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La batalla cultural. La encrucijada que enfrenta el hombre de los diez billones de dólares

NEW YORK, NEW YORK - SEPTEMBER 19:  BlackRock CEO Larry Fink speaks at a forum during the opening of the Clinton Global Initiative (CGI), a meeting of international leaders which looks to help solve global problems, on September 19, 2022 in New York City. CGI, which hasn’t met since 2016, has assisted over 435 million people in more than 180 countries since it was established in 2005. The two day event, which occurs as the United Nations General Assembly is in New York, will see dozens of world leaders and those working for change across the world.  (Photo by Spencer Platt/Getty Images)
El año pasado, el diario Financial Times describió a Larry Fink como “el hombre de los 10 billones de dólares”, en base al valor de los activos administrados por BlackRock - Créditos: @Spencer Platt

Aunque a Larry Fink le gusta escribirles cartas a miles de CEO a la vez, en estos días debe estar temblando cada vez encuentra un sobre en el buzón de su casa. En los últimos meses, el jefe de BlackRock, en otros tiempos elogiada como un acceso “democratizante” a la inversión, ha recibido punzantes misivas de republicanos y demócratas por igual. “Estimado Sr. Fink”, arrancaba una firmada el 4 de agosto por los fiscales generales republicanos de 19 estados norteamericanos, y a continuación acusaba a BlackRock de subestimar a sus clientes al impulsar una agenda “activista” en materia de cambio climático. “Estimado Sr. Fink”, empezaba otra, enviada el 21 de septiembre por el auditor general de la ciudad de Nueva York, un hombre progresista que acto seguido acusaba a BlackRock de engañar a sus clientes —y al planeta—, por haber “dado marcha atrás” con sus compromisos medioambientales. Las acusaciones eran diametralmente opuestas, y por lo tanto más difíciles aún de responder: BlackRock no puede apaciguar a una parte de sus clientes sin enfurecer a la otra mitad.

¿Quién habría pensado hace 35 años, cuando Fink empezó a construir su empresa en base al poder de la informática, las bajas comisiones y la economía de escala, que algún día algo aparentemente tan inocuo como el “índice bursátil” se iba a convertir en motivo de controversia? BlackRock, situada en el centro de Manhattan, siempre ha escapado a las rutilantes luces de Wall Street, y Fink, hijo de un comerciante de clase media, tiene una desconfianza demócrata innata hacia el dinero fácil. Sus cartas, famosas por sus aforismos del estilo “el riesgo climático es riesgo inversor”, siempre promueven un libre mercado más amable y consciente, pero no son de ninguna manera anticapitalistas. Pero a este hombre alto y de anteojos, siempre vestido tan correctamente, le pegan de todos lados…

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BlackRock pasó a ser la bestia negra del mundo inversor por dos factores. Primero, su tamaño: el año pasado, el diario Financial Times describió a Fink como “el hombre de los 10 billones de dólares”, en base al valor de los activos administrados por BlackRock. Desde entonces, la cartera de inversiones de la empresa cayó a US$8,5 billones, debido al desplome de los mercados. Pero sigue siendo la administradora de fondos más grande del mundo, con inversiones en nombre de sus clientes en casi todas las grandes empresas norteamericanas, y vende fondos cotizados en mercados de valores secundarios de todo del mundo.

Nuevas demandas

El segundo factor es la batalla cultural que se libra en Estados Unidos alrededor del tema de la consciencia social (conocida como wokeism).

BlackRock es un importante vendedor de productos de inversión que no solo toman en cuenta los factores financieros, sino también lo que en inglés se conoce con las siglas ESG, que son los criterios de buena administración medioambiental, social y corporativa.

Larry Fink, chairman del fondo de inversión BlackRock
Larry Fink, hijo de un comerciante de clase media, tiene una desconfianza demócrata innata hacia el dinero fácil.

De hecho, BlackRock funciona como una especie de organismo regulador que presiona a las empresas para que revelen su nivel de riesgo climático, una actitud que seduce a muchos clientes, pero que en un país tan polarizado políticamente como Estados Unidos, ahuyenta a muchos otros.

