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Distorsiones: cada vez hay más comparaciones de precios insólitas en la economía argentina

Un ciudadano promedio paga lo mismo por su boleta de luz que por una pizza de ocho porciones
Un ciudadano promedio paga lo mismo por su boleta de luz que por una pizza de ocho porciones

Hace tiempo que los quioscos dejaron de dar cambio en caramelos. Dos masticables equivalen a un boleto de colectivo en la Ciudad de Buenos Aires, de $18. La persistente inflación -fue 6% en abril y que marcó un pico desde 1992 en la medición interanual-, el desorden macroeconómico, y las intervenciones en el mercado por parte del Estado son algunas de las causas apuntadas por los especialistas para comprender la creciente distorsión de precios en la microeconomía argentina. Las consecuencias se reducen a insólitas comparaciones de valores entre los bienes y servicios clásicos del consumo.

Uno de los principales motivos por los que el ciudadano promedio se encuentra que paga lo mismo por su boleta de luz que una pizza de ocho porciones es la regulación de precios tarifados, particularmente los más atrasados como el transporte o la electricidad, cuyo valor se debatió esta semana en audiencias públicas.

Cualquier comparación entre los servicios públicos y el resto de los precios es “ridícula”, de acuerdo con Camilo Tiscornia, economista y director de C&T Asesores Económicos. “El deseo del Gobierno de luchar contra la inflación a partir de controlar precios y pisarlos genera estas distorsiones con los precios libres. Se genera un retraso”, explicó.

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Aún enfrentado a otros precios regulados, como aquellos que forman parte de la canasta de Precios Cuidados, los valores relativos resultan burdos. Un plan mensual de 300 megas para el hogar y 50 gigas de conexión para el celular ronda entre los $1500 y $2000 en las principales compañías de telefonía e internet. Es el equivalente a un kilo de queso sardo en Gran Buenos Aires, de acuerdo con el último relevamiento realizado por el Indec, publicado ayer.

Lo mismo ocurre con las boletas de gas, cuyo aumento también se discute en este momento -y genera chispazos en la interna oficialista-. Una factura mensual de usuario residencial con un consumo promedio de 43 metros cúbicos (m3) es cercana a $704. Es el equivalente a una leche en polvo entera de 800 gramos, según el Indec.

Una macro distorsionada es la madre de la distorsión de precios. Un nivel de emisión monetaria por encima de la oferta de bienes y servicios genera estos contrastes”, explicó Damián Di Pace, de Focus Market.

El desfasaje es menor cuando los precios regulados son más comparables o están más atados a valores internacionales, como es el caso de los combustibles, que tuvieron un aumento de entre 9% y 11% a principios de esta semana. De acuerdo con Tiscornia, sigue siendo barato cargar un tanque de nafta en la Argentina, en contraste con otros países. Sin embargo, llenar 50 litros (el promedio del tanque de un auto mediano) a un valor de $122,13, representa un desembolso cercano a los $6000. Se trata del equivalente a una remera de una marca de primera línea, de producción nacional en los principales shoppings o comercios a la calle.

La causa de esta distorsión incluye otro problema, de acuerdo con los economistas. La indumentaria es el rubro que más aumentó en lo que va del año en GBA (29%), casi 6 puntos porcentuales por encima del alza generalizada medida por el Indec. “Es un rubro protegido. El Gobierno traba las importaciones de productos finales y genera que los locales puedan subir más los precios. Donde la importación está cerrada, se genera mayor inflación”, detalló el economista.

La falta de competencia en la industria es una de las apuntadas como la causa de los incrementos sostenidos. Sin embargo, en abril -cuando se conoció que los precios de la indumentaria y calzado tuvieron una suba de 10,9% el mes anterior- la fundación ProTejer, representante del sector, dijo que se debió a un incremento en los costos vinculados a la materia prima. “Hay una presión sobre los precios locales vía aumento de precios internacionales de insumos textiles”, informaron.

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La inflación, que se estima que llegue a 65% este año, según las consultoras económicas, corroe el poder adquisitivo de los consumidores. La jubilación mínima será de $37.362 a partir de junio. Un adulto mayor en esta franja previsional debería abocar todo su ingreso si quisiese adquirir un par de zapatillas de primera línea, ya que estas se encuentran a un promedio de $36.750, de acuerdo con un relevamiento realizado por LA NACION en el principal portal de compra online, que suele incluir valores inferiores a los precios en grandes comercios. Sin embargo, este tipo de productos tiene una gran dispersión. Hay zapatillas de $3000, mientras que otras se encuentran arriba de $60.000. Todo depende de la marca, calidad y canal de venta.

“La Argentina tiene una economía muy informal. Hay dispersión de precios entre los formales y los informales. La diferencia entre una prenda en La Salada y un comercio debidamente establecido es importante, estamos hablando del mismo producto vendido en un local formal e informal, con menores niveles de costo”, explicó Di Pace.

El debate sobre los efectos de la Ley de Alquileres en el mercado inmobiliario arrojó luz sobre los perjuicios que la regulación estatal trajo al comercio, en este caso vinculado a los precios de los alquileres. Escasean la oferta de viviendas, particularmente en la Ciudad de Buenos Aires y las trabas al aumento de la locación durante el transcurso del contrato generaron un alza sostenida en los valores en los últimos meses.

De acuerdo con el informe mensual que realiza el Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (CESO), durante los primeros cuatro meses de 2022, la cantidad de departamentos ofertados para alquiler cayó en promedio 20 puntos porcentuales por debajo del valor del mismo período del año anterior. Se generan listas de espera y casi no se encuentran monoambientes por debajo de los $45.000, un 142% del salario promedio de un argentino si quisiera alquilar en Balvanera, un barrio con valores promedio.

“Donde también es muy marcado el efecto de tasas de inflación más altas es en la relación de los salarios medidos respecto del consumo de distintos bienes y servicios. Por ejemplo, en abril de 2016 una persona que cobraba el salario mínimo podía comprarse una canasta básica total (el consumo definido para no caer en la pobreza) y ayudar a otra persona comprándole el 65%. Hoy, esa relación cayó a una canasta y el 14% de la segunda. A medida que la tasa de crecimiento de los precios aumenta, hay un límite muy marcado a la recuperación de los salarios”, explicó Claudio Caprarulo, economista de Analytica.

Los dólares disponibles para la importación de insumos -que impacta en las previsiones de las empresas respecto al costo de reposición de su stock o la posibilidad real de comprar al exterior su materia prima- y la corrección en el tipo de cambio mayorista tienen impacto en el valor de muchos bienes en la economía, y generan diferencias con los precios de productos 100% locales.

“Es importante entender que hay sectores de la economía que están ajustando salarios entre 70% y 80% y otros, entre 30% y 40%. En la estructura de costos hay diferencias. Empieza a distorsionarse todo porque no hay transparencia en la consolidación de esa oferta en el mercado. Hay bienes que se sobrevaloran, hay competencia desleal y otros regulados por sector público”, agregó Di Pace.

El impacto de estas distorsiones no es solo en los bolsillos, sino también en el tiempo de los consumidores. De acuerdo con Caprarulo, está estudiado que las personas pierden las referencias y tienen que dedicar más tiempo comparando entre distintos vendedores, una conducta que se profundiza a medida que el poder adquisitivo de las familias es menor. “Existe una clara perdida de eficiencia en la asignación del tiempo”, concluyó.