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Antípoda colectiva

Una ballena blanca yace sobre una playa. Toda la luz sobre ella y en ese reflejo, todo el mundo. Pasa el día y con él: pasamos quienes habitamos este planeta.

Esto no es una poesía. Es una noticia a la que nos hemos acostumbrado. El único agente diferenciador es que en este caso, quien protagoniza la historia es un ente que además de todo podría ser un personaje más peculiar de lo que por sí ya es una ballena jorobada. En su momento, hoy ya desmentido, se pensó que podría tratarse de una muy famosa ballena albina que desde 1991 ha fascinado al mundo, un espécimen al que han llamado Migaloo.

Migaloo es un macho. La ballena encontrada en la playa de Mallacoota en Australia, no. The Guardian ya lo aclaró. Yahoo también. The Mirror. Fin de la historia. Aquí se necesita otra imagen. Otra imagen.

Y otra.

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Y otra más.

Porque probablemente para el momento en que esta historia llegue a la pantalla en la que está siendo desplegada, sea una historia que suena a años de distancia.

Y no.

Una de las muchas cosas que hace pensar el caso de Migaloo es la manera tan rápida en la que creemos y consumimos esa marea de información que creemos relevante. Experimento: ¿cuándo sucedió la terrible trifulca en el estadio La Corregidora de Querétaro? ¿Cuándo fue asesinada Lesvy Berlín Osorio? ¿Cuándo es que se intentó rifar el avión presidencial?

Responder correctamente a cualquiera de estas tres preguntas habla muy bien de quien lee esta columna. Pero, dudar apenas de una de ellas es una clara muestra de la manera en que consumimos y sin siquiera digerir, dejamos pasar información que podría -y debería suponer- un parteaguas en la historia de este país. Pero no pasa así.

No pasó con Greta Thunberg.

No pasó con Malala Yousafzai.

No pasó con los 43.

No pasó con Lozoya.

Y sigue sin pasar con los feminicidios, ecocidios y masacres que cada día acontecen en este país.

Razones hay muchas, pero una de las principales es la manera en que seleccionamos eso que nos informa sobre el lugar que habitamos. Un ejemplo: todos los días, desde Palacio, el presidente Andrés Manuel López Obrador gana aplausos y abucheos. En eso, en eso, se concentra mucha de la atención del día.

Otro ejemplo: todos los días desde hace ya meses, gente muere como consecuencia del conflicto bélico que define esta década, entre Ucrania y Rusia. Pero la atención en estos días está más enfocada en las fotografías de Annie Leibovitz para la revista Vogue que hizo de la primera dama y el presidente de Ucrania, Olena Zelenska y Volodymyr Zelenskyy.

Un ejemplo más: mientras el más reciente episodio relacionado sobre el Tren Maya sigue siendo algo relacionado con el inminente ecocidio que tantos especialistas han señalado, la conversación, en realidad tiene más que ver con Chico Ché o con el vestido con el que Beatriz Muller asistió a la Casa Blanca.

Y ejemplos así sobran.

Esta no es una columna pensada para abonar a una corriente bífida y polarizante del tipo de pensamiento que ha definido estos últimos años. Chairos y fifís no son conceptos que tengan relevancia. Oposición fallida y triunfante 4T tampoco. La idea de un espacio como este es ser una antípoda a esos puntos que paralizan la posibilidad de que elevemos una conversación que de verdad nos incluya como entes habitantes pensantes y sintientes de un lugar que construimos de manera colectiva y que se llama México.

Porque tenemos que hablar más del ecocidio que estamos permitiendo que suceda.

Porque tenemos que cuestionar cómo cambiar el hecho de que somos como país el epicentro de los feminicidios y los asesinatos de periodistas a nivel mundial.

Porque tenemos que imaginar desde lo político cómo podemos lograr vernos representados en quienes deciden el futuro del país más allá de todo lo que bulle en el día a día.

Porque tenemos que problematizar la manera en que se manejó la pandemia de Covid y la forma misógina y homofóbica en que se está tratando a nivel mundial la emergencia sanitaria desatada por la viruela del mono.

Porque somos un país distinto a lo que nos enseñaron que fuimos.

Esta es una antípoda colectiva.


Antípoda de propuesta:

Hace unos días, un hombre académico, blanco y presumiblemente heterosexual, cuyo nombre no es necesario mencionar, decidió que era posible dar una lección sobre literatura a Cristina Rivera Garza durante su discurso al otorgar el Premio Xavier Villaurrutia a la escritora. “Tres acercamientos cautivantes” mencionaba el personaje en cuestión sobre una obra que versa en torno al feminicidio de Liliana Rivera Garza, hermana de la autora. El más polémico por mucho, estuvo relacionado con su percepción personal sobre la manera en que el personaje feminiicida había sido “opacado”.

Un hombre blanco y presidente de la Sociedad Alfonsina -un hombre al fin- corrigiendo a una autora reconocida a nivel mundial. Otra vez.

Como tantas veces antes.

La trifulca en redes fue un fenómeno interesante pero alejado de lo que ya consideramos común.

Sugiero mejor hablar del libro, en el cual Ángel Gónzalez Ramos, presunto acusado del feminicidio de Liliana Rivera Garza (nunca, nunca hay que dejar de nombrar a las víctimas) no enfrentó proceso nunca. En caso de seguir vivo, sigue por ahí: viviendo.

Aquí una imagen que da a conocer la autora del libro, en sus redes sociales.

Antípoda colectiva
Antípoda colectiva

Las opiniones publicadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan ninguna posición por parte de Business Insider México.

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