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Al dilema inflacionario falta sumarle el componente cambiario

Fabian Marelli
Fabian Marelli

“El programa económico va a ayudar a desacelerar la inflación, de eso estamos seguros”, dijo el presidente Alberto Fernández en París, unos días antes de que el Indec publicara el índice de inflación de abril. El 6% mensual llevó la inflación anual al 58%, superando el índice máximo que se había registrado durante el gobierno de Mauricio Macri, en mayo de 2019.

El promedio de inflación mensual de los primeros cuatro meses del año fue de 5,3%, más alto que el de igual período de 2002 y el mayor, por lejos, desde 1991. Matemáticamente, no debería ser tan difícil bajarla. El dirigente piquetero Luis D’Elía, extrapolando la desaceleración de 0,7% que se observó entre marzo y abril, argumentó, con más corazón que análisis, que al mismo ritmo de desaceleración durante cuatro meses, la inflación llegaría al “2,8% mensual”. Pero, como decía el ex decano de la escuela de negocios de la Universidad de Nueva York, Peter Blair Henry, “a veces el análisis económico obliga a la cabeza a abrazar conclusiones que el corazón preferiría rechazar”. Veamos cuáles son esas conclusiones.

Las mediciones preliminares de mayo apuntan a una inflación cercana al 5% mensual, lo que llevaría la inflación interanual arriba del 60%. A la suba del precio de la nafta se suman el aumento de prepagas, colegios privados, expensas, TV por cable y otros más. En junio, si los funcionarios del sector energético que responden a Cristina Kirchner se dignan, deberían implementarse las subas de las tarifas de gas y electricidad, que le pondrán un piso elevado a la inflación del mes. Es decir, es probable que la inflación de junio esté por encima del 5%, lo que llevaría la inflación del primer semestre a superar el 36%, o un 85% en forma anualizada.

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La baja de la inflación deberá esperar al segundo semestre. Pero aquí se cuela, además del impulso de salarios y otras dinámicas inerciales, una perspectiva monetaria y cambiaria que hará difícil que la inflación caiga sustancialmente.

En los primeros cuatro meses del año, el peso se depreció “solamente” un 12,2% contra el dólar. Comparado con un año atrás, la moneda local había caído un 23,3% a fines de abril. El peso, ajustado por las inflaciones relativas de la Argentina y la de Estados Unidos, se había fortalecido un 16% interanual contra el dólar a fines del mes pasado. Es decir, el Gobierno sigue usando, al igual que en 2021, al tipo de cambio para bajar la inflación o, mejor dicho, para evitar que suba más.

Este atraso cambiario no sería un problema si la situación del sector externo fuese holgada, pero no lo es. Hasta el 17 de mayo, el Banco Central (BCRA) había comprado solo US$776 millones en el mercado cambiario, comparado con compras por 5,183 millones en igual período de 2021. Esta mala performance se da en el contexto de exportaciones récord. En los primeros cuatro meses de 2022 se exportaron cereales y oleaginosas por US$11.097 millones, según la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina, el máximo valor histórico y US$1342 millones más que en esos meses de 2021.

La evolución de las reservas brutas, que además de las compras o ventas del Banco Central refleja los usos de reservas para el pago de deudas y las variaciones de cotización, como por ejemplo el oro, fue más dramática aún. Hasta el 17 de mayo cayeron, excluyendo el desembolso del FMI, US$4857 millones, comparado con un aumento de US$1854 millones en 2021.

¿Por qué pierde reservas el Central, si las exportaciones fueron tan altas? El análisis del balance cambiario, un reporte de las transacciones externas que publica el BCRA, da buenas pistas. En primer lugar, durante el primer trimestre las importaciones aumentaron a un ritmo mucho más elevado que las exportaciones. Entre las importaciones se destacan las energéticas, con un crecimiento del 191% interanual en el primer trimestre, según el Indec, pero las otras importaciones también crecen fuertemente.

La balanza de servicios también tuvo un cambio fenomenal, alentado además por el levantamiento de las restricciones de viaje. El déficit fue de US$2352 millones en el primer trimestre, contra US$683 millones de déficit en el primer trimestre de 2021. El pago de intereses y capital de la deuda externa aumentó en US$1000 millones, y la compra neta de divisas por parte de los argentinos se expandió en casi US$500 millones.

