníficamente), solo que no la había seleccionado como la principal (típico). Cambié eso y, luego de una tarde de dar batalla, el equipo estaba pasando series y películas sin pestañear. Dio abasto para varias horas de entretenimiento, cuyos ecos llegaban, tranquilizadores, a mi estudio, donde estaba escribiendo. Pero al rato se presentó un nuevo problema.

Esperen. A no desesperar. Resulta que me había olvidado de configurar el protector de pantalla, que cada 15 minutos se activaba, insolente, mostraba unos bonitos rayos de luz azul, y bloqueaba la pantalla. Justo lo que uno necesita cuando está mirando una serie, ¿no? Me preguntaron si podía resolver eso, cosa que hice mientras me decía por dentro:

-In your face, obsolescencia programada.