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Cuatro sucesiones que están demasiado lejos presionan hoy a la economía

Handout picture released by the Argentine Senate showing Argentina's outgoing president Mauricio Macri (2-L) and incoming president Alberto Fernandez (L) greeting each other as former president Cristina Fernandez de Kirchner (2-R) flashes the victory sign and the president of the Chamber of Deputies Sergio Massa (R) applauds during the inauguration ceremony at the Congress in Buenos Aires on December 10, 2019. (Photo by Charly DIAZ AZCUE / ARGENTINA'S SENATE / AFP)
La vicepresidenta Cristina Kirchner y el ministro de Economía, Sergio Massa, acordaron una implementar una riesgosa operación: llegar a octubre de 2023 sin devaluar - Créditos: @Abdulmonam Eassa

La película Un puente demasiado lejos, basada en el libro homónimo, trata sobre una osada acción de las fuerzas aliadas de septiembre de 1944. En la operación, llamada Market Garden, los aliados arrojaron paracaidistas hasta 100 kilómetros detrás de las líneas enemigas, en territorio de los Países Bajos, para capturar todos los puentes sobre una ruta por la cual luego circularían las fuerzas mecanizadas. Pero un puente, el de Arnhem, resultó estar demasiado lejos para las tropas aliadas. Los alemanes retrasaron el avance terrestre y la operación fue un rotundo fracaso. Los aliados no lograron retener ese puente y gran parte de los paracaidistas británicos debieron rendirse.

Cuando Sergio Massa asumió como ministro de Economía el 28 de julio de 2022, él y Cristina Kirchner decidieron implementar una riesgosa operación: llegar a las elecciones de octubre de 2023 sin devaluar. La operación puede terminar en un rotundo fracaso. Las tensiones generadas en la economía por las cuatro sucesiones políticas en curso ya eran un obstáculo importante para este arriesgado plan. Pero la sequía y los desequilibrios fiscales y monetarios pueden hacer que, como el puente de Arnhem, el 22 de octubre quede demasiado lejos.

Un politólogo me dijo una vez, exagerando, que “el único problema de la política es la sucesión.” Este año, la economía argentina está sujeta no a una, sino a cuatro sucesiones políticas. Estas generan tensiones extremas en un contexto de debilidad fiscal, monetaria y de reservas internacionales.

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La primera sucesión es la más obvia: la presidencial. Por sí sola, sería una fuente importante de riesgos, especialmente en un país donde todas las políticas públicas cambian 180 grados de un gobierno a otro. Pero, esta vez la sucesión presidencial difícilmente pueda explicar las tensiones a las que están expuestos la economía y los mercados. Pues si algo podemos decir con algún grado de certeza es que la coalición de gobierno perderá estas elecciones, y hasta, quizás, quedará sujeta a una derrota histórica. Una inflación que superará con creces el 110% interanual en octubre, caídas reales de los salarios y las jubilaciones y un aumento importante de la pobreza se suman a la falta de un candidato o candidata de peso en la coalición oficialista.

Si está claro que va a ganar un candidato o candidata de oposición, que implementará reformas fiscales y estructurales, ¿por qué no vuelan las acciones y los bonos? En 2015, la expectativa de que ganaría un candidato moderado, ya fuera Mauricio Macri, Daniel Scioli o Sergio Massa, trajo calma en los mercados y ayudó a la entonces presidente Cristina Kirchner a llegar al final de su mandato sin mayores sobresaltos. Debe haber otros factores en juego esta vez. En mi opinión, esos factores son las sucesiones políticas, relacionadas entre sí, que hacen que sea mucho más difícil predecir como será la Argentina en 2024-2027. La economía y los mercados son aversos a la incertidumbre.

La primera es la sucesión en el Frente de Todos. Por más que parece que Cristina Kirchner estaría logrando mantener “la lapicera” para estas elecciones, su liderazgo tiene fecha de caducidad. Los políticos son como los activos financieros: tienen un valor del que se descuentan los resultados electorales futuros. Alejada de la contienda electoral, y siendo jefa de lo que pinta como un importante fracaso de gobierno y electoral, para el peronismo no kirchnerista el valor de la vicepresidenta caerá luego de las elecciones. Esto es aún más cierto en un partido de poder que, como el peronismo, lo único que no perdona es la derrota. Esto, a menos que el kirchnerismo logre atrincherarse en la provincia de Buenos Aires. Pero, si la sucesión ocurre, ¿quién la reemplazará? No lo sabemos.

La principal coalición opositora, Juntos por el Cambio (JxC), también está sujeta a las tensiones derivadas de la sucesión del liderazgo de Mauricio Macri. ¿Lo sucederá una versión de centroizquierda, como Horacio Rodriguez Larreta, o una de centroderecha, como Patricia Bullrich? ¿Podrá mantenerse unida la coalición cuando los problemas surgidos de intentar estabilizar la economía afloren, en caso de ganar las elecciones? No lo sabemos.

