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Hay una potencial vacuna contra el Covid-19 que, de funcionar, supondría dos hitos en vez de uno

Imagen de la sede de la compañía biotecnológica Moderna. (Crédito imagen: ispe.org).
Imagen de la sede de la compañía biotecnológica Moderna. (Crédito imagen: ispe.org).

Mientras el mundo recibe con escepticismo el anuncio de la primera vacuna por parte de los rusos, que por lo que puedo leer se sustenta en el uso de un adenovirus como vector (es decir, modifican un virus inocuo para que incluya una secuencia del código genético del SARS-CoV-2, “enseñando” así al sistema inmunológico a reconocerlo y preparar anticuerpos), cientos de laboratorios y Start-up de todo el planeta compiten y se afanan en encontrar un inyectable que evite que enfermemos del temido COVID-19.

¿Significa esto que el primero que la encuentre ganará la carrera, obtendrá el aplauso universal y forzará a la competencia a echar el cierre? No, en absoluto, de hecho puede darse el caso de que la primera vacuna eficaz y segura sea solo apta para países con bolsillos abultados, dejando vía libre a que otros proyectos que vengan después, con enfoques no tan revolucionarios (pero también más económicos) encuentren su nicho de mercado en países emergentes.

¿Recordáis que hace unos meses os hablaba de formas de acelerar la creación de vacunas? Bien, en aquel artículo os hablé del tiempo récord de desarrollo más rápido de una vacuna “tradicional” contra la polio (que es la enfermedad con la que se prueban los nuevos enfoques de elaboración de vacunas), que ascendió a 6 años.

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Sin duda alguna, estos tiempos son larguísimos. Nos habíamos acostumbrando a que una vacuna pudiera tardar 10 años en desarrollarse antes de llegar a nuestros centros de salud, pero el COVID lo ha cambiado todo. Ahora los gobiernos riegan de dinero cualquier laboratorio que asegure que puede reducir esos plazos de ciencia básica y ensayos que medíamos en años, a una cuestión de meses.

Precisamente eso fue lo que le sucedió a un puñado de Start-ups y laboratorios que apostaron por una tecnología novedosa para acelerar los tiempos. El concepto en el que se basa esa tecnología, llamada ARN mensajero (o ARNm para abreviar) lleva tres décadas entre nosotros, pero hasta el inicio de la pandemia no había logrado llamar la atención de las grandes compañías farmacéuticas y de los gobiernos.

Vamos a explicar brevemente en qué consisten las vacunas de ARNm y por qué son tan revolucionarias. Tradicionalmente las vacunas se componen de un virus completo desactivado o de una proteína recombinante (es decir de un trozo de ese virus) que se inyecta al interior del cuerpo para que el sistema inmunológico fabrique defensas con las que combatir a futuras infecciones con ese patógeno.

El ARNm transporta mensajes codificados en forma de ADN, por el interior de nuestras células. Estos mensajes, que solo duran unas pocas horas, servirían a los científicos – de poder ser manipulados a su antojo – para programar el funcionamiento de las células.

Imagen de la bioquímica húngara Katalin Karikó. (Crédito Wikipedia).
Imagen de la bioquímica húngara Katalin Karikó. (Crédito Wikipedia).

¿El problema? Cuando lo intentaron, los investigadores descubrieron que cualquier ARNm que se fabricara en un laboratorio y se inyectara a un ser vivo provocaba su muerte (o bien no causaba ningún efecto en el mejor de los casos). La bioquímica húngara Katalin Karikó descubrió en 2004 como “hackear” este problema. Al parecer, ciertos receptores del sistema inmunológico detectaban la uridina del ARNm (una de las 4 letras básicas con las que se escribe el ARN) y lo atacaba. Esta reacción del sistema inmunológica resulta muy útil cuando te enfrentas al ARN de un virus, pero como vemos, “fastidiaba” la estrategia de los investigadores de usar el ARNm sintético como aliado.

¿Solución? Karikó descubrió que sustituyendo las moléculas de uridina por un análogo con forma diferente, se lograba esquivar la respuesta del sistema inmunológico. El potencial terapéutico era enorme, se podrían enviar mensajes simples a una célula a través del ARNm para que fabricase la proteína que uno deseaba. Básicamente, se le podría enviar un mensaje al cuerpo humano para que fuera este mismo el que fabricara la vacuna en su interior.

