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Las sorpresas (buenas y malas) que trae Windows 11

Año nuevo, sistema operativo nuevo. Sí, obviamente me refiero a Windows 11. Los veteranos recordarán las épocas en las que un lanzamiento de este tipo inspiraba millonarias campañas de marketing y nos llenaba de entusiasmo. Esto, mal que nos pese, ya no es así. Todo pasa, y no me refiero solo a Windows. Los sistemas operativos, como tema, como asunto, han dejado de ser noticia. OK, genial, ¿y entonces por qué estamos hablando de esto?

Simple: porque Microsoft sigue teniendo el monopolio absoluto (casi el 75%) del mercado de sistemas operativos para computadoras personales, y las computadoras personales hacen el trabajo que está detrás de todo lo que nos entusiasma hoy, desde apps hasta series, desde inteligencia artificial hasta el por ahora despoblado pero estos días mediáticamente muy visitado metaverso. Así que aunque no nos entusiasme como antes, lo que Microsoft haga o deje de hacer con un nuevo sistema nos afecta a todos, directa o indirectamente.

El martes, justo en el medio de un cierre, recibí la buena noticia (ejem) de que Windows 11 estaba listo para instalarse en mi máquina principal (¡ay!). Terminé con el cierre (a golpes uno va aprendiendo a tener paciencia), y luego pasé al perfil principal de esa PC, para iniciar la instalación. A partir de aquí habrá buenas y malas noticias, pero, sobre todo, esta es la crónica de un primer encuentro en un equipo de productividad con el sistema que estaremos usando durante los próximos años para codificar, escribir, animar, editar audio y video, componer, mezclar, diseñar casas, edificios, puentes y coches, y sigue la lista.

La primera mala noticia es que al arrancar el perfil principal me aparecieron dos opciones: iniciar la instalación o rechazarla. No posponerla. Rechazarla. OK. Estaba seguro de que podía rechazar la instalación en ese momento y retomarla después, pero mi plan era probar el sistema, así que le di clic a Instalar. La primera buena noticia es que fue algo rápido (unos veinte minutos). La descarga del sistema (unos 4 GB), que se hace antes y que no requiere que uno deje de trabajar con la computadora, depende (mayormente) del ancho de banda de que dispongamos, por lo que no tiene sentido tomarla en consideración. Ahora bien, la instalación fue rápida con un disco de estado sólido de buena marca y muy veloz. Si tu computadora tiene un disco principal mecánico, vas a tener que armarte de más paciencia. Si es lento, dejalo correr y andate de vacaciones.

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Segunda buena noticia, y al revés de lo que en general vino ocurriendo desde 1995: al arrancar con Windows 11, casi todo estaba exactamente igual que antes, con Windows 10 (salvo las varias funciones del 10 que, inexplicablemente, Microsoft eliminó). O sea, hay poca curva de aprendizaje, y eso es destacable.

Para el usuario casual, sin embargo, algo no está bien en el Escritorio de Windows 11, así como arranca. En lugar de esa clásica (1995, de nuevo), confiable, intuitiva y conocida alineación a la izquierda del botón Inicio, ahora hay una barra de íconos –no necesariamente fáciles reconocer– en el medio de la base de la pantalla. Parece un dock, al estilo Mac. O Linux. Pero no. Lo que ocurre es que ahora el menú Inicio y la barra de tareas vienen de forma predeterminada centrados en la pantalla. Cuando te pasaste más de 25 años haciendo clic a la izquierda, la nueva ubicación es muy incómoda. Así que mi primer paso con el 11 fue darle clic con el botón derecho a esa barra, abrir Configuración de la barra de tareas, buscar Comportamiento y elegir la alineación tradicional.

Fue ahí cuando advertí que mi barra de herramientas, con todos los accesos directos a mis programas favoritos (un clic y arrancan), había desaparecido. Lo que es peor, ya no es posible colocar barras de herramientas, lo que ha causado un clamor en los foros de Microsoft y del sistema en general. No es para menos; todos los que más o menos usan la máquina con cierta eficiencia saben que estas barras de herramientas, con todo y su humildad, aceleran el trabajo como ninguna otra cosa (salvo los atajos de teclado, que fueron dados de baja hace mucho, por desgracia). Le pregunté a Microsoft si tienen pensado reincorporar esa función, una de las mejores de Windows; al cierre de esta edición aun no me habían respondido. Cuando lo hagan actualizaré este artículo. Por ahora, pueden leer las largas discusiones en los foros aquí, aquí y aquí, entre otros.

