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La campeona de la vida

Un abrazo a las madres en su día
Un abrazo a las madres en su día

Se puede decir que conociendo a una madre, se las conoce a todas. Tienen valores, metas, actitudes comunes que las hacen reconocibles.

De la raza que sean, humanas o del reino animal, ellas viven para sus hijos. Pero también cada hijo siente que su madre es única, que hay detalles que la hacen inconfundible.

Por eso hay tantas “mejores madres del mundo” como progenitoras lo habitan o lo hayan habitado. Este introito es para poder hablarles de la “mejor madre del mundo”: la mía.

Ella hace diferencia desde su nombre: placer. Sí, ese es su nombre. Y es un “placer” tenerla de madre.

Hija de inmigrantes italianos. Heredera cultural de la crianza europea del siglo pasado, tuvo la valentía y la inteligencia para agiornarse e innovar en la crianza de sus hijos.

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Seguidora de Sokolinsky y Escardó, aplicó todos los métodos que le parecieron buenos, adaptándolos a nuestro entorno y posibilidades, para hacer que nosotros, sus tiernos retoños, saliéramos al mundo equipados de la mejor manera: sanitos, limpitos y leídos.

Reconozco que a falta de fundamentos científicos que sustentaran alguna que otra forma de criarnos, le puso una muy grande cuota de amor. Mal no le fue. Salimos derechitos, trabajadores, respetuosos y estudiosos. Pero no perfectos.

Crecimos, nos independizamos, nos fuimos y ya lejos de su tutela, le fallamos. Ella estuvo cuando la precisamos. Siempre. Nosotros no estuvimos cuando nos precisó. Y duele. Le duele a ella, claro. Pero hoy ya mayor, Me duele a mí y mucho.

Dios me debe querer más de lo que creo porque permite que a pesar de todo lo que pasó mi vieja hoy este aquí para que yo pueda decirle: “Mami, estuve lejos de vos mucho tiempo, no te traté como debía. No soy el hijo que te merecías, pero nunca dejé de quererte”. No puedo cambiar lo que hice mal, pero puedo ser mejor desde hoy.

Y solo el amor de una madre puede hacer que ignore las cicatrices que le dejamos en el corazón y abrir los brazos para recibirnos sin importar lo que hicimos.

Incondicional, así es Placer. Fuerte, pero con la fortaleza del espíritu templado. Inteligente y audaz como para plantársele a la vida y al destino y doblarle el brazo como lo hizo más de una vez. Mi vieja es una campeona de la vida.

Y ahora que soy padre, ella me dejo el listón tan alto que es imposible superarlo. Imposible ser mejor que ella, ¡porque ella es la mejor madre del mundo!