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El otro yo de Elon Musk

A su modo, el personaje creado por Elon Musk es muy semejante a una estrella de rock; una parte es real, seria y profesional, la otra, no tanto
A su modo, el personaje creado por Elon Musk es muy semejante a una estrella de rock; una parte es real, seria y profesional, la otra, no tanto - Créditos: @SUZANNE CORDEIRO

Elon Musk ha logrado muchas cosas en su vida. Fundó la empresa que más personas envió al espacio, SpaceX, y fundó Tesla, la compañía de autos que no solo tiene hoy el mayor valor de mercado de la actualidad (más de 10 veces el valor de Ford, Chevrolet o Volkswagen), sino que estableció un cambio cultural que está empezando a destronar los combustibles fósiles del transporte. Fue, por supuesto, pionero en algo que hoy nos parece normal, los pagos electrónicos, con su compañía X; es decir, PayPal. Es decir, Musk se metió con asuntos muy complicados, y le fue fantásticamente bien (hasta Twitter, al menos).

Pero aparte de sus logros técnicos y empresariales ha sido sobre todo exitoso en la construcción del personaje Elon Musk.

En las Redacciones lo sabemos; es una máquina de tirar títulos. Elon no tuitea ni dice nada de oficio. Sus afirmaciones pueden estar muchas veces flojas de papeles, pero sabe dónde pegar. No solo es siempre picante, sino que, por ejemplo, quiere colonizar Marte. Nada menos. No importa cuán viable es. Él dice que se lo propone, y en eso llega más lejos que nadie.

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En su momento, advirtió sobre los peligros de la inteligencia artificial: “Cuidado –aconsejó–, no vaya a ser cosa que los humanos seamos el disco de arranque biológico de una especie sintética”. Una linda idea. Con gancho. A lo Stanislav Lem. Pero eso no le impidió fundar OpenAI, una compañía de investigación sobre inteligencia artificial (IA) sin fines de lucro. Supuestamente, su meta es “crear una IA beneficiosa a la vez que se enfrenta con los gigantes de la IA, como Google o Facebook”. Esto se le dijo a la revista Rolling Stone, en su momento. Y, una vez más, y como nos tiene acostumbrados, sonó a Tony Stark.

El problema es que Tony Stark es un personaje de ficción. Con todo, Tony nos puede dar algunas pistas sobre Elon, el personaje público montado por Musk. Ambos tienen dinero. Aunque Elon se autodenomina (tiende a autodenominarse de varias formas) como “pobre en dinero en efectivo”, es el hombre más rico del mundo; su fortuna (no plata en el banco, se entiende; o, digamos, no solo plata en el banco) es de unos 200.000 millones de dólares. O sea, podría comprarse varias automotrices, si quisiera. Pero fundó Tesla y fue lo más disruptivo que le pasó a esa industria desde el Ford T.

Elon, como Tony, se puede dar ciertos lujos (comprarse Twitter, por ejemplo) porque tiene una cantidad exorbitante de dinero; o, si se quiere, un acceso exorbitante al crédito. Los detalles no vienen al caso. La cuestión es que tenemos un sesgo bastante inevitable: si el sujeto es exitoso (en el fútbol, en los negocios, en las urnas), entonces queda aparte de todos los demás. Hace cosas que los demás no podemos hacer. A veces porque las puede pagar. A veces porque las reglas parecen no aplicar a esa persona. Se llama poder. Y Elon lo tiene a manos llenas.

Pero para que el poder resulte atractivo hay que exhibirlo. De un modo u otro. Pero hay que exhibirlo. Con movidas audaces y geniales, como Steve Jobs; metiéndose a IBM en el bolsillo con un acuerdo histórico, como Bill Gates, o con el montaje constante, minucioso y casi sin fisuras de un personaje que todos querríamos ser: el emprendedor que se lleva el mundo por delante. Viaja al espacio. Reinventa el automóvil. Se compra Twitter. No le alcanza con tener una cuenta en Twitter. No, señor. Se compra Twitter. Como Bruce Wayne, cuando, por toda explicación, alega: “I own the place”.

Poder y pasión, pero bajo control

Elon transpira eso. Voluntad de poder y un completo desprecio por las reglas. Si algo se le interpone, le pasa por encima. Está lejos de ser un demente, entiéndase bien. No se mandan naves al espacio pasándoles por encima a los ingenieros. Pero una cosa es el Musk empresario y otra es el personaje que nos regala títulos al menos una vez cada quince días. Llegado el caso, ambos personajes se confunden y entonces tiene problemas con la justicia o con la Securities and Exchange Commission estadounidense.

Sin embargo, el poder encandila tanto que casi nadie puede abstraerse de su encanto. No hay, en este punto, casi ninguna diferencia entre una estrella de rock y Elon, el personaje. En un punto, ambos, la estrella de rock y Elon, tienen que hacer algo de valor, por supuesto. Componer un hit, imaginar una compañía, correr los riesgos, cantar durante dos horas, grabar durante jornadas extenuantes, vender coches reales en un el mundo real. Pero es el personaje público construido por Musk lo que convierte la compra de Twitter en una noticia de tapa y no en un suelto en la sección Economía.

