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El lado oscuro de la "fiebre del coco", un producto en boga pese a que sus beneficios han sido cuestionados

Mucho se ha debatido sobre las propiedades del aceite de coco, sobre su evidente alto contenido en grasas y sobre la repercusión de su moda para quienes se dedican al cultivo y la recolección de la fruta de donde procede.

También se viene hablando en los últimos años sobre las implicaciones para la salud del consumo de este tipo de aceite. Sin embargo, los estantes en los supermercados dedicados a productos vinculados de alguna manera con el coco siguen estando abarrotados.

Foto: The Guardian
Foto: The Guardian

Un artículo publicado en el diario británico The Guardian asegura que la moda del agua de coco empezó a marcar una tendencia “extraña” hacia 2010, y que siete años después el mercado del coco y sus derivados continúa en expansión.

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Si bien el coco ha sido un alimento muy apreciado en todo el mundo desde tiempos inmemoriales, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la demanda mundial crece cada año en un 10%. Al cierre de 2016, el mercado global de agua de coco alcanzó los 2.200 millones de dólares

Como sustituto de la leche de vaca, el coco funciona de las mil maravillas para los veganos, para quienes son intolerantes a la lactosa y para aquellos que “evitan lo lácteo” como una opción de estilo de vida. Por otra parte, el agua de coco se vende en gimnasios como hidratación rica en electrolitos, para después del entrenamiento, convirtiéndola en una bebida deportiva totalmente natural. Su ventaja es estar libres de productos químicos sintéticos, aunque su producción y distribución no está exenta de polémica.

El tema es que, de acuerdo con un nuevo estudio hecho público por la American Heart Association (AHA), el aceite de coco está lleno de grasas saturadas que pueden elevar el colesterol LDL, también conocido como colesterol malo.

Mientras hasta ahora se consideraba que esta grasa vegetal, compuesta al 82% por ácidos grasos saturados, proporcionaba efectos beneficiosos para el organismo, el estudio sostiene que este alto nivel contribuiría a incrementar los marcadores de colesterol LDL, uno de los principales factores de riesgo para sufrir enfermedades cardiovasculares.

La clave de la cuestión está en que, de acuerdo a los especialistas, la cantidad de grasas saturadas recomendable se sitúa en alrededor del 13% en los aceites comestibles. Basta con ver que el nivel de grasas saturadas está en un 50% para la carne y en un 63% para la mantequilla, y ya entenderemos por qué saltan las alarmas sobre el aceite de coco: ¡82% es mucho!

De ahí que se haya producido un real “coconutgate” (o “cocogate”), a partir de las acusaciones de ambos bandos sobre publicidad maliciosa de un lado, y alarmismo del otro.

De cualquier manera, más allá de la polémica entre quienes le asignan al coco beneficios nutricionales y para la estimulación de la quema de grasa o la reparación de daños por enfermedades degenerativas del cerebro (incluidas celebridades como Gwyneth Paltrow, Rihanna, Madonna, Matthew McConaughey o Demi Moore), y quienes aseguran que todo esto es falso, también hay una dura realidad de la que muy pocos hablan.

Contrariamente a las imágenes de comercialización de cocos extraídos del paraíso brasileño, “el 95% de los cocos son cosechados por pequeños agricultores, en lugar de en las plantaciones industriales, y el 90% de estos productores se encuentran en Asia Pacífico”, asegura Angie Crone, quien como responsable del programa del coco del Fair Trade USA, ha estado trabajando con productores en Filipinas desde 2013, y más recientemente en Tailandia y Sri Lanka.

Como era de esperar, los beneficios financieros del actual boom del coco no suelen a llegar a los productores. “Cerca del 40-60% de los 3.5 millones de cocoteros de Filipinas viven en la pobreza, con menos de un dólar al día”, relata Crone. Muchos agricultores sólo disponen de un intermediario al que le pueden vender sus productos, por lo que se ven obligados a aceptar los precios fluctuantes que les ofrecen. Mientras tanto, se habla de exportaciones ilegales y lucrativas de preciosos cocoteros a China.

Sin embargo, con el coco no ocurre como con la quinoa y los aguacates, mercados dominados por mafias. Según Peter Thoenes, analista del comercio de cultivos oleaginosos y productos de cultivos oleícolas de la FAO, “después de muchos años de intentar promover el valor del coco, su mercado ahora está comenzando a crecer, siendo una tendencia muy bien recibida”.

De acuerdo con lo trascendido, los 9.000 agricultores que trabajan con Fair Trade USA y las cooperativas formadas con apoyo gubernamental, están empezando a invertir en viveros para reemplazar a los cocoteros ancianos e improductivos.

También están aprendiendo acerca de la diversificación, lo que asegura que se entreguen a cosechas comerciales como el cacao, el café y los chiles, cuyo producto se destina al mercado localmente, mientras esperan a que los cocoteros más jóvenes lleguen a la madurez.

“Por lo general, los pequeños agricultores están usando menos pesticidas, y hay más biodiversidad porque son capaces de plantar otras cosas”, concluye Crone. Los agricultores están comenzando a crear fondos de reserva, como preparación para la llegada de desastres naturales, mientras construyen granjas experimentales para aprender sobre las mejores prácticas, pues al tiempo que la demanda mundial de este producto está creciendo al 10%, la producción en Asia-Pacífico, donde se cultiva la mayoría de los cocos, apenas llega a un crecimiento del 2%.