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El coronavirus desata el miedo al ‘nacionalismo de las vacunas’

Miedo al ‘nacionalismo de las vacunas’ en la carrera para encontrar un tratamiento para el coronavirus. Foto: Getty Image.
Miedo al ‘nacionalismo de las vacunas’ en la carrera para encontrar un tratamiento para el coronavirus. Foto: Getty Image.

Las crecientes tensiones geopolíticas a raíz de la pandemia de coronavirus han generado preocupación por que se materialice la amenaza de un “nacionalismo de las vacunas” que podría obstaculizar los esfuerzos de cooperación internacional para desarrollar un tratamiento efectivo.

Los ensayos con las vacunas experimentales progresan rápidamente en países como China, Estados Unidos, Canadá y Reino Unido, por lo que cada vez hay más expectativas de que pueda haber una cura disponible para la COVID-19 a partir de 2021; o incluso antes si fuera necesario en caso de emergencia. AstraZeneca (AZN), Moderna (MRNA), Johnson & Johnson (JNJ), Sanofi (SNY) y Pfizer (PFE), son algunas de las que encabezan la lista de 100 empresas farmacéuticas para presentar una candidata a vacuna.

En los últimos días, China ha prometido desplegar una posible vacuna como “bien público global” que sería accesible a todo el mundo y asequible económicamente. Con ese fin, la Organización Mundial de la Salud también estableció unos principios para alentar la cooperación y el intercambio de información compartida para lograr un tratamiento a la COVID-19.

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Sin embargo, en torno al desarrollo de las vacunas rondan una serie de consideraciones políticas y de orden práctico, por ejemplo, dónde se conseguirá el tratamiento exitoso, o cuánto se podría acelerar el proceso para entregar dosis para miles de millones de personas en todo el mundo. Y eso sin mencionar el hecho de que, habitualmente, a un candidato le lleva años conseguir que su producto salga a la venta el primero.

Las vacunas experimentales tienen una “tasa de fracasos muy alta”, afirmó en un artículo de investigación Scott Rosenstein, asesor especial de salud global en Eurasia Group, en el que también señaló que “antes de 2020, no se había creado ninguna vacuna en menos de cuatro años y que la mayoría tardaban al menos una década en estar ampliamente disponibles”.

Aunque los avances tecnológicos podrían garantizar un tratamiento seguro y efectivo hacia final de año, Rosenstein escribió que habrá “una batalla por el acceso a la vacuna que durará hasta 2021 y posiblemente hasta 2022”.

Cualquier cuestión relacionada con el cronograma y el interés público puede quedar en segundo plano ante las crecientes tensiones entre las dos mayores economías del mundo, que ya libraban una guerra comercial antes de que el patógeno que produce la COVID-19 surgiera en China.

“Los países ricos y pobres serán agresivos en su intento de adquirirlas, lo cual tendrá importantes implicaciones políticas, económicas y de salud pública”, según Rosenstein. “Y las instituciones y acuerdos internacionales existentes harán todo lo posible para minimizar este ‘nacionalismo de las vacunas’”.

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Los ensayos con la candidata a vacuna de la COVID-19 son fundamentales (Getty).
Los ensayos con la candidata a vacuna de la COVID-19 son fundamentales (Getty).

Un premio para la empresa que logre la vacuna primero

No cabe duda de que desarrollar una posible vacuna contra el coronavirus es muy costoso, pero supone una oportunidad para lucrar en el mercado. Hace que la recompensa aumente para cualquiera que sea la empresa que desarrolle finalmente un tratamiento efectivo para la COVID-19 y para su país de origen.

Esta semana, los analistas de Morgan Stanley estimaron que el “mercado de la pandemia” tiene un valor de entre 10.000 y 30.000 millones de dólares, incluso con un precio bastante bajo que iría de los 5 dólares a los 20 dólares por dosis.

