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¿Puede el sistema capitalista sobrevivir sin guerras?

La historia mundial documenta los múltiples procesos de reconversión hacia y desde la producción de material bélico, en función de las circunstancias.
La historia mundial documenta los múltiples procesos de reconversión hacia y desde la producción de material bélico, en función de las circunstancias.

Si la terminación de la Gran Crisis de la década de 1930 coincidió con los preparativos de la Segunda Guerra Mundial, y si, al final de su gestión, el presidente de Estados Unidos Dwight David Eisenhower denunció la existencia de un “complejo militar-industrial”, es difícil resistir la tentación de conjeturar que el sistema capitalista no podrá sobrevivir si de tanto en tanto no hay guerras. ¿Es necesariamente así?

Al respecto conversé con la polaca Rosa Luxemburgo (1870-1919), quien estudió Economía y Derecho en Zurich. Pasó su infancia y juventud en Varsovia. Cofundadora del Partido Social-Demócrata de Polonia y Lituania, tuvo que abandonar su país natal por razones políticas. En 1898 se casó por conveniencia con un alemán y vivió desde entonces en Berlín. Militó en el Partido Social-Demócrata Alemán y, cuando éste se dividió, lideró su ala izquierda. Aclamó la Revolución Rusa, pero calificó al gobierno de Lenin como la dictadura del Partido Comunista sobre el proletariado ruso. Durante la Primera Guerra Mundial pasó tres años en la cárcel. En cuanto fue liberada, a fines de 1918, fundó el Partido Comunista Alemán. Nuevamente arrestada, el 15 de enero de 1919 fue asesinada por los soldados que la custodiaban.

–¿Cuál es la tesis de La acumulación del capital, que usted publicó en 1913?

–El principal factor que le otorga a la producción capitalista su carácter dinámico es la expansión hacia zonas no capitalistas dentro de países capitalistas y hacia el mundo no desarrollado. El imperialismo, entonces, es una fase necesaria dentro del desarrollo capitalista. Más aún, es la última fase del capitalismo. Esto implica que el mundo subdesarrollado se ubica en el centro del debate del desarrollo ulterior, frente al colapso del sistema capitalista. La caída del capitalismo no se producirá, simplemente, vía revoluciones internas, como predijo Karl Heinrich Marx, sino a través de guerras internacionales y luchas coloniales de liberación.

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–Usted interpretó una dinámica que se venía desarrollando en las décadas anteriores a la publicación de su obra.

–Siempre ocurre, ¿o usted piensa que el Manifiesto Comunista, que Marx y Friedrich Engels publicaron en 1848, se debió a que un sábado por la tarde, aburridos, se pusieron a escribir? En el caso que nos ocupa, el caso de los ferrocarriles es bien ilustrativo.

–La escucho.

–La primera línea férrea fue inaugurada en Inglaterra a mediados de la década de 1820. Basta mirar un mapa para advertir que “en pocos años” las Islas Británicas se poblaron de ferrocarriles. En consecuencia, la rentabilidad esperada por la instalación de nuevas líneas ferroviarias en dicho país declinó rápidamente y, por consiguiente, era inferior a la que se podía esperar si se las instalaba en otros países. Su compatriota Eduardo Andrés Zalduendo, en Libras y rieles, publicado en 1975, documentó que, durante la década de 1880, una verdadera “ferromanía” se espació por muchos países. La Argentina, uno de ellos.

–¿Está usted sugiriendo que la gestión presidencial de Julio Argentino Roca y de Miguel Ángel Juárez Celman no tuvieron ningún mérito en atraer inversiones extranjeras?

–Estoy diciendo que, con la federalización de la Ciudad de Buenos Aires y el fin de las luchas internas, a partir de 1880 su país se volvió atractivo para ellas. Pero puntualizo que esto ocurrió en una época proclive a que los países desarrollados, particularmente Inglaterra, estuvieran muy interesados en exportar capital. A propósito: en Trenes ingleses en Argentina, publicado en 2020, Mario Justo López documentó las barrabasadas decisorias que se cometieron en este sector, en períodos de euforia, o aplicando criterios equivocados.

–Imperialismo suena a que, en la vinculación entre los países coloniales y los colonizados, los primeros ganaron a costa de los segundos. Y el enfoque del intercambio desigual, planteó la vinculación internacional entre países como un mecanismo de explotación capitalista.

–Debate eterno, pero a propósito de lo que originó esta conversación, me permito sugerir que –para la humanidad– es preferible que el sistema capitalista necesite del imperialismo para sobrevivir a que requiera las guerras.

–Elabore, por favor.

–Desde hace siglos los economistas venimos discutiendo si el PBI de los países viene determinado por razones de oferta (como la disponibilidad de recursos o la tecnología existente) o por razones de demanda, como en la hipótesis keynesiana de déficit de demanda, por fuerte disminución de la inversión, debido a un deterioro de las expectativas empresarias. Pues bien, algunos economistas burgueses enrolados en esta última posición argumentan que la industria bélica contribuye a evitar crisis económicas derivadas de insuficiencias de demanda agregada.

–¿Cómo se podría contestar este argumento?

–Afirmando que, en todo caso, lo que el sistema capitalista requiere es la producción de material bélico, no su uso para destruir vidas y bienes. Por lo cual, se podría recomendar que se sigan produciendo balas y cañones, pero que las bombas se tiren en el medio del océano y no en centros poblados.

–Pero ese análisis es estático.

–Así es, porque, (aunque no de la noche a la mañana) las instalaciones productivas se pueden reconvertir. Una fábrica de tanques difícilmente se pueda utilizar para fabricar tallarines, pero sí automóviles o tractores. La historia mundial documenta los múltiples procesos de reconversión hacia y desde la producción de material bélico, en función de las circunstancias.

–Todo esto luce muy bonito, pero los Estados siguen demandando armamento y el sector parece tener llegada a las autoridades. Es decir, el complejo militar-industrial del que hablaba Eisenhower existe.

–De ahí la importancia de que la decisión última de iniciar o finalizar una guerra esté en manos de civiles y no de militares. Fácil de decir, pero algunos ejemplos ilustran lo que estoy diciendo, y sus consecuencias.

–Me interesa.

–En la Guerra de Corea, a comienzos de la década de 1950, el general Douglas MacArthur quería seguir avanzando, pero el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, lo frenó; y frente a un acto de desobediencia, no tuvo más remedio que prescindir de sus servicios. Otro ejemplo: al terminar la Primera Guerra del Golfo, en 1990, los militares también querían seguir, pero en función del mandato que habían recibido, frenaron la acción armada en la frontera entre Kuwait e Irak. Muchos opinan, probablemente con razón, que si en dicho año los militares hubieran desobedecido, no hubiera habido una Segunda Guerra del Golfo. Pero no se trata de bajar la guardia, porque con el stock de armas nucleares que hoy existen, los errores se pagarían muy caro.

–Estimada Rosa, muchas gracias.