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Estados Unidos y el peligroso optimismo de vivir a crédito

Tarjetas de crédito
Tarjetas de crédito. Foto de Elise Amendola (AP)

Por Francisco E. Acosta Fragachan

Estado Unidos, el gigante mundial, es una economía en donde mas del 70% del gasto recae en los hombros del consumidor final, por lo tanto, el optimismo o la incertidumbre que los consumidores norteamericanos tengan en cuanto a su futuro financiero es un elemento determinante en el rumbo que tomará la economía de ese país.

Una visión optimista de su futuro financiero lleva al consumidor a ser menos cauteloso, a gastar más y a ahorrar menos. Esto genera un impacto positivo en la economía dándole dinamismo e impulsando su crecimiento. Por otro lado una percepción negativa de su futuro financiero genera incertidumbre, lo que disminuye el gasto e incentiva el ahorro, desacelerando la economía y disminuyendo su potencial de crecimiento.

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El impulso de la política monetaria

Con ánimos de incentivar el consumo y reactivar la economía, las autoridades monetarias norteamericanas han mantenido tasas de interés muy bajas que, efectivamente, impactaron de manera positiva la demanda de bienes y servicios a través del acceso a dinero a bajo costo.

Las áreas que han crecido más rápidamente durante este tiempo han sido las de créditos estudiantiles, créditos para la compras de automóviles y el financiamiento al consumo a través de las tarjetas de crédito. Los resultados han sido positivos, la economía norteamericana ha dejado atrás la crisis del 2008 y ha recuperado sus niveles de producción y demanda de bienes y servicios; no a la velocidad de crecimiento anual deseada del mas del 4% anual, pero sí a un moderado 1,4%, que ha sido suficiente para reactivar el optimismo y la disposición al gasto de los habitantes en Estados Unidos.

Cifra astronómica

Ahora bien, dicho optimismo ha llevado a que la deuda de las familias norteamericanas se sitúe en 12,58 billones de dólares. Tan inmensa cifra, acompañada de un lento crecimiento en el ingreso familiar, ha llevado a que las instituciones financieras norteamericanas comiencen a incrementar sus reservas para enfrentar un potencial aumento en los incumplimientos de pago de sus créditos.

No queremos decir que el peligro de una crisis sea inminente, solo advertimos de que pueden estarse creando las condiciones para un incumplimiento masivo si, por algún motivo, el optimismo demostrado por el consumidor no se ve respaldado por un crecimiento sólido y efectivo de la economía norteamericana.

Síntomas preocupantes

Ciertos síntomas llaman la atención de los analistas como, por ejemplo, el incremento del 3,37% en los atrasos de pago de deuda por más de 90 días en el primer trimestre del 2017. También se produjo un alza de este indicador en los últimos tres meses de 2016, con lo que se acumularon dos trimestres consecutivos de subidas, algo que que no ocurría desde que comenzaron a registrar estos datos a finales de 2009.

Otra señal preocupante podría ser lo que reveló una encuesta de la Reserva Federal de finales del 2016. Alrededor del 46% de los norteamericanos encuestados declaró que no podrían hacer frente a un hipotético gasto de emergencia de 400 dólares, a menos que pidieran prestado para cubrirlo.

Ahora bien, a pesar de lo dicho, la relación entre pagos de capital e intereses con los ingreso familiares disponibles era al final de 2016 de alrededor del 10%, cifra menor a la del año 1980, cuando dicha cifra se ubicaba en el 11,33%.

Las expectativas sobre un comportamiento positivo de la economía norteamericana para los próximos años siguen siendo mayoritarias entre el gremio económico. Pero debemos tener cuidado, un exceso de optimismo podría ser el detonante de una crisis financiera de inmensas proporciones.

No debemos olvidar lo ocurrido en 2008, cuando un optimismo desmesurado en los mercados inmobiliarios llevó a Estados Unidos a su peor crisis económica desde los años 20 del siglo pasado.

Por ello, es necesario que las autoridades monetarias de Estados Unidos se mantengan vigilantes.

Francisco E. Acosta Fragachan es economista