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Recurriendo a un modelo antiguo para reducir mi tiempo frente a la pantalla

El teléfono plegable Orbic Journey V. (Orbic vía The New York Times)
El teléfono plegable Orbic Journey V. (Orbic vía The New York Times)

En esta época del año, todo el mundo te pregunta qué es lo que menos te gusta de tu vida, pero lo formulan así: “¿Cuál es tu propósito de Año Nuevo?”.

Mi mayor arrepentimiento de 2023 fue mi relación con mi celular, o mi “apéndice tecnológico”, como lo he bautizado en la configuración de mi iPhone. Mis informes de Tiempo en pantalla de Apple marcaban de manera regular más de cinco horas al día.

Por supuesto, una parte (¿gran parte?) de ese tiempo lo dedicaba a actividades que enriquecen mi vida o son inevitables: trabajo, hilos de mensajes de texto familiares, leer las noticias y mantenerme al día con amigos lejanos. Pero, según mi informe, tomé el dispositivo más de cien veces al día. Y ese aferramiento iba cada vez más acompañado del tipo de remordimiento que asocio con un comportamiento poco saludable, esa sensación que tengo después de beber demasiadas copas de vino, terminarme toda la bolsa de gomitas ácidas o quedarme en la mesa de póker cuando estoy en racha.

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Así que en diciembre hice un cambio radical. Me deshice de mi iPhone 15 de 1300 dólares y lo cambié por un Orbic Journey de 108 dólares, un teléfono plegable. Hace llamadas y envía mensajes de texto y eso es todo. Ni siquiera tenía el juego “Snake”.

Puede parecer extraño volverse retro en la era del ChatGPT, los estilistas personales con inteligencia artificial y los implantes cerebrales Neuralink. Pero, con la tecnología avanzada a punto de incrustarse más profundamente en mi vida (aunque no en mi cerebro, por favor, nunca en mi cerebro real), parecía el momento perfecto para corregir el rumbo con la tecnología existente que ya parecía fuera de mi control.

Buscando un celular ‘no inteligente’

El teléfono plegable Orbic Journey V. (Orbic vía The New York Times)
El teléfono plegable Orbic Journey V. (Orbic vía The New York Times)

El cambio no fue fácil ni rápido. La decisión de “cambiar” al Journey fue tan absurda que mi operador no me permitió hacerlo por teléfono. Tuve que ir a la tienda.

Mi hija de 7 años miraba incrédula la reliquia tecnológica expuesta junto a una colección de aparatos más elegantes con pantallas táctiles. “¿Ese es el teléfono que quieres? ¿Es una broma?”, preguntó frotando con los dedos las teclas de plástico del Orbic Journey.

El Journey ha sido criticado por los expertos en “teléfonos tontos”. No solo la duración de la batería es ridículamente corta, sino que pierde la señal cuando está en movimiento y tienes que reiniciarlo para que se vuelva a conectar. Pero era el único teléfono minimalista que admitía mi operador de bajo presupuesto.

Hay opciones superiores con un servicio fiable y algunas incluso tienen funciones de mapas, reproductores de música y voz a texto. El mercado minimalista se ha ampliado en los últimos años, según José Briones, que ha creado un “buscador de teléfonos no inteligentes” para ayudar a la gente a elegir entre 98 modelos que ha probado (el Journey no entró en la lista).

“La gente está fatigada digitalmente después de la pandemia, después de tener que estar en línea todo el tiempo”, señaló Briones, de 28 años, que todavía está en línea lo suficiente como para administrar el subreddit Dumbphone y publicar de manera regular reseñas de los dispositivos en YouTube.

“He descubierto personalmente que, cuanto más aburrida es la pantalla, más fácil es no ser adicto a ella”, aseguró Briones.

El nivel de aburrimiento del Journey era tranquilizador. Su pantalla principal era diminuta y aburrida; una más pequeña en el exterior mostraba la hora. Cuando lo llevé a casa, me costó cambiar mi servicio de la eSIM del iPhone a la física del teléfono. Pero pronto empecé a escribir lentamente textos y emoticonos con solo nueve teclas.

Los mensajes de más de dos frases requerían pulsar una cantidad insoportable de botones, así que empecé a llamar a la gente. Esto era un problema porque la mayoría de la gente no quiere que su celular funcione como un teléfono.

Cuando los amigos y la familia contestaban la llamada, las conversaciones eran mucho más profundas de lo que habría sido un intercambio de mensajes de texto. Una mañana, mientras paseaba al perro, tuve una charla íntima con una amiga de la universidad. Después, me envió un largo mensaje agradeciéndome un consejo que le había dado.

¿Un febrero del celular plegable?

Colegas, amigos y seres queridos que veían el aparato en mi mano o notaban que mis globos de texto se volvían verdes se mostraban escépticos y envidiosos a partes iguales. “Me gustaría poder hacerlo yo” era un estribillo que oía tan a menudo que ahora creo que al plan de enero de sobriedad debería seguirle el de febrero del celular plegable.

Mi teléfono negro tenía el efecto de un alzacuello de clérigo, que inducía a la gente a confesarme sus pecados de tiempo en pantalla. Odiaban mirar tanto el teléfono cerca de sus hijos, ver TikTok por la noche en vez de dormir, mirarlo mientras conducían, empezar y terminar el día con él.

