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Thomas Friedman: "El muro de Trump no es contra México, sino contra la realidad"

PABLO PARDO/Washington–. Para parte de la izquierda es un resumen de lo que simboliza “el enemigo”. Es uno de los mayores defensores de la invasión de Irak, un intervencionista en política exterior, un tecnócrata clintoniano, y un defensor del libre comercio y de las grandes empresas.

Y, encima, tiene la capacidad de lanzar frases inflamatorias, como el épico “que se aguanten”, que dirigió a los iraquíes durante la invasión de ese país, o su mensaje a Serbia durante el bombardeo de la OTAN en 1999 para proteger a Kosovo: “Cada semana que arrasan Kosovo es una década que los vamos a hacer retroceder en la Historia. ¿Quieren 1950? Podemos mandarlos a 1950. ¿Quieren 1389? Podemos mandarlos a 1389”. La fecha no es casual: 1389 fue el año en que el Imperio Otomano derrotó a los serbios en la batalla de Kosovo.

Pero, para una gran parte de la derecha, es, también, “el enemigo”. Y casi por las mismas razones. Es liberal en materia social. Apoya el libre comercio y la inmigración. Es, de nuevo, “clintoniano”. Y, encima, escribe en el New York Times.

Thomas Friedman. (John Lamparski/Getty Images)
Thomas Friedman. (John Lamparski/Getty Images)

Es Thomas (‘Tom’, para los amigos) Friedman.

Todas esas clasificaciones soslayan algo relevante: Friedman es el periodista vivo con más premios Pulitzer, el Oscar –o el Nobel– de la profesión de informador. Tres, en total: dos como corresponsal –en Beirut y en Jerusalén– y uno como columnista, que es su función desde hace casi dos décadas. Así que algo tendrá para provocar semejantes reacciones.

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Tal vez la clave de todas esas controversias sea la propia definición que Friedman tiene de sí mismo: “Centrista radical”. En una época de polarización política, ésa es acaso la receta más eficaz para provocar opiniones encontradas. Precisamente contra esa polarización, Friedman ha lanzado su último libro, publicado en español con el título “Gracias por llegar tarde” (Deusto), en el que trata de encontrar un punto en común que una a la sociedad estadounidense y, por extensión, a la de Occidente ante los desafíos y las oportunidades de la globalización.

Friedman se define como “un optimista”. Y eso queda de manifiesto en “Gracias por llegar tarde”. A pesar de su rechazo frontal a Donald Trump, el columnista del New York Times sigue insistiendo en que el futuro es brillante.

La adaptación a los cambios del futuro

Si se observa Estados Unidos desde las comunidades, y no desde las grandes ciudades o a nivel nacional, hay muchos motivos de optimismo”, declara. Y subraya eso con una experiencia personal, que desarrolla en el libro: sus orígenes.

“Yo no soy una persona de una gran ciudad, de Nueva York o de Washington. Nací y crecí en St. Louis Park, un pueblo de Minnesota, y en este libro he retornado a mis raíces, a mi lugar de origen, para ver ese sentido común de las localidades pequeñas de EEUU que parece que se ha perdido a un nivel nacional”, explica. Friedman utiliza el término ‘tocquevilliano’ para referirse a su libro, en referencia al clásico “La democracia en América”, del francés Alexis de Tocqueville, publicado en dos volúmenes, en 1835 y 1840, y que acaso sea la obra más influyente sobre EEUU escrita por un extranjero.

La gran diferencia de Tocqueville con respecto a otros muchos observadores políticos y sociales es que él analizó los EEUU de Andrew Jackson –el presidente en el que Donald Trump ha modelado gran parte de su retórica y de su acción política– desde el punto de vista de las pequeñas comunidades del país. Así, la estridencia de la política jacksoniana queda oculta por una realidad mucho más tranquila y que, a la postre, se reveló como más duradera.

Pero, al contrario que a Tocqueville, a Friedman le gusta emplear términos muy complicados. En su libro describe lo que ha bautizado como “coaliciones complejas de adaptación”, es decir, alianzas entre empresas, gobiernos locales, y grupos de la sociedad civil.

“Mire Tennessee” – declara, en referencia a un estado en el que acaba de estar como parte de la ‘gira’ de presentación de su libro– “hay una serie de centros de desarrollo en las ciudades en torno a todo tipo de industrias: desde la tecnología hasta la música, pasando por el turismo del ‘bourbon’. Y esas industrias están colaborando con los gobiernos locales para mejorar la calidad del sistema educativo. A su vez, esos cambios empiezan en las ciudades. Pero progresivamente se van extendiendo a los suburbios y a las zonas rurales, y el resultado son regiones más preparadas y flexibles para hacer frente al triple cambio que ya ha comenzado: el cambio tecnológico, el cambio empresarial, y el cambio climático”.

Es, en el fondo, la repetición, aunque a una escala regional, de la fe en la globalización que Friedman lleva profesando al menos desde que publicó su clásico “The Lexus and the Olive Tree” en 1999, y en el que afirmaba que el mundo está en una lucha dialéctica entre el avance económico y tecnológico y la tradición.

El lado correcto de la Historia

Para Friedman, evidentemente, Trump se sitúa en el campo de la tradición, o sea, en el lado equivocado de la Historia. Pero la victoria del lado correcto es inevitable.

Algunos, como el exasesor de George W. Bush y ahora enemigo declarado de Donald Trump, Eliot Cohen, critican esas actitudes porque, afirman, pecan de irresponsabilidad, al considerar poco menos que inevitable el progreso en una determinada dirección. Pero Friedman rechaza esa crítica y matiza su optimismo. “Soy una persona que busca soluciones. Tengo dos hijas, y quiero ayudar a que tengan un futuro mejor que el presente que están viviendo”. Y también admite que el cambio que él defiende es en parte el origen del triunfo de Trump.

El libro describe un ritmo de cambio acelerado en muchas áreas, desde las normas sociales hasta la inmigración, o al trabajo, que ha dejado a muchas personas dislocadas, a la deriva”, explica Friedman, antes de dar su interpretación acerca de uno de los puntos más conflictivos –y también populares– de las políticas de Donald Trump: el proyecto del muro en la frontera con México. “Es una idea poderosa porque no es un muro contra México, sino un muro contra la realidad”, sostiene.

Lo cual conlleva a elegir entre dos opciones: “Podemos tratar de escondernos tras ese muro del huracán de los cambios que se están produciendo, pero eso no funcionará. O podemos aceptar el huracán y tratar de situarnos en su ojo, en su centro, que es la única zona en la que hay relativa estabilidad, e intentar avanzar con él. Ésa es una opción que requiere mucho esfuerzo y asumir muchos riesgos, pero es la única que nos permitirá un futuro de éxito”.