¿Habéis oído hablar de la vacuna de la compañía biotecnológica “Moderna”, que ya se encuentra en fase 3 de ensayos clínicos? Hoy mismo es noticia, después de que Trump anunciase un contrato de 1.500 millones de dólares para hacerse con 100 millones de dosis de esa vacuna experimental que, lo habéis adivinado, se basa en ARN mensajero.

Moderna se fundó en 2010 en Boston, tras el esfuerzo conjunto de un grupo de profesores del MIT y de la Universidad de Harvard, que adivinaron el potencial brutal del ARNm para acelerar los plazos para contar con una vacuna, si es que aparecía un patógeno completamente nuevo contra el que no tuviéramos defensas.

Veamos de cuanta “aceleración” estamos hablando. Su vacuna tardó solo 42 días desde que secuenciaron el genoma del virus en un ordenador, el pasado 18 de enero, hasta que se aprobó el suministro de la primera dosis a un humano en la primera etapa de ensayos clínicos, el pasado 24 de febrero. En palabras de Anthony Fauci: “no ha habido jamás nada así de rápido”.

De hecho, Moderna fue capaz de saltarse el paso de la seguridad con animales, ya que otros productos similares fabricados por la empresa, ya habían demostrado ser seguros.

Cuando un virus infecta una célula para convertirla en una fábrica de clones de sí mismo, antes necesita producir el ARNm a partir de los cuales obtendrá las proteínas necesarias. Todo ese proceso se da dentro de la célula infectada, ya que el virus por sí sólo no puede hacerlo, necesita la maquinaria celular.

La idea que subyace a una vacuna de ARNm es sencilla. En lugar de usar una proteína recombinante del virus como “alarma” para alertar al sistema inmunológico, los investigadores podrían usar el ARNm que el virus codifica para crear esa misma proteína. De ese modo, la célula fabricaría en su interior la proteína que le queríamos suministrar con la vacuna, ahorrándonos el laborioso proceso de la purificación en una laboratorio.

Más ventajas. Realizar múltiples copias del ARNm es más rápido y barato de producir en laboratorio que las propias proteínas. Además, las dosis de ARNm a suministrar son mucho más pequeñas que las vacunas tradicionales a base de patógenos desactivados. (Hablamos de entre 100 y 150 veces menos de material).

Esto nos lleva al otro gran problema al que nos enfrentaremos si queremos vacunar a toda la población mundial. Habrá que manufacturar miles de millones de dosis, nunca se ha intentado algo así. La fabricación tradicional de vacunas se parece más a un proceso industrial que a ese laboratorio limpio que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en ciencia.

Estos días os hablaba yo de las cepas de gripe que se cultivan en huevos de gallina. Pocas empresas en el mundo (si exceptuamos a las grandes granjas avícolas que suministran huevos a los supermercados) tienen más gallinas vivas que estas factorías de vacunas, en las que incluso se irradia el alimento que se les da a las aves para evitar que enfermen. Afortunadamente, ahora existen máquinas que inyectan automáticamente las cepas en los huevos, pero hasta comienzos de este siglo los operarios se encargaban de esta tarea a mano. Estos son los problemas a los que nos enfrentamos cuando creamos vacunas biológicas, es decir compuestas por material “vivo” que tiene que ser cultivado en biorreactores. Un proceso laborioso, caro y lento.

En teorías, las vacunas de ARNm podrían crearse en laboratorios pequeños (no en fábricas tamaño Ikea repletas de gallinas) a una fracción de su tiempo y costo. Por eso, si alguna vacuna basada en ARNm termina por funcionar, la simplificación de su posterior manufactura a gran escala sería ese segundo hito del que hablo en el titular. (El primero obviamente sería el récord de tiempo transcurrido en su desarrollo).

Y en cuanto a Moderna. ¿Cuándo sabremos si los resultados de la fase 3 de ensayos con su vacuna (iniciada en julio con 30.000 personas) son satisfactorios? No falta demasiado, pero recordad que el 90% de estos proyectos suele terminar en fracaso. Por eso es tan importante que en el mundo haya tantas otras candidatas en fase de desarrollo, cada una con su enfoque y ritmo. Sean vacunas basadas en vectores virales modificados (como la patentada por los rusos), en ARNm como la de Moderna, o bien una clásica, lo importante es que alguna acierte con la tecla y nos dote de una “bala de plata” con la que atacar al COVID-19.

Me enteré leyendo Wired.

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