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Menos lobos, Caperucita

Quique Setien head coach of Barcelona sitting on the bench during the Liga match between Villarreal CF and FC Barcelona at Estadio de la Ceramica on July 5, 2020 in Villareal, Spain. (Photo by Jose Breton/Pics Action/NurPhoto via Getty Images)
Quique Setién observa un partido del Barça desde el banquillo. (Foto Jose Breton/Pics Action/NurPhoto via Getty Images)

Cuando Quique Setién aterrizó en el Camp Nou afirmó en su primera puesta en escena ante los micrófonos “conocéis mi forma de jugar y mis ideas, y si tengo que morir con ellas, lo haré". Seis meses y una pandemia global después, el Barça no ha experimentado la revolución cruyffista anunciada y funciona a ráfagas de juego. Chispazos individuales y buenos tramos colectivos que, a excepción del notable partido ante el Villarreal, no encuentran la regularidad necesaria como para completar 90 minutos que calen en la retina del aficionado azulgrana.

El partido ante el Valladolid siguió la senda del descontrol y la fragilidad que el Barça viene perpetrando desde que volvió la Liga. Tras una primera parte donde el plan de partido de Quique Setién funcionó a través de la bisagra que representaba Sergi Roberto como central y centrocampista según la fase del juego que atravesara el cuadro catalán, el equipo se derrumbó en un segundo tiempo para el olvido. Sin control del ritmo de partido, profundidad ni mordiente, los de Setién fueron a remolque y se refugiaron en el cobijo defensivo de Marc-André ter Stegen y Gerard Piqué.

La extraña dirección de campo del técnico cántabro no solo no mejoró a su conjunto, sino que lo perjudicó gravemente. Con la retirada de Sergio Busquets, Riqui Puig y Antoine Griezmann y la entrada al terreno de juego de Ronald Araújo, Junior Firpo y Luis Suárez, el combinado culé se dedicó a resistir los envites del Real Valladolid. En este sentido, cabe resaltar que los agresivos movimientos sin balón de Riqui Puig en los que se traslada a la espalda de los centrocampistas rivales y dibuja diagonales con el objetivo de atacar al espacio está colocando al canterano de La Masia en el podio de los mejores interiores del primer equipo.

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Mientras el debate sobre su físico se va apagando mientras aporta el dinamismo y la creatividad de los que otros carecen, la cuestión ya no gira sobre su condición de atleta, sino sobre por qué no juega más cuando el Barça va tan justo de juego. Y es que no hay jugadores jóvenes y viejos, sino buenos y malos. A la espera de que crezca y vaya puliendo progresivamente sus errores, ya podemos decir que Riqui Puig pertenece al grupo de los primeros. Donde a otros les tiembla el pulso para pasar, él no duda en superar líneas de presión e ir de frente a por el rival.

En el otro lado de la balanza, toca reflexionar sobre el Barça de Quique Setién. Cuesta encontrar la valentía colectiva de la que se presumía en primera instancia así como el torrente de fútbol ofensivo que no se intuye por ningún lado. El que no hemos visto y el que parece que, con esta plantilla y sin que él haya podido decidir alrededor de la confección del equipo, no tiene pinta de darse. Con la Champions League a la vuelta de la esquina y una Liga que cada vez parece más lejos, el Barça se deshace como un azucarillo cuando el rival, sin importar la identidad del mismo, se dedica a apretar.

El balón debería ser el mejor refugio de un equipo que lo quiere para defenderse y lo necesita para atacar, pero entre la falta de elementos para desbordar en el duelo individual y la inexistencia de mecanismos ofensivos para someter al rival, estamos observando una posesión anodina, plomiza y redundante. Algo que sucede hasta que aparece Leo Messi o el citado Riqui Puig. Una sensación que recuerda a los últimos coletazos del proyecto de Ernesto Valverde. Eso sí, con la pequeña diferencia publicitaria de no andar recitando los 10 mandamientos azulgranas de Cruyff y La Masia que debes aprenderte de memoria con el objetivo de ganarte a un público que empieza a preferir los hechos a las palabras.

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