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La fiebre por el ‘low cost’ se nos vuelve en contra

Hoy en día, es posible viajar a la otra punta de Europa por menos de 20 euros, o vestir ‘a la moda’ a un precio muy asequible: vivimos en la ‘sociedad del outlet’.

La cultura de los precios baratos está siempre en el punto de mira, ocupa el centro del debate económico y la discusión política. El auge del ‘low cost’ ha provocado cambios sustanciales en los tejidos productivos de muchos países desarrollados, hasta el punto de hacerlos irreconocibles. El caso de la industria en España puede servir de referencia: el sector ha pasado de representar un 21,4% del PIB en 1995 a un 18% en 2015, una pérdida de algo más de dos puntos en dos años. En otras palabras: en 1995, un 18,5% de los ocupados trabajaban en el sector industrial, un porcentaje que bajó hasta el 11,9% en 2015. A fecha de 2020, la actividad industrial representa un 16% de la economía española, un porcentaje muy inferior al objetivo del 20% marcado por la UE.

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Un avión de la aerolínea española 'low-cost' Vueling del aeropuerto de Barcelona-El Prat
Un avión de la aerolínea española 'low-cost' Vueling del aeropuerto de Barcelona-El Prat

La tendencia a la deslocalización de las multinacionales desde la década de los 70 es uno de los motivos principales. Las empresas trasladan sus fábricas a países donde los salarios son más bajos y los sindicatos están más perseguidos; países lejos de cumplir los estándares de trabajo digno fijados por la OIT, pero donde producir a gran escala es mucho más barato. Está claro que la sociedad ‘low cost’ es un círculo vicioso: el consumidor se beneficia de los bajos precios y de la globalización, puesto que los precios baratos le permiten concederse algunos ‘caprichos’ sin tener un alto poder adquisitivo; pero a nivel ciudadano, por otro lado, les está perjudicando: las empresas se especializan en ofrecer ‘precio’ y no en innovación o calidad, fomentando la aparición del trabajo precario y la desaparición de los comercios locales.

La aviación y la industrial textil reflejan los efectos dañinos del ‘low cost’

Uno de los ejemplos más evidentes es el sector de la aviación. Hoy en día, el ‘low cost’ ha ‘democratizado’ los vuelos, es decir, los ha hecho asequibles para la mayoría de los bolsillos. No solo los billetes internacionales son más baratos, sino que, en muchas ocasiones, resulta más barato coger un avión que un tren para trayectos nacionales.

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Como consecuencia, el poder adquisitivo de los pilotos y del personal de cabina se ha visto reducido, a pesar del ‘boom’ del turismo de las últimas décadas. Además, los desplazamientos en avión son hasta veinte veces más contaminantes que el tren: según estima la Agencia Ambiental Europea, una persona que viaja en tren emite 14 gramos de dióxido de carbono por kilómetro, frente a 285 si se mueve en avión.

Otro caso es el de la industria de la moda, que resulta incluso más contaminante que la aviación. La llamada ‘fast-fashion’, o moda rápida, se posiciona como la favorita respecto a la industria textil tradicional. El ‘usar y tirar’ es cada vez más frecuente en este sector: adquirir prendas a precios muy baratos que se deteriorarán en cuestión de semanas, provocando la necesidad de comprar de nuevo. Las grandes marcas, detrás de su fachada ‘eco-friendly’, son responsables del 10% de las emisiones de carbono, más que todos los vuelos internacionales y el transporte marítimo, un porcentaje que podría llegar a ser del 50% en el 2050. Y no sólo eso: según Naciones Unidas, el sector textil es responsable de vertidos en, aproximadamente, el 20% de las aguas residuales mundiales, justo por detrás del petróleo.

La Comisión Europea presentó en 2015 su Plan de Acción para la Economía Circular para un periodo de 5 años, un conjunto de medidas destinadas a transformar el sistema económico lineal actual en uno circular, donde prime la reutilización de los residuos, la reducción del consumo y la compra de productos duraderos.

A largo plazo, se estima que este modelo traerá grandes beneficios, entre ellos, la regeneración del tejido industrial en Europa. Hay consenso también entre los críticos del ‘low cost’ en que la globalización es inevitable, pero se debe fomentar un modelo de comercio justo y equilibrado, sobre todo, por parte de organizaciones internacionales.

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