Pero privarse del celular y sus aplicaciones a veces resultaba muy incómodo:

- En Navidad, recibí como regalo un robot aspiradora... que solo podía configurarse mediante una aplicación de iPhone.

- A mediados de mes, recibí un correo electrónico de “alerta” de mi banco: había sobregirado mi cuenta corriente. Normalmente, controlo mi saldo en la aplicación para celular del banco y muevo dinero de una cuenta de ahorro de alto rendimiento cuando se está agotando. Me había olvidado de esto y también había estado posponiendo una visita al banco para depositar un cheque en papel, algo que suelo hacer sacándole una foto en la aplicación móvil. ¡Vaya!

- Muchas de mis cuentas en línea, incluida la de The New York Times que me permite acceder a su sistema de gestión de contenidos para crear borradores de artículos, requieren autenticación de dos factores a través de una aplicación de celular inteligente. Ya que estás leyendo este artículo, queda claro que hice trampa en este caso al encender mi celular y usarlo en modo wifi para obtener el código que necesitaba.

A pesar de esos retos, sobreviví, incluso prosperé durante el mes. Fue un alivio desconectar mi cerebro del internet de forma regular y durante horas. Leí cuatro libros. Hice un rompecabezas “mágico” muy bonito. Hice largas carreras con mi marido, durante las cuales hablábamos, en lugar de refugiarnos en universos de audio separados con AirPods. Sentí que tenía más tiempo y más control sobre qué hacer con él.

“Nuestra salud compite con muchos de estos servicios y empresas que compiten por nuestro tiempo, nuestra energía y nuestra atención”, afirmó Matthew Buman, profesor de Ciencias del Movimiento en la Universidad Estatal de Arizona.

Buman acaba de terminar un estudio financiado por los Institutos Nacionales de la Salud sobre estrategias para alejar a la gente de las pantallas y hacer que se mueva más, desde mensajes motivadores cuando se ha estado demasiado tiempo en la pantalla (”Estás cerca de tu objetivo. ¡Puedes hacerlo!”) hasta la concesión de tiempo en pantalla en función de la consecución de objetivos de ejercicio.

Buman espera que los gigantes de los teléfonos inteligentes, Apple y Google, mejoren la eficacia de sus aplicaciones sobre tiempo en pantalla y bienestar al incorporar estrategias de eficacia probada. El programa de Buman ayudó a reducir el tiempo en pantalla de las 110 personas que participaron en el estudio de dos años, pero aún está evaluando los resultados para averiguar qué estrategias fueron las más eficaces.

Le hablé a Buman de mi propia estrategia: el teléfono plegable. Dijo que quizá hizo que mi mente se sintiera más libre y como si tuviera más tiempo (ambas cosas son ciertas), pero que “en nuestra sociedad, es difícil mantener eso a largo plazo”.

Acabando con los malos hábitos

Le pregunté a mi hija de 7 años qué pensaba de esta versión de su mamá “con celular plegable”.

“Me gusta más; no miras tanto el celular y pasas más tiempo jugando conmigo”, me dijo, haciéndome sentir maravillosa y terrible a la vez.

Mi círculo social se redujo ese mes. No envié una ráfaga de mensajes de “Feliz Año Nuevo” (demasiado difícil con un celular plegable) y desaparecí de Instagram (lo que provocó que una amiga me enviara un mensaje que decía: “¿Estás bien?”). Quizá se pensaría que me daría temor de perderme de cosas importantes, pero no fue así, tal vez porque todas las interacciones que estaba teniendo me hacían sentir mejor.

Por mucho que me gustara mi vida con el celular plegable y el restablecimiento mental que me proporcionaba, creo que podrían despedirme si no respondiera a tiempo a los mensajes de Slack y a los correos electrónicos con la frecuencia con la que lo hice durante el mes. (Nota del editor: Se trata de una proyección infundada, que enmascara claramente un deseo profundo e incontrolable de volver al teléfono inteligente). Así que planeo volver a mi iPhone en 2024, pero en escala de grises y teniendo más en cuenta cómo lo uso.

Con esto en mente, he creado un lugar específico para mi teléfono en casa: una mesita baja con una planta y un cargador. Lo dejaré allí cuando no esté trabajando, para que no lo lleve conmigo todo el tiempo y no pueda manosearlo sin pensar. También lo tendré allí por la noche, para que no me interrumpa el sueño al lado de la cama. Espero que la sensación de bienestar que esto me aporta sea suficiente como mecanismo de control.

Sin embargo, algunos críticos de la tecnología se muestran escépticos de que las estrategias individuales sean el camino a seguir.

“Cada vez más gente empieza a ver que estas plataformas, estos productos, están diseñados para crear adicción a propósito”, afirmó Camille Carlton, responsable de políticas del Center for Humane Technology, una organización sin ánimo de lucro de California fundada por antiguos empleados del sector tecnológico para concientizar sobre los efectos negativos del tipo de productos en los que trabajaban.

Carlton comparó los teléfonos inteligentes y las aplicaciones de redes sociales con la comida basura y el tabaco, y sugirió que los legisladores deberían regular el diseño de estos productos para proteger nuestra salud.

Por ahora, sin embargo, depende de nosotros.

c.2024 The New York Times Company