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Odio: cuatro letras que usa el Gobierno para contaminar el debate y eliminar las ideas

La vicepresidenta argentina Cristina Fernández, a la izquierda, y el presidente Alberto Fernández frente al Congreso luego de asistir a la ceremonia de inicio de sesiones del año en Buenos Aires, Argentina, el martes 1 de marzo de 2022
La vicepresidenta argentina Cristina Fernández, a la izquierda, y el presidente Alberto Fernández frente al Congreso luego de asistir a la ceremonia de inicio de sesiones del año en Buenos Aires, Argentina, el martes 1 de marzo de 2022

La Argentina de los últimos tiempos ha incluido una palabra en el vocabulario público sobre la que no hay verdadera consciencia del peso que genera en la discusión. Se trata de “odio”, cuatro letras y un tremendo lastre que se desparramó en el debate social.

La trascendencia que genera este condimento en la conversación del país todavía tiene efectos que, demás está decirlo, nadie calculó. Justamente, un periodista que escriba sobre “el odio” como un punto de cobertura debiera verse como una anomalía del sistema. Sin embargo, desde que “odio” fue pronunciado por el presidente Alberto Fernández como la explicación de un frustrado magnicidio, esa desviación se ha convertido en una habitualidad.

Lo primero que habría que aclarar es si en la Argentina del siglo XXI hay odio. Hay grieta, desencuentros y miradas absolutamente opuestas. Hay divisiones, resquemores, desconfianza y hasta sed de venganza. También resentimiento y recelo. Pero, ¿hay odio?

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Bien podría el lector repasar su vida y pensar si odia a alguien. Y en ese caso, si por alguna persona tuviese un sentimiento cercano, pues si no podría recorrer el perdón, la reconciliación o incluso la ignorancia perpetua. Es posible que ese odio irreconciliable no aparezca como definitivo en las relaciones personales.

Ahora bien, si es tan extraño encontrarlo en el caminar de la vida, pues parece casi un despropósito que surja el odio en el plano político. Sin embargo, desde hace tiempo que se instaló como un tema hasta que ahora el kirchnerismo y sus alfiles lo impusieron como motivo de lo que sucede en la Argentina.

El paradigma es el siguiente según el Presidente, vocero más encumbrado, aunque no más relevante, de la exposición de motivos. De acuerdo con su hipótesis hay una parte de la Argentina que odia al Gobierno y a sus funcionario y que no estaría conforme con los remedios que entrega la vida institucional como son las elecciones. Siempre según este particular y trasnochado análisis, ese odio es tan fuerte que lo que buscan sus “odiadores” ya no es derrotarlos mediante el voto sino eliminarlos no solo de la contienda democrática sino de la vida. Matarlos.

El paso siguiente de este pensamiento es que el odio es inoculado a una sociedad permeable por un grupo de periodistas que, justamente, son críticos a sus políticos. Estos instigadores de letras, micrófonos o cámaras cargan las armas de los que ejecutarán la tarea.

El paradigma del odio según el kirchnerismo esconde algunos presupuestos. El primero, una profunda subestimación de la ciudadanía a la considera casi una masa amorfa incapaz de elegir qué voz escuchar o que letras leer. El segundo, un determinismo preponderante en algunos medios o comunicadores. Ni uno ni otro es real.

Con semejante brutalidad en el diagnóstico es imposible pensar que el remedio tenga sensatez. Entonces, llegado este punto, lo conveniente sería acallar esas voces que generan el odio. Muerto el perro se terminó la rabia.

El kirchnerismo tiene en su ADN un condimento sobre el que mucho se ha dicho: no puede, no sabe y no le interesa dialogar. Hay una profunda incapacidad de autocrítica desde la que podría recrear alguna conversación de ida y vuelta. Sin ese mínimo requisito, opta por no dialogar y apostar a pleno al monólogo.

Cristina Kirchner en cadena nacional después de la muerte de Nisman
Cristina Kirchner utilizó salió por Cadena Nacional más de 130 veces en sus dos mandatos

Solo basta recordar algunos datos. Para octubre de 2015, la entonces presidenta Cristina Kirchner había hablado 43 veces por Cadena Nacional en las últimas 42 semanas. En total, utilizó ese método más de 130 veces en sus dos mandatos. Esa es la forma que imagina el oficialismo la comunicación ideal, con un discurso único, impuesto a todos los medios del país y sin ninguna posibilidad de preguntar.

No es posible desconocer que el kirchnerismo, en cualquiera de sus cuatro gobiernos ha empezado con varias iniciativas para criminalizar el trabajo periodístico y que finalmente, no pudieron instalarse. Alguna vez se instaló un observatorio del odio. Se llamó “Nodio”, un instituto que debía “registrar, analizar y prevenir el caudal de informaciones y contenidos maliciosos y falsos en los medios de comunicación masivos, con el objetivo de garantizar a la ciudadanía la protección contra noticias que promueven la polarización social y la violencia”. Además, aquellos burócratas del odio debían trabajar en la “detección, verificación, identificación y desarticulación de las estrategias argumentativas de noticias maliciosas, la identificación de sus operaciones de difusión, y los sistemas de alertas”.

No hubo caso, el Nodio no arrancó. Esos días de agosto de 2020, el senador Oscar Parrilli, un hombre con carencia de palabra propia y que modula según lo que le dicta su jefa política Cristina Kirchner, introdujo una modificación al texto del proyecto de reforma judicial e incluyó una cláusula que exhorta a los jueces a denunciar “en forma inmediata” supuestas presiones “de los poderes mediáticos” que reciban en el ejercicio de sus funciones.

Comisión en el Senado por los pliegos de ascensos de defensores públicos, fiscales y jueces
Oscar Parrilli - Créditos: @Tomás Cuesta

La iniciativa fue leída como un poderoso instrumento que tendría el juez para censurar y amordazar a aquellos cuyas críticas fueran interpretadas subjetivamente como un golpe institucional. La oposición fue tan grande que la cláusula se quitó, además de que la reforma nunca logró ser tratada en Diputados.

Pero quizá el aporte más importante que el kirchnerismo hace al fuego del supuesto odio es desvirtuar el trabajo periodístico y compararlo con el espionaje, el delito y la persecución política. El periodismo no hace otra cosa que mirar con atención el discurso que pretende ser único, poner el acento en las políticas públicas o marcar los errores en el discurso de un Presidente que ha perdido la capacidad de hilar 50 palabras sin equivocarse.

Los diarios, digitales o papel, las radios, la televisión o las publicaciones basadas en Internet rinden cuenta a diario de los contenidos que publican. Pagan la mala información con usuarios que se van, lectores que eligen otra fuente o audiencia que los apaga o los cambia de dial o de canal. Los periodistas también rinden ese examen diario y también son elegidos o no.

Las audiencias se mueven y califican el contenido sin necesidad de que el Estado les diga cuáles deberían aceptar en el menú. El kirchnerismo desprecia las críticas y opta por el silencio y la indiferencia, nunca por el debate. El problema que tiene es que cada cuatro años se tiene que someter a elecciones. Y ahí votan ciudadanos que se informan por donde quieren.