Por desgracia, cada tanto el personaje se lleva puesto al emprendedor exitoso. Lo dije en su momento, lo reitero ahora, cuando el acuerdo está cerrado (o, tratándose de Musk, eso es lo que sabemos hasta ahora): comprar Twitter fue el primer traspié serio de Musk como hombre de negocios. Nadie sabe exactamente qué pasó, pero da la impresión de haberse dejado llevar por un impulso, hasta que se dio cuenta de que Twitter no valía 44.000 millones de dólares, y mucho menos los vale ahora, luego del desagradable proceso de esmerilado y desprestigio al que el mismo Musk sometió a la compañía del pajarito azul.

Parece raro (también dije esto, en LN+) que un hombre tan exitoso se deje llevar por un impulso. Pero siempre hay una primera vez. En todo caso, dos datos son objetivos. Nadie quería quedarse con Twitter (ni Google, ni Facebook, ni Microsoft, ni Amazon; nadie). Y segundo, el propio Musk, al día siguiente, cuando se le pasó la resaca, quiso dar marcha atrás. Hasta que Twitter lo llevó a la corte y su abogado le dijo: “Este juicio no lo vas a ganar”. Así que ahí, tras meterse solo en semejante berenjenal (ya califican el acuerdo como la más desprolija, sucia, caótica y desordenada adquisición de la historia, y no exageran), y sin otra salida más que seguir adelante, justo antes de que se venciera el plazo, firmó.

Las idas y vueltas de la compra de Twitter dan para un artículo aparte, pero nos permitieron ver un poco, como por una hendija, cómo funciona la mente inescrutable del hombre más rico del mundo. “Compro Twitter por el bien de la humanidad”, declaró, luego de dar el brazo a torcer (cosa que no le debe gustar ni un poco) y sin tomar en consideración que los usuarios activos de Twitter representan tan solo el 3% de la humanidad, y algo así como el 6% de los usuarios totales de Internet.

Pero el mundo de Musk es un poco así: hecho a medida. Y al parecer, le funciona. Mezcla los negocios (incluso un mal negocio, como el de comprar Twitter por 44.000 millones de dólares) con causas épicas que involucran el destino de la especie humana, y ahí es donde el magnate impiadoso y egocéntrico se convierte en Ironman, y lo ovacionan.

Los mecanismos que más utiliza son los de la simplificación y el reduccionismo. Quiere salvar a la humanidad de la inteligencia artificial (que es un tema complejísimo) y funda OpenAI. No está mal OpenAI, todo lo contrario. Pero se olvida de dos cosas. Primero, que Tesla también es un gigante de la IA. Y segundo, que nadie asegura que la IA sea un peligro. Es una idea de él y unos pocos más. Los expertos en IA en general opinan de otro modo y, sobre todo, no recurren a títulos catástrofe.

Tesla quiere desterrar los combustibles fósiles, y está bien; Elon se propone también salvar a la humanidad del cambio climático. Lo mismo con SolarCity. Pero los lanzamientos de SpaceX –denuncian organizaciones que protegen la fauna– están destruyendo ecosistemas enteros. Dicho sea de paso, tampoco es que los autos eléctricos y la energía solar, así, mágicamente, van a revertir el cambio climático. De nuevo, es más complejo. ¿Pero cómo refutás a alguien que dice que quiere salvar a la humanidad?

Otro tanto ocurre con la libertad de expresión. Cuando sobreactúa, Musk mete la pata. Así, se autodenominó un “absolutista de la libertad”. Para decirlo suave, fue una muy pobre elección de palabras. Y, ahora, remata esta poco feliz movida de negocios con una motivación altruista. Compra Twitter para bien de la humanidad. Con todo respeto, ¿no será mucho?

Tengo una serie de ideas acerca de lo que podría pasar con Twitter a partir de ahora, pero es asunto para otra columna. En todo caso, una cosa es también segura. Elon tiene tal pasión por la publicidad, la fama, el reconocimiento, el personaje, que puede incluso hacer mucho bien. Por ejemplo, tras la invasión rusa a Ucrania, Starlink, su compañía de internet satelital, empezó a dar el servicio a los ucranianos. Al final, le pidió al gobierno estadounidense que pagara las cuentas. Cuando Estados Unidos miró para otro lado, Musk dijo, más o menos textualmente: “Al diablo con esto, seguiremos dándole Internet a Ucrania a como dé lugar”. Y lo paga él. O sus compañías, más bien. Sus fans no solo tienen un superhéroe, sino que llegado el caso ese personaje es capaz de alterar la realidad para bien. Lo que no significa que la suerte de Twitter sea luminosa en este momento.

Musk es, fue y seguirá siendo un enigma. No se compró Twitter para que la civilización tenga su ágora pública, “y que esa ágora no sea un infierno”. Todo el proceso de compra fue un infierno y el adalid de los buenos modales en Twitter ya echó a patadas a la plana mayor e incluso hizo acompañar hasta la puerta a uno de ellos. Y esto también resulta atractivo. Porque es una peli.

De todos los personajes que ha dado la revolución digital, no cabe duda, Musk es el más pintoresco y excéntrico. Y eso es mucho decir en esta industria. Pero sea quien sea que habita detrás de la máscara, ha logrado su cometido: estamos hablando de él.