Y no hay que tomarlo a la ligera. Hace un tiempo que BlackRock y otras administradoras de fondos índices son acusadas de conflicto de intereses, al ser propietarias de acciones de empresas que compiten por un mismo mercado. Lograron frenar exitosamente la embestida argumentando que sus posiciones son demasiado chicas y su influencia demasiado dispersa como para influir de manera decisiva, y que de todos modos son dueños de activos pasivos sin la menor intención de inmiscuirse en el manejo de las empresas.

Durante un tiempo, su defensa respecto al tamaño de su cartera de inversiones resultaba endeble: el año pasado, BlackRock y otras dos gigantes de las inversiones, Vanguard y State Street, concentraron el 22% promedio del Índice Standard & Poor’s 500 de las mayores empresas norteamericanas, en comparación con el 13,5% del año 2008. Pero ahora que se habla tanto de los criterios ESG, parece que BlackRock después de todo no tenía una actitud tan pasiva. En su carta, los fiscales generales alegan puntualmente que el intento de BlackRock y otras firmas de “imponer” una meta de cero emisión de gases de efecto invernadero a sus clientes plantea problemas de antimonopolio. BlackRock insiste que no intenta forzar voluntades en ese sentido, ni imponer una agenda de descarbonización. Pero el fantasma de Teddy Roosevelt sobrevuela…

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Modelo en riesgo

¿Ese tipo de controversias ponen en riesgo el modelo de negocios de BlackRock? No necesariamente. Fink es un experto en encontrar seguridad en el terreno del medio. Aunque algunos lo pinten como un campeón de la lucha contra el cambio climático, a la hora de impulsar la agenda medioambiental BlackRock rara vez va más allá de lo que sus clientes institucionales están dispuestos a tolerar. De hecho, BlackRock se abstiene de aplicar políticas de mayor impacto, como intentar disuadir a las empresas de hacer lobby contra las regulaciones ambientales.

A veces puede parecer que Fink tiene puño de hierro: el año pasado, BlackRock ganó mucha notoriedad por respaldar una campaña activista para “ecologizar” la junta directiva de la gigante petrolera ExxonMobil. Este año, sin embargo, Fink mostró ser de mano blanda: BlackRock apoyó apenas el 24% de las resoluciones de los accionistas sobre asuntos ambientales y sociales, frente al 43% del año pasado. El nuevo mantra de Fink, con la mirada seguramente puesta en la reacción republicana, es que no pretende convertirse en un agente de la policía climática.

Además, es posible que en poco tiempo más BlackRock quede ajeno a esa controversia. Alrededor del mundo, los organismos que establecen los estándares empresarios —como la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC)—, están elaborando reglas para armonizar la forma en que las empresas divulgan la información climática. Aunque los legisladores republicanos y los jueces conservadores pueden tratar de frenar los esfuerzos de la SEC para exigir la difusión del nivel de emisión de gases de las empresas, el rumbo actual es claro. Si los verdaderos entes reguladores hacen su trabajo, no es necesario que BlackRock actúe como un agente no oficial.

Otro camino para superar esa batalla cultural es la innovación. La jugada más hábil de Fink para sacarse de encima a los políticos es redoblar su apuesta por la “democracia accionista”.

En enero, BlackRock amplió la posibilidad de votar por sus propias acciones a los propietarios de casi la mitad de sus US$4900 millones en fondos indexados. Si lo hacen, no se los podrá acusar de usar sus votos para promover los intereses personales de Fink. Eso tal vez ayude a desactivar la movida de los senadores republicanos, que con su proyecto de ley de Expectativa de Democracia en Inversiones (Index), buscan obligar a las grandes administradoras de fondos a dejar que los inversores decidan cómo votar.

En la lista negra

Pero a BlackRock todavía le quedan otras guerras culturales por pelear. A la firma le debe resultar enloquecedor ser la única gran administradora de activos amenazada con la desinversión de los fondos de pensiones de Texas, por su supuesto “boicot” a las productoras de combustibles fósiles. De hecho, BlackRock uno de los mayores inversores en combustibles fósiles del mundo. Tendrá que convencer a otros estados republicanos para que Texas no se convierta en un precedente.

Así y todo, y a pesar de la agitación política, BlackRock sigue teniendo flujos de entrada netos, en parte gracias a su apuesta por los criterios de ESG de buena administración medioambiental, social y corporativa. Pero si sus principales inversionistas comienzan a pensar que las promesas de ESG son vacías y que la relación de costo beneficio no les cierra, entonces Fink debería empezar a preocuparse.