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Nina Khruscheva: “Mi abuelo desaprobaría lo que está haciendo Vladimir Putin”

El premier soviético, Nikita Khrushchev, junto al presidente norteamericano John F. Kennedy en junio de 1961, en Viena, Austria, un año antes de la Crisis de los Misiles
El premier soviético, Nikita Khrushchev, junto al presidente norteamericano John F. Kennedy en junio de 1961, en Viena, Austria, un año antes de la Crisis de los Misiles

Occidente recuerda a su abuelo Nikita Khruschev (1894-1971) por la crisis de los misiles que puso al mundo al borde de una guerra nuclear, y una extraña anécdota con su zapato en una asamblea de la ONU. En Rusia están divididos entre los que lo consideran un héroe y un villano, y la propia Nina Khruscheva reconoce que su abuelo podía ser “un reformista y un reaccionario al mismo tiempo”. Pero en algo está segura: “Él desaprobaría lo que está haciendo Vladimir Putin”.

Emigrada de Rusia a Estados Unidos hace ya más de dos décadas, a sus 57 años Nina es una reconocida profesora de Asuntos Internacionales en Nueva York, y con casi media vida en cada país puede hacer el ejercicio de mirar el mundo desde las dos perspectivas e imaginar que su abuelo pensaría que “mucho de lo que hace Putin es por la falta de cooperación, comprensión y respeto por parte de Occidente”.

Nina Khruscheva junto a su abuelo en 1971, el año de su muerte, en su casa de retiro en Petrovo Dalneye, 40 kilómetros al oeste de Moscú
Nina Khruscheva junto a su abuelo en 1971, el año de su muerte, en su casa de retiro en Petrovo Dalneye, 40 kilómetros al oeste de Moscú


Nina Khruscheva junto a su abuelo en 1971, el año de su muerte, en su casa de retiro en Petrovo Dalneye, 40 kilómetros al oeste de Moscú

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Por sus críticas contra Putin, muchas veces la amenazaron con no renovarle su pasaporte ruso, y ahora Khruscheva mira las elecciones legislativas de este fin de semana en Rusia (terminan el domingo) con escepticismo.

El estancamiento económico, la inflación, la actual crisis sanitaria por el coronavirus y los desastres ambientales hundieron el apoyo al partido oficialista, Rusia Unida, que en las encuestas tiene el respaldo de solo un tercio de los votantes. Pero una amañada ley electoral aprobada en 2016 le seguirá asegurando al partido de Putin la mayoría en la Duma, el Parlamento ruso, donde actualmente tiene el 75% de los escaños.

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La nieta de Khruschev lo ve con resignación: “Putin va a seguir hasta que el pueblo o los oligarcas digan ‘basta es basta’”. Sin embargo, advierte: “Cualquiera que quiera hacer predicciones sobre Rusia se equivoca. Mi abuelo fue echado de la noche a la mañana, Mikhail Gorbachov también, y la Unión Soviética colapsó súbitamente. Así de abrupta es la historia rusa, siempre impredecible”.

Al mismo tiempo trata de explicar por qué un autócrata como Putin tiene un índice de popularidad tan alto, que al menos duplica el respaldo a su partido, y la sociedad no se rebela masivamente contra la represión.

La gente atribuye esto al miedo, y creo que el miedo juega un papel importante en un país como Rusia donde el Estado lo ve todo, y puede hacerle daño a quien quiera. Pero los rusos saben además que tienen un país muy grande, con 11 husos horarios, y defienden la idea de un poder central fuerte, la gran nación, el gran Estado encarnado hoy por Putin. La alternancia en el poder no es un valor en Rusia. Y un Estado fuerte es mucho más importante que la felicidad o los logros individuales”, afirma.

El recuerdo de su abuelo

En su mirada sobre la historia rusa, la visión de Nina sobre el rol que cumplió su abuelo se fue armando entre los relatos familiares y los recuerdos personales de los siete años compartidos con él en la dacha familiar de las afueras de Moscú luego de que fue echado del poder en 1964 por Leonid Brezhnev, precisamente cuando ella era una recién nacida.

Nina Khruscheva
Nina Khruscheva


Nina Khruscheva

Allí ella conoció de primera mano el trato campechano del exlíder soviético, conocido por el uso de palabras fuertes y vulgares, y hasta algunas chiquilinadas. “Una vez en una cena en la dacha, había bastantes invitados formales y como yo, siendo pequeña, generaba mucho bochinche al tomar la sopa, me desafió a que si él podía hacer un ruido más fuerte, yo debía comer el resto de la cena de manera silenciosa. Y ahí lanzó un estruendoso sorbo con su cuchara”, recordó con humor Nina.

También desmiente una remanida anécdota de que su abuelo, enfervorizado en medio de un discurso, golpeó con su zapato el estrado de la ONU en 1960. “Solo se descalzó mientras estaba en su asiento porque le incomodaba un zapato nuevo, pero nunca lo levantó del suelo”, dijo Khruscheva. Pero una “foto fake de su abuelo blandiendo un zapato convirtió la ficción en un hecho que muchos incluso “vieron”.

La foto falsa, a la izquierda, junto a la real
La foto falsa, a la izquierda, junto a la real


La foto falsa, a la izquierda, junto a la real

En cuanto a su liderazgo político, reconoce que su abuelo “no fue un santo ni un demonio”.

“Él señaló un camino para salir de la oscuridad luego de 30 años de Stalin. Intentó humanizar un sistema absolutista, lo cual es una contradicción. Por eso nunca terminó de plasmar ese modelo”, resumió.

Los libros de historia recuerdan a Nikita Khruschev como un reformista -como años más tarde intentaría serlo Gorbachov-. Había llegado al poder en 1953 tras la muerte del dictador, y en un famoso “discurso secreto” en el Congreso del Partido Comunista, denunció las purgas de Stalin y anunció el comienzo de una época menos represiva. Liberó a miles de presos políticos e incluso hubo una cierta liberalización de las artes, “políticas opuestas a las que realiza hoy Putin”, acota Khruscheva. También abrió las puertas del país al turismo y permitió la salida de los soviéticos al exterior. Pero sus reformas económicas y políticas no tuvieron demasiado éxito y así terminó siendo destituido en 1964.

La madre de Khruscheva solía repetirle a su hija una frase que Nikita le dijo el día de su derrocamiento. “Rusia es como una bañera llena de masa. Uno mete la mano en ella hasta el fondo, y piensa que puede darle forma. Pero cuando saca la mano, todo se escurre de entre los dedos, las formas desaparecen y sigue siendo solo una bañera llena de masa. Así es Rusia”.

El recuerdo que Occidente guarda más vívidamente fue la instalación de misiles en Cuba en 1962 para defender la Revolución cubana, luego de la invasión norteamericana en Bahía de los Cochinos. Una semana de escalada entre Khruschev y John F. Kennedy a fines de octubre de ese año puso al mundo en riesgo de una guerra nuclear. La crisis se zanjó con la retirada de los misiles soviéticos, pero también de los misiles norteamericanos que había en Turquía.

“Yo creo que ayer, como hoy, el problema entre Rusia y Occidente es la falta de comprensión”, concluye Khruscheva. “Joe Biden sigue alimentando la narrativa tan funcional a Putin de que Occidente rechaza la grandeza y la espiritualidad de Rusia, y que por eso quiere destruirnos. Y todo eso solamente seguirá consolidando el apoyo a Putin, que encarna un Estado fuerte, capaz de resistir esas amenazas. Y mientras tanto, Putin seguirá viendo a la gente no como ciudadanos, sino como una masa que siempre está en riesgo de escaparse del control de sus manos”.