Sí, claro, hay aplicaciones de terceros para tener barras de tareas y demás, pero no estamos hablando de eso. Estamos hablando de Windows. De una excelente función que tenía Windows y que, todo indica, ha desaparecido. Lo mismo que la opción de colocar la barra de tareas arriba, redimensionar sus íconos y mostrar las etiquetas.

Más sobre la nueva barra de tareas, que es como una versión rebajada y mayormente inútil de la tradicional: no es posible cambiar su tamaño. Al menos, hasta donde pude ver. Lo que es de por sí significativo. Se supone que esto debe ser muy intuitivo. Y era una de esas cosas que andaban perfectamente bien en Windows desde siempre; si querías más lugar en la barra de tareas, la levantabas una línea. Pera eso tenemos monitores enormes. ¿Qué necesidad había de podarle funciones?

Anda mejor, digamos

En general, el nuevo Windows (al revés de lo que pasó con algunas de las versiones malditas del sistema, como Vista) anda tanto o más rápido que el 10, con el mismo hardware. Algunos programas necesitaron ser reinstalados, como la app de Tidal, pero después de eso marcharon sin novedad. Algunas funciones de hardware cambiaron a los valores predeterminados, como es el caso del audio. En esta máquina hay al menos tres fuentes de sonido, incluido un sintetizador externo que uso como placa de audio, y Windows reseteó esa preferencia. Pero hay que decir que en general me encontré con todo como estaba, salvo, claro, la ubicación de los íconos en el Escritorio (esto se entiende, tampoco pedimos magia).

La excelente performance de Windows 11 se ve afectada, sin embargo, por una serie de errores incomprensibles en el diseño de la interfaz (sí, ocurre cada vez, y no solo con Windows). Por ejemplo, antes, con el 10, haciendo un clic sobre el parlantito, abajo a la derecha, podías elegir entre varias interfaces de audio. Dos clics, y listo. Tres, si querés. Ahora un clic abre un diálogo donde, entre otras cosas, están los controles multimedia (algo que casi cualquier teclado trae de fábrica) y botones para activar, por caso, la luz nocturna (¿qué tiene que ver con el audio?). Para cambiar de interfaz, hay que darle clic al engranaje de configuración, hacer clic en Sonido y recién ahí otro clic más para cambiar de interfaz, y uno para cerrar el cuadro de diálogo. Cinco clics. Muchachos, no se lo tomen a mal, se los digo de onda, pero hay una regla básica de UX que dice que aumentar tanto el número de clics para hacer lo mismo es no positivo.

Instalar, rechazar o qué

¿Pero hay que instalarlo? Esa es una pregunta complicada, y viene siéndolo desde más o menos 1995 (¿ya lo había dicho?). Lo trataré en próximas columnas, pero dicho brevemente, como Windows tiene un ciclo de vida limitado y cuando caduca se queda sin actualizaciones (es lo que pasa hoy con Windows XP y 7, por ejemplo, y lo que ocurrirá con Windows 10 en octubre de 2025), y como además, pasado cierto tiempo, la licencia también vence y hay que volver a pagar por el sistema (unos 30.000 pesos, más impuestos), lo más racional es actualizar. Sin embargo, y a pesar del alarmante botón Rechazar, es posible aguardar un poco y tomarse el tiempo para averiguar si las aplicaciones fundamentales y el hardware (impresoras, pero no solo impresoras) van a funcionar con la nueva versión de Windows.

Hay, naturalmente, mucho más paño para cortar. La idea de tener Android en Windows es buena, y es una de las grandes diferencias entre el 10 y el 11. Habría sido mejor si no fuera menester registrarse con una cuenta de Microsoft para activarla; esto ocurre con varias de las nuevas funciones del 11. De a poco, y salvo en el caso de Linux, el lazo de la falta de privacidad se va cerrando también en las PC, que eran el último reducto en el que teníamos un poco de control.

Con todo, la primera impresión, tratándose de equipos que hoy usamos en un 99% para productividad, videojuegos y contenidos, es que esas aplicaciones no encontraron (hasta donde pude ver) problemas. Tampoco hubo inconvenientes con máquinas virtuales (VirtualBox y VMWare), VPN y juegos. Dejando de lado lo de la barra de tareas, lo que importa en una PC, por ahora, no parece haber sido afectado.