Las rispideces al interior de las dos grandes coaliciones se vinculan con una cuarta sucesión, la que intenta imponer Javier Milei sobre el sistema político. Desde inicios de siglo que la política argentina se organiza a lo largo del eje populismo vs. antipopulismo. Juntos por el Cambio es una coalición nacida para enfrentar al populismo kirchnerista. Sin embargo, si fuésemos España, quizás Rodríguez Larreta y gran parte del radicalismo serían parte del Partido Socialista (PSOE), y Bullrich y el actual Macri serían parte del Partido Popular (PP). Aquí los une el espanto al populismo. Milei apunta a cambiar esta lógica y a estructurar la política en líneas ideológicas. Está armando su partido con dirigentes ociosos de la UCeDe y del menemismo, entre otros, y apunta a capturar la centroderecha de JxC. Y le propuso a Bullrich competir en una interna. ¿Cómo estará configurada la política luego de las elecciones? No lo sabemos.

El tercer programa de dólar soja solo aportó US$1900 millones, muy lejos de los US$5000 millones esperados
El tercer programa de dólar soja solo aportó US$1900 millones, muy lejos de los US$5000 millones esperados

El ascenso de Milei en las encuestas le agrega un riesgo adicional a la economía. Por más que sus economistas lo nieguen, la gran mayoría de quienes ejercen la profesión y de la población tiene claro que, en un país sin dólares, la dolarización tiene que ser precedida por una licuación de los activos en pesos. Es decir, por una hiperinflación. Si bien no se sabe si atribuirlo a esta expectativa o a la impericia de este gobierno, lo cierto es que la demanda de dinero ya cae fuertemente. El circulante –dinero en nuestras billeteras– bajó de 3,9% del PBI en abril de 2022 a 2,9% el mes pasado. La menor demanda de dinero y la suba permanente de su oferta empujan la inflación para arriba. Por algo el Indec quiso postergar la publicación del dato de abril para después de las elecciones provinciales del 14 de mayo. El número será parecido al de marzo, y la inflación interanual superará el 106%.

Mientras tanto, la sequía, la sobrevaluación del peso en el mercado oficial de cambios y el adelanto de exportaciones de soja a 2022 causan estragos en las reservas. El tercer programa de dólar soja solo aportó US$1900 millones, muy lejos de los US$5000 millones esperados. En lo que va de 2023, el Banco Central vendió US$5900 millones y las reservas cayeron casi US$10.468 millones. Netas de encajes de los depósitos en dólares, de deudas como el swap con China y del oro, las reservas son negativas. Para intervenir en el mercado cambiario es posible que el Banco Central esté usando dólares de los encajes bancarios. Por eso, no extraña que los depósitos del sector privado en dólares en el sistema bancario hayan caído en más de US$1000 millones en los últimos 30 días hábiles, hasta los US$15.343 millones.

Hasta ahora, el programa con el FMI está llevando a una espiral creciente de inflación, tasas y depreciación del tipo de cambio. La inflación se acelera y el Fondo le pide al Gobierno que deprecie el peso más rápido, para que el tipo de cambio no se atrase tanto, y que suba las tasas de política monetaria, para intentar mantenerlas en terreno positivo en términos reales, con el propósito de evitar mayor presión en la brecha cambiaria. El peso se depreció en el mercado oficial un 5,5% por mes en enero y febrero, un 6% en marzo, y 6,5% en abril. Las tasas de las Leliq subieron de 78% nominal anual a fines de marzo a 91% desde el 27 de abril. De mantenerse en este nivel, el costo de las Leliq ascenderá a la friolera del 8% del PBI en 2023.

Esta espiral de precios, tipo de cambio y tasas no tiene fin, porque el esquema no logra lo más importante: recobrar la confianza en nuestra moneda. Difícil que esto pase cuando las reservas caen casi todos los días y cuando se ve que una devaluación y una mayor emisión monetaria están cada vez más cerca. Los números son acuciantes. Para que el Banco Central pueda acumular reservas en lo que queda de 2023, las importaciones tendrían que caer cerca de 40% interanual. Es decir, un ajuste impracticable para la Secretaria de Comercio, más cuando parece haber algunos incentivos en contrario.

Estas crisis de confianza no se solucionan solas. Se requieren acciones –una devaluación y un mayor ajuste fiscal– y dinero fresco, como podría ser un adelanto de desembolsos de los compañeros del FMI. Solo esta combinación podría convencer al mercado y a la población de que el gobierno quizás llegue a la elección y, luego, al salto exportador que se espera para 2024 sin mayores sobresaltos. En términos bélicos, se requieren importantes refuerzos para las tropas e implementar un contrataque. De otra manera, las cuatro sucesiones estarán demasiado lejos y tanto Sergio Massa como Cristina Kirchner quedarán como el general británico Bernard Montgomery en el caso de la operación Market Garden, manchados por la culpa de la derrota.