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Los médicos mexicanos y el drama que viven: ser explotados y competir eternamente

Caravana médica en Xochimilco, Ciudad de México. (Gerardo Vieyra/NurPhoto via Getty Images)
Caravana médica en Xochimilco, Ciudad de México. (Gerardo Vieyra/NurPhoto via Getty Images) (NurPhoto via Getty Images)

Los chistes de las batas y el paracetamol podrán ser muy jocosos, para algunos, pero no hay nada de divertido en la realidad que viven los médicos en México. El ENARM, la competencia encargada de colocar a los médicos generales en residencias que los volverán especialistas, es tan sólo el último de los ejemplos. Los testimonios en redes, referentes al citado examen, dejan ver horas eternas de estudio. Hasta el hartazgo. Porque así es como debe ser: la vida de los galenos no se comprende sin la eterna competencia.

Desde que comienzan a estudiar, los futuros médicos de este país son sometidos a una presión asfixiante. Se puede decir, con razón, que es fundamental que sean educados en el rigor, pues ninguna otra profesión requiere de un grado tan alto de infabilidad. Pero tampoco se puede ignorar que hay un problema de salud mental vinculado al estrés académico, particularmente, entre quienes aspiran a ser médicos. Parece preciso que haya algún suicidio, como ha ocurrido, para que el tema se coloque en la palestra, aunque luego vuelva al olvido.

Ese es sólo el comienzo. Si soportan los primeros semestres, vienen las prácticas y el internado, etapas en las que, en realidad, realizan un trabajo, pero apenas y reciben un mínimo apoyo económico si bien les va. Para poder titularse, como en cada licenciatura, los estudiantes deben cumplir con un servicio social que mayoritariamente se realiza en zonas rurales. Para efectos prácticos, los jóvenes estudiantes fungen como médicos, pues la ineficacia institucional llena los vacíos de salud de esa forma.

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Una vez que ese periplo termina, las opciones para enrolarse al mundo laboral se reducen, casi siempre, a buscar un empleo a nivel gubernamental o aventurarse a poner un consultorio propio. La primera opción va acompañada de la resignación a un sueldo precario. En la plataforma de transparencia del Gobierno Federal se puede ver que muchos médicos generales no cobran más allá de los diez mil pesos mensuales. El plan b, poner un consultorio, implica un alto riesgo financiero y todavía deben soportar que a la gente se le haga muy caro pagar una consulta de 50 pesos.

Claro que también existe la opción de seguir estudiando y especializarse. Aquí es donde entra el ENARM, que en 2020 aceptó a 17, 576 mil médicos de 44, 333 postulantes. En la medicina la jerarquía pesa como en pocos lugares: cada grado tiene un estatus que, a nivel interno, tiene el potencial de usarse para minimizar y menospreciar a otros colegas. Por eso la competencia es así: constante, directa y, para decirlo pronto, eterna. Tampoco se puede negar que la vida es así en todos los ámbitos: unos cuantos se salen de la media.

Por otra parte, a los médicos se les acusa constantemente de tener el ego por las nubes. Y sí, ciertamente todos podemos dar fe de médicos que se equiparan con Dios en la tierra. Pero, para ser honestos, podemos decir que la soberbia no es una condición exclusiva de esta profesión. Vamos, lo mismo podía decirse prácticamente de cualquiera. Además, a la inversa, todos conocemos a excelentes médicos a los que estaremos agradecidos toda la vida. ¿Qué puede ser más noble, generoso, humano, que salvar la vida de otros? Ellos lo hacen todos los días, porque su labor no sólo comprende los casos graves, los de película, sino también aquellos males que progresivamente pueden ser letales.

Y quizá se puede justificar en cierta medida la autoestima que se tienen: hay que ser muy fuerte para soportar un camino repleto de competencia y una exigencia enfermiza por la perfección. Es momento de valorarles como es debido y no sólo cuando una pandemia nos recuerda lo importantes que son para mantener de pie esta habitación siempre desordenada que llamamos mundo. No seamos tan oportunistas como para aplaudirles sólo cuando nos sacan las papas del fuego.

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