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El presente y el futuro de la “gasdependencia” de Europa

Sistema de tuberías en una estación receptora de gas de Alemania
Sistema de tuberías en una estación receptora de gas de Alemania - Créditos: @archivo

En las primeras páginas de La riqueza de las naciones, ejemplificando con el caso de la fabricación de alfileres, Adam Smith explicó de manera inmejorable, los beneficios y los riesgos de la especialización, o de la división del trabajo, que tanto se aplica a la interacción humana dentro de un mismo barrio, como al comercio entre países. La cuestión volvió a adquirir relevancia a propósito de la invasión rusa a Ucrania, iniciada en febrero pasado y que todavía parece que sigue “en camino de ida”, y de las consecuencias de ese hecho sobre la dependencia, por parte de varios países europeos, de las compras de gas a Rusia. Dependencia que, en las próximas semanas, se volverá dramática por la llegada del invierno al hemisferio norte.

Sobre el tipo de respuesta que esto puede generar por parte de los países importadores de gas, consulté al egipcio Robert Emile Mabro (1934–2016), quien estudió ingeniería civil en Alejandría e hizo un posgrado en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. “En Alejandría, cuando le decían ‘khawaga’ se ofendía; pero cuando migró a Inglaterra se calificaba a sí mismo como un ‘khawaga’. ‘No soy inglés ni intento convertirme en tal: seré yo, ‘khawaga’. No me la paso preguntándome por mi identidad. Soy inglés, egipcio, griego; soy filósofo, ingeniero, no me importa, soy lo que soy; soy todas esas cosas’”, afirma su biógrafo, Reem Saad.

–Usted se especializó en el estudio de los mercados de petróleo y gas, además de haber analizado la economía de Egipto.

–Así es. Fui un entusiasta de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), entidad fundada en 1960, pero que adquirió relevancia a partir de la cuadruplicación del precio del petróleo ocurrida en 1973, como uno de los subproductos de la guerra del Yom Kippur. Cuando en 1997, como consecuencia de la crisis financiera asiática, el precio del petróleo se ubicó por debajo de los 10 dólares por barril, intermedié entre las autoridades de Arabia Saudita, México y Venezuela, para coordinar reducciones en el nivel de extracción del petróleo, para mejorar así su precio.

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–A los países del hemisferio norte se les viene el invierno, no solamente en términos del calendario, sino también en la cuestión de la disponibilidad y el precio del gas para sus hogares y sus fábricas. ¿Qué cabe esperar?

–Primero, un comentario sobre su cita de Adam Smith. Los beneficios y los riesgos de cualquier estrategia de especialización son aspectos que forman parte de una misma decisión. Esto hay que subrayarlo, porque muchas veces, cuando todo anda fenómeno, se privilegian los beneficios y se ignoran los riesgos; pero, cuando aparece una crisis ocurre exactamente lo contrario. ¿Se equivocó la denominada generación argentina de la década de 1880, cuando se conectó con Inglaterra, entonces la locomotora de la economía mundial, a raíz de lo cual –medio siglo después– tuvo que celebrar el mal comprendido pacto Roca-Runciman?

–Supongo que usted lo dice porque Alemania “se jugó” a la provisión de gas por parte de Rusia, luego de la desintegración de la Unión Soviética.

–Exacto, pero dejémosle esta cuestión a los futuros historiadores. Porque, desde el punto de vista práctico, lo que hoy interesa es el presente y el futuro de la cuestión. Al respecto, la historia enseña que, en situaciones como ésta, cabe esperar una respuesta de corto plazo y otra de plazo no tan corto. Eso no quiere decir que primero se implementan las medidas de corto plazo y después el resto, sino que, por sus características, algunas de dichas medidas generan efectos más rápidamente que otras.

–Lo escucho.

–El caso del petróleo viene a cuento. Cuando, como usted recordó, en 1973 se cuadruplicaron los precios del petróleo, países como Brasil no extraían nada de “oro negro” dentro de su territorio; Estados Unidos era un fuerte importador, aunque no tanto como algunos países europeos. Y ustedes, argentinos, en buena medida se salvaron, por la política petrolera encarada por Arturo Frondizi y Rogelio Julio Frigerio.

–No me diga que en 1958 Frondizi y Frigerio encararon la denominada “batalla del petróleo”, anticipando el primer shock del petróleo que habría de ocurrir 15 años después.

–Obviamente que no, pero no quiero ni pensar lo que hubiera ocurrido en la Argentina, a partir de 1973, si, como hasta fines de la década de 1950, más de la mitad del consumo de petróleo era importado.

–Volvamos a la actualidad. Usted pronostica medidas de corto y de largo plazo.

–Efectivamente. En el corto plazo los países europeos enfrentan la peor combinación posible: amenazas (y realidades) de desabastecimiento, junto a aumento de precios. Puede que los alemanes y los ingleses comprendan, mejor que los argentinos, la necesidad de absorber las implicancias de lo que se les viene en materia energética, pero nadie piensa que les hará gracia tener que abrigarse más dentro de sus casas, al tiempo que tienen que destinar más recursos a pagar las boletas de gas y electricidad. Lindo desafío para Liz Truss, la flamante primer ministro del Reino Unido.

–¿Cuáles serían las medidas de largo plazo?

–Las que buscan otras fuentes de aprovisionamiento de gas, otras fuentes energéticas y también la renovación de instalaciones, para incorporar ahorros de energía. El primer shock petrolero indujo el rediseño de los motores (un Jumbo de la década de 1970 utilizaba menos combustible que un 707 de la década de 1950, y transportaba el triple de pasajeros), el cambio en el tamaño de los autos, entre otras cosas.

–¿Qué inspiraría el cambio tecnológico?

–El costo de no encararlo. Los nuevos precios de la energía y la amenaza de desabastecimiento inducirán la búsqueda de otras fuentes de abastecimiento, así como el ahorro de energía. Cosa que, difícilmente, argentinos, ustedes consigan con una mezcla de tarifas de energía y gas groseramente subsidiadas, y autoridades que recomiendan “cuidar la energía”.

–Todo esto ocurre mientas la lucha contra el cambio climático sigue empantanada o, por lo menos, avanza muy lentamente.

–La historia enseña que rara vez los cambios se dan de manera autónoma; generalmente, constituyen la respuesta a un desafío, como enseña Arnold Toynbee. De repente, algunos gobiernos aprovecharán la oportunidad, lo cual implica modificar las reglas del juego –teniendo en cuenta el impacto sobre el medio ambiente– del uso de diferentes tipos de energía.

–Lo que usted está diciendo referido al largo plazo, ¿funcionará?

–No lo puedo asegurar, pero la historia es ilustrativa al respecto. Vladimir Putin debería tener esto bien presente; no sea cosa que por tirar demasiado de la piolita de un circunstancial poder de mercado, dentro de algunos años no tenga a quién venderle gas.

–Don Robert, muchas gracias.