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Comprando credibilidad en el FMI

"¿Sabés qué tipo de plan nunca falla? No tener plan en absoluto. Ningún plan". Así dice, en una frase memorable, Ki-taek, el personaje principal de la película surcoreana Parásitos al hablarse a su hijo Ki-woo. La película del director Bong Joon-ho y ganadora del Oscar en 2020 continúa así: "¿Sabes por qué? Si haces un plan, la vida nunca funcionará de esa manera... Sin planes, nada puede salir mal."

Esto, que puede haberle resultado a Ki-taek, ciertamente no es aplicable a la política económica de un país, y menos aún a un país en crisis como el nuestro. Sin plan, seguramente todo nos saldrá mal. Tomando prestado algo del profesor Juan Carlos de Pablo (pero sin responsabilizarlo por lo que escribo), la secuencia decisoria para cualquier plan tiene que ser: "condiciones iniciales - objetivos - instrumentos - estrategia implícita - resultados -¿qué aprendimos?" Vamos a pensar algunos de estos problemas a continuación.

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Las condiciones iniciales son las de un país que es el campeón mundial de las recesiones (un 40% de los años desde 1960) y que está estancado desde 2011. Además, a pesar de haber implementado amplios programas redistributivos, no para de generar pobres. Tiene déficits fiscales crónicos, los cuales, cuando logra financiarlos con deuda, lo llevan a defaults reiterados, y cuando no puede emitir deuda lo lleva a tener una de las inflaciones más altas del planeta. Es decir, el principal problema es de crecimiento, de creación de riqueza que permita generar empleo genuino para bajar la pobreza, y de una discrepancia entre lo que quiere gastar la población y lo que quiere pagar de impuestos. Finalmente, llovido sobre mojado, al país lo impactó con fuerza la crisis del Covid-19. No es poco el desafío.

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Para fijar los objetivos y no abrumarnos, vamos a seguir el consejo de un gran filósofo occidental, "Mostaza" Merlo, y vamos paso a paso. Lo que tenemos que lograr inicialmente es salir de la crisis del Covid-19 con un crecimiento fuerte y que al mismo tiempo permita establecer un sendero de convergencia fiscal; esto, a su vez, permitirá evitar un salto inflacionario descontrolado que generaría más pobres aún. Este desafío tampoco es menor, ya que definí un par de objetivos -crecimiento y consolidación fiscal-, pero implícitamente, aunque tajantemente, excluí los dos instrumentos fundamentales del manejo macroeconómico: la política fiscal y la monetaria. Otros países están usando estos dos instrumentos en forma masiva, pero nosotros lamentablemente no podemos.

La única forma de lograr crecer en este caso es que sea el sector privado el que empuje la reactivación, sin o con poca ayuda estatal. Ello nos deja como único "instrumento" al más volátil de todos, la confianza. Pero nos da una gran guía para la estrategia a seguir. Implica, además, toda una definición: si es el sector privado el que nos va a salvar, hay que pensar qué necesita.

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En primer lugar, hay que eliminar la incertidumbre que genera el proceso de reestructuración de la deuda pública. Esto, en teoría, es muy fácil de lograr. Desde el punto de vista político, llegar a un acuerdo no tiene ningún costo. Según una encuesta de Poliarquía, solamente el 15% de los votantes del Frente de Todos y un 3% de los votantes de Juntos por el Cambio piensa que debemos seguir en default. Desde el punto de vista legal, las diferencias entre el Gobierno y los principales acreedores son fácilmente salvables. Desde el punto de vista económico, también. La propuesta del Gobierno y la de los acreedores difieren en tan poco, que argumentar que alteraría la sustentabilidad no tiene ningún asidero. Adicionalmente, más del 70% de la reducción total en los servicios de deuda que traería aparejada la propuesta de los acreedores sería durante los primeros cuatro años; es decir, más allá de lo que uno piense de la reestructuración, está claro que el ganador nato sería el gobierno de Alberto Fernández. No llegar a un acuerdo desafiaría entonces todos los parámetros de racionalidad económica y política.

En segundo lugar, como venimos insistiendo en esta columna, hay que dejar de meter en el arco pelotas que van para afuera de la cancha. La ley de alquileres, la ley de teletrabajo, las kafkianas restricciones cambiarias, los fuegos de artificio estatizadores y otras medidas son elementos devastadores para la confianza. Como dice también De Pablo, "en la Argentina los habitantes en general, y los empresarios y ejecutivos en particular, están tan ocupados que no les queda tiempo para trabajar". Ocupados viendo cómo hacer frente a las regulaciones, y no trabajando en crear productos, servicios y empleo.

