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Una ventana a nivel de calle explica las dificultades que enfrentan los centros de las ciudades

Un escaparate vacío en San Francisco, el 4 de septiembre de 2023. (Emily Badger/The New York Times).
Un escaparate vacío en San Francisco, el 4 de septiembre de 2023. (Emily Badger/The New York Times).

Los edificios de oficinas en el centro de San Francisco se han quedado vacíos a causa de uno de los índices de desocupación más altos del país, así como una de las tendencias de regreso a la oficina más lentas. Pero cuando se camina por la zona, lo que la hace sentir tan deshabitada es un fenómeno diferente, pero relacionado, en la parte inferior de esas oficinas vacías: la planta baja vacía.

Son las ventanas con persianas totalmente cerradas, los mostradores de charcutería desolados que se ven a través del vidrio polvoriento, el letrero abandonado de una tienda de Verizon que ya no existe. Son las melancólicas notas escritas a mano —“este local está cerrado”— y los letreros de “en venta” que intentan transmitir alegría. En cada esquina se busca alguien que rente un espacio de 76.3 metros cuadrados que solía ser una cafetería, u otro de 505 metros cuadrados que antes era una panadería, o un local de 1173.5 metros cuadrados que solía ser un Walgreens.

Al igual que gran parte de los espacios de oficina ubicados en los pisos de arriba, es probable que las plantas bajas tengan que reinventarse en el distrito comercial de San Francisco y los centros de otras ciudades que desde hace mucho han dado por hecho que las personas que iban al trabajo siempre serían consumidores cautivos. De hecho, será difícil resolver el problema en el resto de los edificios sin antes resolver este. Porque, ¿quién quiere regresar al centro de la ciudad cuando la mayoría de los espacios visibles están apagados, clausurados y con ventanas tapizadas de papel?

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“No hay nada peor que las ventanas empapeladas”, mencionó Conrad Kickert, académico de diseño urbano en la Universidad de Búfalo que estudia escaparates, fachadas y la vida callejera. “Y solo un piso arriba se ven esas calcomanías tristes en las que aparecen personas sonrientes”.

Estos paisajes nos afectan mucho porque la gran mayoría de nuestras interacciones con la arquitectura y los edificios sucede a nivel de calle, explicó Kickert. Ahí es donde nos damos cuenta si una zona es segura y dinámica, o si algo no anda bien. Ahí es donde la ciudad cobra vida en su mezcla de diversidad: la coctelería al lado de la tintorería al lado del restaurante de ramen, pero también el financiero al lado del turista al lado del encargado de la tienda.

La planta baja, en un contexto ideal, es donde podemos ser vistos y, a la vez, ver muchas cosas.

Un escaparate vacío en Portland, Oregón, el 4 de septiembre de 2023. (Emily Badger/The New York Times).
Un escaparate vacío en Portland, Oregón, el 4 de septiembre de 2023. (Emily Badger/The New York Times).

“¿Qué les gusta hacer a las personas? Ver a otras personas”, dijo David Baker, un arquitecto de San Francisco, en referencia a un credo popular entre los arquitectos y planificadores urbanos. “Ver a personas sentadas dentro de un local comiendo un burrito es mucho más interesante que ver incluso una buena obra de arte”.

Una obviedad relacionada: cuando caminas por la calle, jamás ves los cubículos vacíos en el piso 18, pero sin duda ves el restaurante cerrado de burritos.

Llenar tanto espacio vacío en la planta baja quizá requiera que las ciudades se replanteen lo que atrae a las personas al centro. Tal vez obligue a los funcionarios públicos a cambiar su manera de regular los edificios, y a los propietarios de inmuebles a cambiar el modo de lucrar con ellos.

“Los restaurantes, las cafeterías o los bares en la planta baja no deberían verse como una fuente de ganancias para una torre de oficinas, sino como un beneficio para la comunidad que atiende a todos los que visitan el centro de la ciudad”, indicó Robbie Silver, director de la organización sin fines de lucro Downtown Community Benefit District para la comunidad del centro de San Francisco. “Esa mentalidad aún no se materializa”.

