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FIBA: hospitales derruidos, leyes sin palabras y videojuegos teatrales en las tres últimas propuestas internacionales

FIBA, festival internacional de buenos aire
Sergio-Santillan

Durante 2020, los artistas han visto notablemente limitadas sus posibilidades creativas. Aún enfrentando grandes dificultades, muchos encontraron formas de desarrollar experiencias que resultaron muy movilizadoras. En algunos casos solo pudieron concretarse unas pocas funciones presenciales. Pero aquellos que decidieron crear utilizando medios tecnológicos debieron abordar procesos de investigación diferentes. En esta línea, dos propuestas presentadas en el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), que culmina el domingo, resultaron experiencias sumamente atractivas.

El destacado director boliviano Diego Aramburo, una de las figuras más importantes de la escena latinoamericana de las últimas dos décadas y que cuenta con una importante proyección internacional, dio a conocer Leyes, una experiencia de apenas 20 minutos que resulta sumamente provocadora. En primer plano puede verse la pantalla de un ordenador. En el extremo superior derecho, la imagen de una mujer. Ella teclea largos guiones. Parecería intentar encontrar palabras para definir ideas, pero solo puede llenar esa página en blanco del Word hasta que la imaginación parece desbocarse y, entonces, algo se modifica. Aparecen dos franjas verticales que irán mostrando imágenes de manera desordenada en los laterales izquierdo y derecho. En el centro irán asomando algunos rostros de personas, pequeños testimonios relacionados con estos tiempos de encierro.

Finalmente, en la parte inferior de la pantalla aparece un texto sobreimpreso que sintetiza el pensamiento del creador. “Necesito crear bajo otras leyes”, escribe en algún momento. No habla de las leyes que rigen en tiempos pandémicos y que llevan a la quietud, el desinterés, a no poder entender ciertos mecanismos de conducta que marcan el cotidiano de un individuo aislado, encerrado, con muy pocas posibilidades de dejarse provocar por un afuera que siempre le posibilitó generar construcciones creativas.

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El reclamo continúa y el artista pide reforzar leyes que se adapten a esta realidad, que generen una nueva forma de justicia, no solo poética, sino que además se relacione con la amistad, por ejemplo. Aramburo insiste en la necesidad de que haya leyes que sean más claras para todos y que provoquen la concepción de nuevas ficciones. ¿Será posible en estos tiempos tan conflictivos? Un dato no menor: al comienzo del proyecto se hace alusión al gobierno de Jeanine Áñez, la senadora que terminó reemplazando al expresidente Evo Morales, tiempo durante el cual se estrenó Leyes.

El segundo trabajo en esta línea llegó desde Chile. Se llama Reminiscencia y es una creación del joven dramaturgo y director Mauro Vaca Valenzuela. Él propone, a través de Zoom, un viaje por su historia personal, familiar familiar y mientras narra irá colando hechos muy determinantes en la historia de su país de las últimas décadas. Desde Chile, “el país más largo del mundo”, desde Santiago, la ciudad en la que nació y en la que aún vive, propone hacer un recorrido que comienza cuando muestra su hogar de niño, cerca del río Mapocho. Nos traslada hasta el hospital donde nació a través de imágenes de otro tiempo porque, luego, descubrimos que el edificio fue derrumbado. Y allí comienza a definirse el planteo de esta propuesta. Frente a la desolación que provocan los escombros de aquel hospital, el creador se pregunta “a dónde van los recuerdos y memorias”. Y a partir de allí la experiencia girará una y otra vez sobre esos temas dando forma a lo que denomina “un collage de memoria colectiva”.

REMINISCENCIA
REMINISCENCIA


En la foto familiar aparece el creador chileno Mauro Vaca Valenzuela, que en Reminiscencia plantea un potente trabajo biodramático de fuerte contenido poético y politico

Una de las habilidades del potente trabajo poético y político del creador chileno, una de las propuestas más sólidas del Festival, es que pone al espectador frente a una inquietante otra forma de la presencialidad en el teatro. Al hacerlo en modo Zoom, algo del rito del teatro se rescata: un horario determinado para la función, la posibilidad de verle las caras a los otros espectadores conectados, cierto clima de espera de ese supuesto hall hasta llegar al momento del aplauso final de esta experiencia tan íntima como expansiva. En el plano local, el talentoso bailarín y coreógrafo Iván Haidar (el mismo que en el marco del FIBA acaba de presentar Desmontar: ¿Cómo las cosas llegaron aquí?, como parte del ciclo Instalar danza) ya había apelando a este procedimiento en Lugar propio, aquella performance que transmitía desde su casa también apelando a esa otra variante de la presencialidad que puede generar el Zoom. Lugar propio desplegó sus formas en 2014 cuando nadie imaginaba que los festivales escénicos iban a estar dominados por pantallas y procedimientos tecnológicos. Pero, claro, vino la pandemia con su poder de trastocar todo lo establecido.

En una sala de Palermo se presentó asses.masses, creación de los canadienses Patrick Blenkarn y Milton Lim. Ahí la presencialidad adopta otra cara (la cara inversa de Reminiscencia). En lo formal, el público cumple el rito de desplazarse, a la hora indicada, hasta una sala teatral. Claro que ya adentro del teatro en escena hay una pantalla de fondo y, en el medio del espacio, una taburete con un joystick. No hay actores: el que comanda la acción es un videojuego quedado en el tiempo de la peatonal San Martín de Mar del Plata. ¿Esto es teatro? Habrá tantas respuestas como preguntas. Apenas comienza la “función” (o videojuego escénico o como se quiera denominar a esta propuesta) el mismo juego pide la complicidad de un espectador, un avatar, para que opere el joystick y sea cómplice de lo será una verdadera rebelión en un granja, habitada por burros que solían protagonizar las postales cordobesas y quieren recuperar su antiguo modo de vida.

Con el correr de los minutos se desata una rebelión radicalmente política e irónica que hace eje en las condiciones de trabajo en la sociedad contemporánea que, pandemia mediante, quedan todavía más expuestas en sus desigualdades. La propuesta de estos creadores canadienses genera desplazamientos formales inquietantes en lo que hace a la relación entre obra y espectador: el que maneja el joystick se transforma en performer. Es él –o ellos, porque se pude ir alternando el manejo– el que va definiendo el rumbo de esa rebelión en la granja. La platea también opina porque el juego así lo propone.

Claro que en la era (¿supuestamente?) tecnológica que la pandemia lleva a su límite, durante la primera función de asses.masses, casi como un verdadero chiste, el sistema se cayó una vez, dos veces, varias veces. A los minutos del desconcierto inicial alguien de la producción decidió resetear todo para retomar la acción desde la última “escena”. En definitiva, el mismo protocolo, término tan en boga en estos tiempos, de cuando una obra de la vieja normalidad se topa con un accidente y el actor retoma la acción desde el último pie para volver a empezar frente a la complicidad del público. La vieja normalidad, la nueva normalidad: todo parece estallar en pedazos.