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Guerra en Ucrania: se alarga la invasión y los costos para Europa se acumulan

PRODUCTION - 29 March 2022, Brandenburg, Mallnow: Facilities of the Mallnow natural gas compressor station of Gascade Gastransport GmbH. The compressor station in Mallnow near the German-Polish border mainly receives Russian natural gas. From its source to its point of use, the natural gas travels several thousand kilometers in the "Jagal" pipeline. Such compressor stations are necessary to maintain a constant pressure for transport in the pipeline. From here, Russian gas flows through the JAGAL (Yamal Gas Link Pipeline) into the German natural gas pipeline network to the west. In addition, gas can be transported - against the main direction of flow - from Germany to Poland. Photo: Patrick Pleul/dpa-Zentralbild/ZB (Photo by Patrick Pleul/picture alliance via Getty Images)
La estación compresora de Mallnow, cerca de la frontera germano-polaca, recibe gas natural ruso - Créditos: @picture alliance

A contracara del despreocupado verano europeo de este año es la intimidante lista de pendientes que le espera a la Unión Europea (UE) a la vuelta de las vacaciones. Con la guerra todavía a plena marcha en los umbrales del bloque regional, este año el regreso a las actividades tiene un aspecto particularmente amenazante. Las reuniones regulares de los ministros de la UE están a punto de reanudarse, pocos días después de que se cumplen seis meses de la invasión de Vladimir Putin a Ucrania, el 24 de febrero. La defensa de Ucrania frente a su gigantesco vecino ha sido mucho más eficaz de lo que muchos europeos esperaban al principio de la guerra. Pero en Europa se acerca el invierno, y los efectos colaterales de la guerra se empiezan a sentir más crudamente. El gran desafío será preservar la unidad de la UE a pesar de los elevadísimos precios de la energía.

Ninguno de los que se sientan en la mesa de negociaciones de la UE tiene la menor duda sobre la principal víctima de la agresión de Rusia. Los que están siendo masacrados son los ucranianos, y para reconstruir sus ciudades en ruinas, seguramente Ucrania algún día necesitará ayuda financiera como la que recibió Europa tras la Segunda Guerra Mundial. El precio pagado por Rusia también es elevado: su ejército ha sido humillado, sobre el país pesan gravosas sanciones económicas, la mayoría de las libertades civiles que todavía quedaban fueron borradas de un plumazo, y además de ser un déspota, Putin ha demostrado ser un inútil.

Los costos para Europa son más difíciles de precisar. En parte responden directamente al conflicto, como los abultados cheques de la UE para mantener a flote al gobierno ucraniano. Esa suma de dinero no ha sido tan cuantiosa como el suministro de armas e inteligencia de Estados Unidos al ejército ucraniano, que ha logrado que Ucrania pueda sostener su defensa. Pero la generosidad europea también contribuyó.

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De todos modos, los mayores costos para Europa han sido indirectos. El primero de todos es el daño económico que está sufriendo: a modo de represalia contra las sanciones occidentales, Rusia ha estrangulado el flujo de gas ruso del que depende Europa. También está el costo derivado de tener que adaptarse a un entorno geopolítico donde los países de la UE ya no podrán escatimar en materia de defensa. Y en lo político, el continente ya está sintiendo los efectos de tener que funcionar en “modo crisis” desde hace seis meses. Todo esto pone a prueba y seguirá poniendo a prueba la fortaleza de la UE.

Pero los costos más inmediatos son los económicos. El precio de la energía en Europa se volvió a disparar, tras el anuncio de Rusia de que su gasoducto Nord Stream 1 volvería a cerrarse a partir del 31 de agosto para recibir “tareas de mantenimiento adicionales”, pero muchos europeos sospechan que tal vez nunca lo vuelvan a abrir. En algunas partes de Europa, el precio actual del gas ya cotiza a valores equivalentes a un barril de petróleo de más de 1000 dólares: un nivel absurdo. Los gobiernos deberán decidir: o subvencionan las facturas de energía que de lo contrario arruinarían a muchos hogares, o enfrentan la recesión consecuente cuando los consumidores queden en la ruina. De un modo u otro, las finanzas públicas se verán afectadas, y justo cuando la inflación, en parte también fogoneada por el aumento de la energía, ha clausurado la era del endeudamiento a tasa cero, (para colmo de males y por primera vez en dos décadas, el valor del euro ha caído por debajo del dólar). Para la mayoría de la gente y de las empresas, lo que durante el verano era apenas una difusa probabilidad de tener que pagar más para mantener los hogares calientes y las fábricas funcionando, está a punto de convertirse en una dura realidad invernal. A los políticos que intentan acordar otro tramo de ayuda financiera para Ucrania no les resultará tan fácil convencer a la gente cuando los jubilados estén tiritando de frío en sus casas.

La presión sobre las finanzas públicas llega justo cuando la necesidad de invertir más en defensa se ha vuelto acuciante. La guerra ha dejado expuesto el poco equipamiento militar del que Europa puede disponer para socorrer a Ucrania y lo mal preparados que estarían muchos países para defender su propio territorio. Alemania ha sido la más explícita sobre la necesidad de cambiar de enfoque: como resultado de su Zeitenwende —un cambio en el espíritu de los tiempos—, en los próximos años Alemania invertirá 100.000 millones de dólares adicionales para reequipar a su ejército. Otros prometen aumentar sus presupuestos de defensa, así como un mayor gasto coordinado a nivel de la UE.

El costo en términos de la cohesión europea es el más difícil de cuantificar. Las crisis tienen el potencial de consolidar la unidad de la UE, pero con el tiempo también pueden provocar divisiones. La respuesta temprana a la guerra mostró que Europa actuaba unida. Se concedió refugio a todos los que lo necesitaban, a Ucrania se le otorgó el estatus de país candidato a ingresar a la UE para levantar la moral de los ucranianos, y hubo acuerdo para sancionar a Rusia. La necesidad de una acción urgente ocultó las fisuras, especialmente entre los estados miembros de línea dura de la franja oriental del bloque, que están convencidos de que el destino del continente se decide en Ucrania, y la mayoría de los países occidentales de la UE, que temen los riesgos de una escalada bélica.

Salvo que Rusia cometa alguna nueva atrocidad, después de seis tandas de sanciones minuciosamente negociadas, nadie en Europa espera que se pueda hacer mucho más. En las últimas semanas, países como Polonia y la República Checa han presionado para prohibir que a los rusos se les entreguen visas para ingresar a Europa. La propuesta, discutida el 31 de agosto por los ministros de Relaciones Exteriores de la UE, ya ha sido básicamente rechazada por los europeos occidentales, para quienes huele a castigo colectivo. La inacción resultante seguramente ahondará las diferencias. Si después de las elecciones de mitad de mandato previstas noviembre Estados Unidos reduce su apoyo a Ucrania, habrá que ver cómo llena Europa ese vacío, o si puede hacerlo.

El precio que hay que pagar

En las primeras etapas de la guerra, Europa estaba en negación y desestimaba los costos del conflicto: hasta pedirles a los ciudadanos que ajustaran el termostato de estufas y aires acondicionados les parecía una exageración. Pero eso está cambiando: han reducido el alumbrado público y se alienta a la gente a tomar duchas frías. El 19 de agosto, presidente francés Emmanuel Macron pidió determinación y constancia “para pagar el precio de nuestra libertad y nuestros valores”. El primer ministro belga ya advirtió que tienen entre cinco y diez inviernos difíciles por delante.

Bienvenido sea ese cambio discursivo: mejor explicitar los costos de apoyar a Ucrania que pretender que no existen. Porque Europa no tiene más remedio que mantenerse firme.