Al contrario, a los dueños de propiedades quizá les conviene más, en el aspecto tributario, desgravar los locales minoristas desocupados. Y tal vez sean reacios a bajar el precio de alquiler para ocupar esos locales, por temor a admitir frente a los inversionistas que la rentabilidad de un edificio ha disminuido.

Sin embargo, la desocupación funciona como un virus, advirtió Silver. Cada espacio sin ocupar hace que sea más difícil que los locales circundantes se mantengan a flote. Y luego las calles vacías socavan la sensación de seguridad pública, lo que hace que los transeúntes y los comerciantes se alejen más y más.

El entusiasmo de las ciudades por el comercio minorista había nacido de la idea perfectamente razonable de que los edificios de uso mixto —con locales comerciales abajo y oficinas o departamentos arriba— tienen muchos beneficios. Les permiten a las personas vivir y trabajar encima de establecimientos que venden lo que necesitan comprar. Pueden evitarse todos los viajes en auto que son necesarios cuando las tiendas no quedan cerca del lugar donde viven o trabajan. Y propician panoramas más agradables en las calles que las fachadas en blanco o los estacionamientos.

“Yo era de esas personas que recorrían el país alabando los edificios de uso mixto”, reconoció Ilana Preuss, cuya consultoría ayuda a las ciudades a revitalizar sus centros urbanos. “El problema fue que los promocionamos en todas partes y los untamos por doquier como crema de cacahuate”.

Eso (junto con los centros comerciales) ayudó a darle a Estados Unidos más negocios minoristas per cápita que en cualquier otro país. En retrospectiva, Preuss afirmó que los promotores y planificadores no reflexionaron lo suficiente sobre dónde querían que se reunieran las personas en realidad. Y, si bien pensaron en el uso mixto de manera vertical (una oficina encima de un restaurante), no lo consideraron desde una perspectiva horizontal (un restaurante al lado de oficinas, departamentos e incluso fábricas modestas, en la misma calle).

Ahora, para llenar los escaparates vacíos en el centro, las ciudades tendrán que considerar otros usos. Tal vez menos cafeterías y más clínicas de salud, guarderías, aulas universitarias, espacios de trabajo presencial y talleres de manufactura. Hoy en día, Preuss propone llenar los espacios vacíos con centros de fabricación a pequeña escala que brinden el beneficio adicional de generar más ganancias que los negocios minoristas y depender menos de los peatones. No se refiere a fábricas ruidosas, sino a gente que produce cosas tangibles, como el embotellamiento de salsas picantes o el tostado de granos de café.

O quizá los locales desocupados se conviertan en algo totalmente distinto.

“¿Qué tal si solo hubiera más baños públicos?”, preguntó Kim Sandara, una artista que vive en Nueva York. O espacios para eventos culturales gratuitos o servicios municipales, o estudios de arte.

Algunas obras de Sandara se exponen en el centro de la ciudad de Washington, y ayudan a vestir los escaparates desocupados. A principios de la pandemia, el distrito de mejora empresarial de la ciudad convocó a artistas a enviar obras que pudieran reproducirse y plasmarse sobre las ventanas vacías. Una de las piezas de Sandara, “Chelsea’s Painting”, cubre de colores azules y anaranjados, abstractos y vibrantes a un local que solía vender fideos.

Hay indicios de que las ciudades están empezando a experimentar, pues aprovechan los escaparates vacíos para montar galerías y tiendas temporales, atraen a campus universitarios, crean nuevos subsidios y créditos fiscales. En esencia, dijo Kickert, las ciudades necesitan ver el nivel de calle menos como un lugar de transacción y más como uno de interacción. Y tal vez la gente que interactúa con esos espacios no compre nada en absoluto.

Esa idea le parece bien a Sandara, cuyo arte dejará de exhibirse en algún momento y, con suerte, será remplazado por personas al interior del local, haciendo algo. Lo que suceda a continuación también afectará cuán agridulce será ese momento.

“Si es algo para la comunidad”, dijo Sandara, “Me sentiré feliz de que su era termine y de que haya servido el propósito que debía servir”.

¿Y si a “Chelsea’s Painting” la sustituye, digamos, un Starbucks?

“Solo sentiré que, pues, tuve mi tiempo, mostré mi trabajo, algunas personas lo vivieron. Eso es bueno”.

c.2023 The New York Times Company