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Astronomía en Chile enfrenta contaminación lumínica de mineras

(Bloomberg) -- Cuando Eduardo Unda-Sanzana llegó al desierto chileno de Atacama para enseñar astronomía, la oscuridad le desorientó. La remota ubicación del pequeño observatorio de la Universidad Católica del Norte lo convertía en un mirador ideal desde donde se pueden estudiar estrellas variables y exoplanetas. Pero sin el aura nocturna, Unda-Sanzana no era capaz de distinguir la ciudad más cercana.

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Eso fue en 2005. Hoy, como director del Observatorio de Ckoirama, también en Atacama, Unda-Sanzana no tiene problemas para distinguir la ubicación de Antofagasta, una ciudad de la costa del Pacífico que en las últimas dos décadas, ha registrado un aumento de población de más del 50%.

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Las ciudades no son la única fuente de contaminación lumínica en Atacama. Las minas también han contribuido visiblemente. A medida que aumenta la extracción de cobre y litio para satisfacer la creciente demanda mundial de minerales esenciales para la transición hacia energías limpias, Unda-Sanzana y otros astrónomos que trabajan en la zona temen que la condición del desierto chileno como “ojos del mundo” pudiera estar en peligro.

“A todos nos preocupa que la situación actual empeore”, afirma Unda-Sanzana, que también es profesor de la Universidad de Antofagasta. “Nunca se sabe cuándo van a anunciar una nueva etapa de una gran instalación minera”.

Atacama, una región montañosa de unos 65.000 kilómetros cuadrados —y uno de los lugares más áridos del planeta— ha atraído por décadas a los astrónomos, gracias en parte a las generosas exenciones fiscales del Gobierno chileno. Los cielos excepcionalmente despejados de la zona han revelado profundos descubrimientos, como asteroides potencialmente peligrosos a la deriva cerca de la Tierra y pruebas de que la expansión del universo se está acelerando.

Dos proyectos multimillonarios en construcción —el Telescopio Extremadamente Grande y el Telescopio Gigante de Magallanes— podrían ayudar a determinar si hay vida más allá de nuestro sistema solar. A finales de la década, Chile albergará más de la mitad de la capacidad de observación mundial, afirma Daniela González, directora ejecutiva de la Fundación Cielos de Chile, una organización sin ánimo de lucro que aboga por limitar la contaminación lumínica.

Pero mientras la ciencia mira hacia arriba, la industria perfora hacia abajo. Chile es el primer productor mundial de cobre y el segundo de litio. La mayor parte de esta riqueza mineral está enterrada en Atacama.

Muchas de las instalaciones mineras funcionan 24 horas al día, 7 días a la semana, y utilizan iluminación LED para operar por la noche, una opción energéticamente eficiente, pero especialmente perjudicial desde el punto de vista de la contaminación lumínica, ya que las emisiones no filtradas de los LED blancos fríos de uso común, con sus longitudes de onda azules más cortas, se dispersan más que la iluminación ámbar y amarilla.

Eso afecta a los cielos compartidos con observatorios cercanos. Ckoirama, donde trabaja Unda-Sanzana, está a menos de 10 kilómetros de Aguas Blancas, una mina de yodo. Escondida, la mayor mina de cobre del mundo, y Zaldívar, otro importante yacimiento de cobre, están a casi 100 km, pero generan tanta contaminación lumínica como una pequeña ciudad.

Aunque las ciudades en sí son los mayores emisores, la proximidad de estas instalaciones —sobre todo en el norte del desierto— puede ser un problema para los observatorios, afirma Igor Valdebenito, jefe del departamento de ruido, lumínica y olores del Ministerio de Medio Ambiente chileno. “Los científicos están estudiando la composición del universo”, explica. “En ese tipo de trabajo, son muy sensibles al resplandor de los humanos”.

A medida que la noche se aclara y los llamados halos de contaminación lumínica se acercan al cenit celeste, a los astrónomos les resulta más difícil detectar objetos lejanos debido al debilitamiento del contraste con el cielo.

Guillermo Blanc, astrónomo e investigador del Carnegie Institution for Science con sede en el Observatorio Las Campanas y presidente de la Fundación Cielos de Chile, compara el efecto con escuchar a alguien hablar mientras hay mucho ruido de fondo: “Intentas escuchar, pero cuanto más fuerte es, más difícil es oír un sonido débil. Lo mismo ocurre con los efectos visuales”.

Hasta ahora, el problema no ha impedido a los científicos hacer su trabajo. En la mayoría de los observatorios de Atacama, los cielos siguen siendo menos de un 5% más luminosos que en condiciones naturales, y los emplazamientos de la urbanizada parte sur del desierto, como el Observatorio Interamericano de Cerro Tololo, se ven más afectados que los del norte. Esta cifra está muy por debajo de los niveles de contaminación lumínica de observatorios situados en lugares como el sur de California, donde el explosivo crecimiento urbano del siglo XX iluminó los cielos y redujo la eficacia de varios grandes telescopios.

Los investigadores han presionado al Gobierno chileno para que adopte una postura proactiva. El país sudamericano reguló por primera vez la contaminación lumínica en 1998, estableciendo un límite máximo de luz azul en la iluminación exterior de Atacama y las regiones circundantes. Dos décadas después, Unda-Sanzana y otras partes interesadas empezaron a presionar a los legisladores para que establecieran normas más estrictas. En 2023, el Ministerio de Medio Ambiente amplió oficialmente la norma de iluminación exterior para que se aplicara en todo el país, uniéndose así a un puñado de países europeos que han adoptado medidas similares.

Además, el Gobierno reconoció oficialmente las “zonas astronómicas” especiales, en las que se aplican restricciones aún más estrictas. Para obtener la aprobación de los organismos reguladores, los nuevos proyectos tendrán que presentar un análisis medioambiental con planes para mitigar el impacto de la iluminación. Los cambios entrarán en vigor en octubre, aunque habrá un plazo de cumplimiento de entre dos y cinco años. Blanc afirma que las políticas deberían incrementar efectivamente las luces de color ámbar.

Aunque la minería no es el principal objetivo del cambio de normativa, su amenaza podría crecer. El Gobierno chileno calcula en US$66.000 millones la cartera de proyectos para la próxima década. La industria minera mantiene unos 300.000 puestos de trabajo en Chile y representa el 12% del producto interior bruto.

El Consejo Minero de Chile, un grupo comercial, declinó hacer comentarios sobre los efectos que las normas de luz más estrictas tendrían sobre sus miembros. Otra asociación del sector, Sonami, tampoco quiso hacer comentarios. Ninguna de las empresas mineras contactadas directamente por Bloomberg Businessweek hizo comentarios sobre las medidas o planes para reducir la contaminación lumínica.

Los astrónomos esperan que las minas cumplan las nuevas normas de iluminación. Las ciudades, con tantas fuentes de iluminación diferentes, serán probablemente un mayor desafío. Aunque es muy poco probable que los cielos de Atacama vuelvan a ser tan negros como hace 20 años, Unda-Sanzana es prudentemente optimista y cree que los niveles de contaminación lumínica al menos se estabilizarán.

“Si intentas atraer nuevos observatorios, tienes que darles confianza para que inviertan en la región, que las cosas no van a cambiar en los próximos años”, dice el astrónomo chileno. “Estamos intentando enviar una señal fuerte de que invertimos en proteger el cielo”.

Traducido por Paola Torre.

Nota original: Astronomers Battle Light Pollution From Chilean Mines

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