Lo que se ve también en el balance cambiario es que no entra prácticamente un dólar, exceptuando los del FMI y otros organismos multilaterales. Nada que no se pueda prever, excepto para los genios que diseñaron y defienden esta política económica, dado que cada dólar que entra al país se cambia a un precio mucho menor que el de mercado, y queda atrapado en la Argentina.

El fenómeno subyacente al problema de las reservas es que hay un tremendo atraso cambiario. En un esquema económico que combina cepo con atraso cambiario, como el que hubo de 2011 a 2015 o el actual, la población compra sustitutos de dólares como puede, en forma de bienes, viajes o cancelación de deudas.

La única forma de arreglar este desequilibrio es con una devaluación del peso que supere a la inflación, es decir, lo contrario a lo que viene pasando hace 15 meses.

Una devaluación permite, en teoría, aumentar las exportaciones y reducir las importaciones de bienes y servicios y, por lo tanto, equilibrar el sector externo. Sin embargo, de la teoría a la realidad operan varias deficiencias estructurales del país. La primera es que, al ser una economía muy cerrada a las importaciones, también exportamos poco. Quien poco compra, poco vende. Somos el sueño de Aldo Ferrer; vivimos casi con lo nuestro. Esto hace que un salto devaluatorio traiga pocas exportaciones adicionales, y que estas traccionen poco sobre la actividad económica. Y les lleva tiempo a las empresas rearmar sus vínculos exportadores que fueron desarmando en los años de cepo cambiario.

Esto deja el grueso del ajuste externo a las importaciones. Devaluar en la Argentina es hacer contraer las importaciones y, por lo tanto, el consumo de bienes. Además, como el país protege más a los productores de bienes finales que a los productores de bienes intermedios, la industria local usa muchos componentes importados. La de electrónicos es el caso extremo, siendo casi una ensambladora de partes importadas. Es decir, devaluar es hacer caer también el consumo de bienes nacionales. Devaluar es contractivo y por eso los gobiernos populistas tratan de evitarlo.

Es por ello que, en un ejercicio de procrastinación diseñado para intentar dejarle una nueva bomba al próximo gobierno, el Central optó por acelerar las mini-devaluaciones diarias, pero de una forma muy inconsistente. El peso se depreció casi 4% contra el dólar en abril, comparado con un promedio de 1,1% mensual en los siete meses previos a las elecciones de 2021. Sin embargo, la depreciación del peso es menor que la inflación, y ambas son mayores que la tasa de interés.

La combinación de tasas de interés menores que la depreciación y éstas menores que la inflación es una receta para una lenta pero segura debacle. Los agricultores, por ejemplo, preferirán en estos meses endeudarse en pesos y sentarse sobre la cosecha, aprovechando que las tasas son menores que la devaluación esperada. Menos dólares aún para el Banco Central. Este esquema se viene dando desde inicios de 2022, cada vez a niveles crecientes de tasas, inflación y devaluación. Como no soluciona el problema de fondo, lo que veremos en los próximos meses será una aceleración de la inflación, alimentada por nuevas subas de salarios, de las mini-devaluaciones y de las tasas de interés, pero siempre corriendo la pelota desde atrás. Hasta que el FMI diga basta, o hasta que el BCRA se quede sin reservas. Ahí la devaluación del peso será inevitable, sumando más presiones a la inflación.

Este esquema se alimenta, además, con la reanudación de la emisión monetaria para financiar al Gobierno. El déficit fiscal, madre de los problemas inflacionarios y cambiarios argentinos, fue muy elevado en el primer trimestre. Los subsidios energéticos más que se duplicaron y es probable que aumenten en al menos 0,8% del PBI en 2022. A esto se sumó que el mercado, que comienza a preocuparse por las implicancias prácticas de estos desequilibrios macro, no renovó toda la deuda del Gobierno que vencía en abril. El fisco tuvo que recurrir a la máquina de imprimir nuevamente: entre el 29 de abril y el 9 de mayo el BCRA le prestó $166.000 millones de pesos al Gobierno. Leña al fuego para la inflación y leña al fuego para la brecha cambiaria, que se despertó después de una modorra que duró unas semanas. Esta dinámica cambiaria, monetaria e indexatoria debería hacerle entrar alguna duda al Presidente sobre la suerte de la inflación en los próximos meses.