“Es importante destacar que, si bien compañías como J&J se han comprometido a vender su vacuna a precio de coste (al menos durante el período que dure la pandemia), creemos que los costes también pueden incluir la recuperación de los gastos de investigación y desarrollo, gastos de capital y costos de fabricación”, escribieron los analistas de Morgan Stanley.

Aunque la falta de consenso internacional no es exclusiva de la actual crisis provocada por la COVID-19, las peleas para conseguir equipamientos médicos y los cuellos de botella que se han dado en la cadena de suministros han complicado la dinámica actual.

“Los países ricos han monopolizado los suministros y los equipos, incluidas las mascarillas y los medicamentos usados para tratar a los pacientes en las unidades de cuidados intensivos (por ejemplo, antibióticos, sedantes, etc.), y ya están intentando firmar acuerdos monopólicos con posibles fabricantes de vacunas de COVID-19”, señaló la Institución Brookings en un análisis reciente.

Rosenstein de Eurasia afirmó que el multilateralismo “probablemente no sea suficiente para compensar la abrumadora demanda de una vacuna. En los últimos meses, la coordinación a nivel mundial ha sido escasa, independientemente de la carrera por la vacuna”.

Esto incluye la política suicida de Estados Unidos con la OMS y la propia falta de transparencia de China en relación a lo que sabe sobre el surgimiento de la COVID-19, algo que ha fomentado una mayor desconfianza bilateral.

Discursos nacionalistas de Trump

Mientras tanto, la política nacional de Estados Unidos está dominada por los discursos nacionalistas. El gobierno de Trump se ha comprometido a hacer que su cadena de suministros sea menos dependiente de otros países. Para lograrlo, Estados Unidos está financiando un contrato por valor de 354 millones de dólares con una empresa farmacéutica para fabricar los principios activos en el país.

“Esto supone un histórico punto de inflexión en Estados Unidos, en su intento de hacer que la producción de medicamentos y de los bienes necesarios para abastecer las cadenas de suministro se lleve a cabo en el país”, explicó Peter Navarro, asesor comercial de la Casa Blanca, en una entrevista con el New York Times. El proyecto “no solo ayudará a traer la producción de medicamentos esenciales a casa, sino que en realidad lo hará de forma rentable si se compara con los talleres clandestinos y paraísos de la contaminación que hay en el mundo”, añadió.

Y hace solo una semana, el gigante farmacéutico francés, Sanofi, provocó un gran alboroto tras sugerir que priorizaría a Estados Unidos en caso de que tuvieran éxito con su vacuna.

Aunque la empresa fue obligada a retractarse de esta sugerencia, el daño ya estaba hecho. Esa noticia convergió con una historia distinta ‒después de ser negado por ambas partes‒ que decía que el gobierno de Trump supuestamente había ofrecido “grandes sumas de dinero” para tener acceso exclusivo a una vacuna que está siendo desarrollada por el laboratorio con sede en Alemania, CureVac.

Para aclarar nuevamente sobre el coronavirus: CureVac no ha recibido una oferta del gobierno de Estados Unidos ni de otras entidades relacionadas ni antes, ni durante, ni desde la reunión del Grupo de Trabajo en la Casa Blanca el pasado 2 de marzo. CureVac niega todas las acusaciones de la prensa.

Todo lo cual nos lleva de nuevo al punto de partida, a un calendario de desarrollo de la vacuna que muchos consideran demasiado optimista. Las compañías farmacéuticas entran en el ‘quiero y no puedo’ para ser la primera en salvar al mundo y eso hace que, dados todos los obstáculos, no esté claro si habrá una vacuna el próximo año.

“Si bien predomina un optimismo precavido en torno a la creación de una o más vacunas, los costes y la complejidad de los próximos pasos ‒fabricar cientos de millones o incluso miles de millones de dosis y llevar a cabo un proceso de distribución e inoculación sin precedentes‒ son elevados”, dijo Rosenstein.

Javier E. David