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Pánico, sobornos y corridas: impresionantes escenas del éxodo en Rusia

Sergei, quien se reunió con sus hijos, Dnaiil y Karina, tras su escape de Rusia a Georgia
Sergei, quien se reunió con sus hijos, Dnaiil y Karina, tras su escape de Rusia a Georgia - Créditos: @KSENIA IVANOVA

DARIALI, Georgia.– Son colectiveros, programadores informáticos, fotógrafos y empleados de banco. Manejaron durante horas, gastaron el sueldo de meses de trabajo para sobornar a los policías de los puestos de control que encontraban en su camino, y llegaron hasta la frontera rusa con Georgia, donde tuvieron que esperar durante días en una larga fila de autos que se extendía por varios kilómetros.

Muchos decidieron agarrar sus pasaportes, dejar sus autos abandonados en la banquina y cruzar la frontera directamente a pie, por temor a que Rusia de un momento a otro cerrara una de las últimas vías para abandonar el país. El Kremlin despachó equipos de control a los puestos fronterizos para separar a los hombres elegibles para la leva y darles notificaciones de alistamiento. En las redes sociales, corrían rumores de que las autoridades sellarían la frontera.

La semana pasada, el presidente Vladimir Putin ordenó la movilización de reservistas civiles para reforzar un Ejército que ha sufrido decenas de miles de bajas en su guerra en Ucrania. Desde que se anunció la leva, al menos 200.000 rusos huyeron de su país escabulléndose por los pocos pasos fronterizos que quedan abiertos. Casi un tercio de ellos atravesaron el estrecho desfiladero que separa a Rusia de Georgia en el único cruce fronterizo oficial, a razón de más de 10.000 personas por día.

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La fotógrafa Ksenia Ivanova pasó dos días cerca del lugar, retratando y registrando las historias de los rusos que huyen. Muchos solo revelaron su nombre de pila, por temor a las represalias si alguna vez vuelven a casa. Pero todos hablan de lo mismo: de las divisiones en las familias, de lo inútil que es quedarse a protestar en Rusia, y del temor a morir en una guerra con la que no están de acuerdo.

Vladimir, un geólogo de San Petersburgo, dice que Putin es un demente
Vladimir, un geólogo de San Petersburgo, dice que Putin es un demente - Créditos: @KSENIA IVANOVA

“En todas las familias rusas hay alguien que apoya la guerra y alguien que está en contra”

Vladimir. Geólogo, 31 años

“En todas las familias rusas hay alguien que apoya la guerra y alguien que está en contra”, dice Vladimir, geólogo de San Petersburgo. “La diferencia es que algunas familias se dividen por ese motivo, y otras no”. Su abuela adora a Putin. Su madre lo odia. Vladimir piensa que es un demente que no bromea cuando habla de usar armas nucleares, y esa es una de las razones que lo llevó a esperar 13 horas para cruzar la frontera. Vladimir participó en una protesta contra la guerra, pero enseguida se dio cuenta de que era tan peligroso como inútil. “Hay diez policías por cada manifestante, no tiene el menor sentido”, dice.

Jóvenes rusos toman el ómnibus a Tbilisi, la capital de Georgia, desde la localidad fronteriza de Stepantsminda
Jóvenes rusos toman el ómnibus a Tbilisi, la capital de Georgia, desde la localidad fronteriza de Stepantsminda - Créditos: @KSENIA IVANOVA

“Empezó a amenazarme con llamar a la oficina de alistamiento para que vinieran a buscarme”

Artyom. Programador, 28 años

Tras la movilización anunciada por Putin, Artyom recibió la notificación de reclutamiento pero ya tenía otros planes: junto a su esposa y otra pareja, abandonaron Moscú en auto hacia el sur. Cerca del pueblo de Urukh, a casi dos horas de la frontera, llegaron al primer puesto de control policial y un oficial le preguntó si quería ser reclutado. “Empezó a amenazarme con llamar a la oficina de alistamiento para que vinieran a buscarme, y finalmente arreglamos”, dice Artyom, que pagó más de 1600 dólares en sobornos a policías y otros funcionarios. Este programador informático tiene un terrible recuerdo de su año de servicio militar obligatorio. “Ahí anda uno, sentado en una trinchera, abrazado a un arma”, dice. “Y una de esas noches uno entiende muchas cosas. Después de servir en el Ejército, me di cuenta de que soy un pacifista y que la guerra es terrible”.