El tercer punto es el más difícil, por lejos: hay que lograr proyectar un horizonte de consolidación fiscal y que, al mismo tiempo, caiga la presión tributaria. Sin una consolidación fiscal, personas y familias sabrán que en poco tiempo sobrevendrá o bien otro default o una hiperinflación, o ambas cosas. Con un horizonte así, sería imposible que el sector privado genere crecimiento. Todo lo contrario.

Esta tarea tiene dos dificultades difíciles de salvar. La primera es la política: generar una reducción del déficit y de los impuestos requiere bajar el gasto público, tarea que, ya sabemos, es muy difícil. En teoría, no es difícil: hay partes del gasto que no se pueden tocar y hay otras donde hay mucho despilfarro. Maestros, médicos, policías, por ejemplo, están en la primera categoría; el déficit escalofriante de Aerolíneas Argentinas y el primo del concejal del pueblo que es asesor del concejal, por ejemplo, están en el segundo grupo. La cuarentena nos da una ayuda: si el/la empleado/a estuvo mirando películas estos meses sin alterar ningún servicio del Gobierno, quizás esté en la categoría despilfarro. En la práctica, todo es mucho más difícil.

La segunda dificultad es la de la credibilidad. Supongamos que vemos una planilla de Excel que nos muestra una eliminación del déficit fiscal primario para, a modo de ejemplo, 2023: ¿Cómo podemos creer que se va a implementar?

Contar con un presidente que sigue el modelo uruguayo no ayuda. No me refiero al modelo uruguayo de Lacalle Pou, tan de moda hoy, sino el de el "Pepe" Mujica. Lo conocí cuando era precandidato a presidente y me quedé impresionado con una muletilla suya: "Como te digo una cosa te digo la otra". Alberto Fernández es la encarnación del Mujicanismo en esta orilla del Río de la Plata. Vamos a ir más allá en el tiempo y en el espacio para ver cómo solucionar este problema.

Ulises, también llamado Odiseo y personaje mitológico de la Odisea, era conocido como muy astuto y versátil, siempre dispuesto a confundir, desorientar y burlar a sus oponentes. Tanto, que muchas veces no le creían. Le costó mucho convencer a los Troyanos, por ejemplo, de que el caballo que había enviado era realmente un regalo (aunque esta historia es muy entretenida y me lleva sin querer a pensar en la reforma judicial, no es el centro de esta nota). Lo que podemos aprender de Odiseo en nuestro caso es que, para soportar el canto de sirenas -que lo podía llevar a la muerte-, cuando pasaba con su barco pidió que lo ataran al mástil y exigió a sus marineros que no lo desataran, aunque él se los suplicara.

Paradójicamente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) es el único mástil que tiene el Gobierno para atarse y lograr que el mercado, empresarios y familias crean que va a implementar una consolidación fiscal en serio.

El ministro de economía Martín Guzmán ya anunció que el Gobierno iniciará conversaciones con el FMI para un nuevo programa. Este paso es necesario, ya que la Argentina enfrenta vencimientos muy elevados con ese organismo a partir de 2021, y lograr un acuerdo es la única forma de posponer esos pagos. Quizás hasta se podría conseguir algo de financiamiento adicional. Hay dos tipos de programas a los que puede aspirar la Argentina: un acuerdo Stand By o un Extended Fund Facility. Este último, que -hablando de Odiseo- terminó tomando el gobierno de Grecia en 2012, exige más reformas estructurales que un acuerdo Stand By, pero al mismo tiempo permite posponer por más tiempo los pagos de deuda.

Lo mínimo que va a pedir el FMI en un acuerdo Stand By -que hoy parece políticamente más factible para la Argentina-es un plan de consolidación fiscal, un programa monetario consistente, y el levantamiento parcial de las restricciones cambiarias. También, alguna mínima reforma estructural (si nos leen en Washington, por favor pidan la anulación de la ley de teletrabajo).

Lo que acabamos de describir es lo que la Argentina debería hacer. Otra cosa es lo que vayan a hacer las autoridades. Para eso, mejor pregúntenle a Bong Joon-ho.

El autor es economista. PhD (Universidad de Pensilvania); fue economista jefe para América Latina de Bank of America Merrill Lynch. Coautor de ¿Por qué fracasan todos los gobiernos? c/S.Berensztein