Anton cruzó la frontera en su moto
Anton cruzó la frontera en su moto - Créditos: @KSENIA IVANOVA

“No apoyo la guerra y no quiero ir a matar ucranianos”

Anton. Técnico informático, 26 años

“No apoyo la guerra y no quiero ir a matar ucranianos”, dice Anton, que cruzó la frontera en moto. Todavía sigue atónito por la rapidez con que cambió su vida. “No apoyo ninguna acción militar contra Ucrania”, dice. “No creo que Ucrania haya lanzado una provocación ni nada de eso. Eso es pura propaganda”. Este especialista de tecnología informática de Krasnodar, a veces llamada la capital del sur de Rusia, agrega: “En este asunto, para ser honesto, estoy totalmente del lado ucraniano”.

Panorámica del cruce entre Georgia y Rusia en Verkhny Lars, Georgia
Panorámica del cruce entre Georgia y Rusia en Verkhny Lars, Georgia - Créditos: @Shakh Aivazov

“No quiero estar atado a un solo país”,

Ilya. Ingeniero, 35 años

“Me da miedo verme limitado para viajar si cierran la frontera”, dice Ilya, un ingeniero de Moscú. Como la mayoría de los rusos que cruzan la frontera, Ilya no apoya la invasión de Ucrania. Pero lo que lo llevó a huir de su país no fue el miedo a la leva, como tantos otros, sino la perspectiva de quedarse atrapado en su país. “No quiero estar atado a un solo país, quiero tener la posibilidad de viajar”, insiste.

Sergei escapó con su hermano y su primo
Sergei escapó con su hermano y su primo - Créditos: @KSENIA IVANOVA

“Hace un tiempo creíamos que éramos un país libre”

Sergei. Estudiante, 26 años

“Hoy sos una persona libre con una vida normal, y mañana te mandan a la guerra”, dice Sergei, quien cruzó la frontera con su hermano Semyon y su primo Mikhail. “Y si no querés, te meten preso, no hay opción. Hasta hace poco creíamos que éramos un país libre”. Los tres son estudiantes universitarios y trabajaban como instructores de navegación en Gelendzhik, un balneario ruso en el Mar Negro. Al ver el embotellamiento en la frontera, sacaron sus bicicletas del auto y lo dejaron abandonado. Pedalearon toda la noche y pararon a acampar ya del lado georgiano. Su hermano de 24 años ya había recibido una convocatoria para presentarse en la oficina de reclutamiento.

Timofei se refugió en los bosques antes de cruzar la frontera
Timofei se refugió en los bosques antes de cruzar la frontera - Créditos: @KSENIA IVANOVA

“Cruzar la frontera fue emocionalmente muy doloroso”

Timofei. 35 años

En el tren que lo sacó de Moscú rumbo al sur, Timofei iba rodeado de hombres “jóvenes y brillantes”. Tenía el corazón cargado de dolor, tanto por los que se iban como por los que no podían irse y pronto podían quedar cara a cara con la guerra. “Fue emocionalmente muy doloroso, esta guerra no tiene sentido ni razón”, dice. “Esta guerra solo beneficia a un grupo de personas. Quieren crear conflictos sociales y que la gente se odie”.

Kirill aguarda por su mujer en Georgia, cerca de la frontera
Kirill aguarda por su mujer en Georgia, cerca de la frontera - Créditos: @KSENIA IVANOVA

“Voy a aprender algo nuevo para encontrar trabajo en un sector diferente”

Kirill. Empleado bancario, 31 años

Luego de gastar un dineral en sobornos en los puestos de control policiales y también a los lugareños para que lo ayudaran a orientarse con su auto a través del bosque, Kirill llegó al paso fronterizo atestado de gente. El tráfico no avanzaba. Cuando escuchó que había llegado un vehículo blindado ruso, dejó a su esposa en su auto y decidió seguir a pie. “Pasé literalmente caminando frente al vehículo blindado de transporte”, dice Kirill, que trabajaba en finanzas en Rostov del Don. En la frontera, un guardia ruso le preguntó si no le daba vergüenza “escapar y dejar desprotegidas a las madres y los niños del país”. Pero no reaccionó y siguió caminando. Calcula que tiene ahorros para seis meses, pero no sabe bien qué hará. Nunca le gustó su trabajo en finanzas. “Siempre quise ser carpintero y tatuador. Me encanta trabajar con madera, es mi sueño”.

Ksenia Ivanova y Catherine Porter

Traducción de Jaime Arrambide