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¿Por qué quiere China que Trump gane la reelección?: Hal Brands

(Bloomberg) -- ¿Por qué el Gobierno de China, un país al que el presidente Donald Trump ha impuesto aranceles y sanciones, culpado por la pandemia de coronavirus y etiquetado como la mayor amenaza para la seguridad estadounidense, apoyaría la reelección de Trump en 2020?

Quizás porque los funcionarios chinos se dan cuenta de lo que el reciente y revelador libro del exasesor de seguridad nacional John Bolton resalta: el daño que Trump está causando al poder de Estados Unidos y la comunidad democrática mundial supera cualquier daño que le esté haciendo a Pekín. Otros cuatro años de Trump magnificarán ese daño, por lo que las elecciones de 2020 adquieren una importancia histórica en la definición del mundo moderno.

Las elecciones presidenciales de EE.UU. siempre son importantes, pero las elecciones que cambian fundamentalmente la trayectoria de los asuntos globales son relativamente excepcionales. La elección de 1860 fue, por supuesto, uno de esos episodios. La victoria de Abraham Lincoln provocó la Guerra Civil y al mismo tiempo empoderó a un líder que estaba singularmente bien equipado para ganarla. Esa victoria, a su vez, aseguró que un país unido y democrático ingresara al siglo XX como potencia mundial.

Las elecciones de 1940 fueron otro giro en la historia: al asegurar un tercer mandato, Franklin Roosevelt también aseguró, tarde que temprano, la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial. La elecciones de 1980 quizás califiquen como tercer episodio: si Ronald Reagan no se hubiera convertido en presidente, la Guerra Fría podría no haber terminado tan rápido o decisivamente como culminó.

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Es probable que las elecciones de 2020 sean importantes en la historia futura de orden global en el siglo XXI.

En noviembre, es probable que el mundo esté en una posición más precaria que en cualquier otro momento desde fines de la década de 1940. Una segunda ola letal (o primera ola extendida) de covid-19 bien podría estar en marcha, causando cientos de miles de muertes adicionales y nuevamente poniendo a las economías y sociedades bajo una enorme presión. EE.UU. se centrará aun más en su creciente competencia con China, que ha aprovechado el caos creado por el coronavirus para intensificar la agresión hacia sus vecinos y Occidente.

Esto recuerda el frágil período justo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la naturaleza (en forma de un invierno europeo terriblemente duro) y la geopolítica (en forma de una Unión Soviética expansionista) se combinaron para amenazar toda esperanza mundial de estabilidad, prosperidad y paz.

Agreguemos a esto el actual desorden dentro de las alianzas de EE.UU. y el mundo democrático. Las relaciones políticas entre EE.UU. y sus aliados europeos clave no han sido tan tóxicas desde la Guerra de Irak. En Asia-Pacífico, las alianzas con Corea del Sur y Filipinas se han deteriorado. El sistema de comercio internacional sigue inestable bajo el ataque silencioso pero efectivo de la administración Trump contra la Organización Mundial del Comercio; instituciones como el G7 no tienen rumbo. Incluso cuando el mundo democrático logra ponerse de acuerdo sobre los desafíos que enfrenta, como evitar la dependencia tecnológica de China, las respuestas significativas se han materializado de manera dolorosamente lenta.

Una segunda presidencia de Trump no solo empeorará todos estos problemas, sino que podría afianzarlos de una manera que será terriblemente difícil de deshacer.El Gobierno de Trump no ha demostrado prácticamente ninguna capacidad de gestión efectiva del covid-19 dentro de las fronteras de EE.UU. y mucho menos de liderazgo global, que Washington ha ejercido generalmente en crisis de esta magnitud. Trump puede decir que cambió la conversación nacional sobre China de manera más aguda que cualquier presidente desde Richard Nixon, quien cambió la relación de la contención al compromiso, mientras que Trump ahora ha hecho lo contrario. Pero lo que Pekín parece ver es que hay pocas esperanzas de que EE.UU. mantenga una estrategia efectiva sobre China mientras esté a cargo.

Hay dos razones para esto. La primera es que la estrategia para una competencia a largo plazo con China exige un grado de disciplina y firmeza que Trump es incapaz de proporcionar. La segunda es que otro término de Trump seguramente dividirá y desmoralizará aun más a la coalición de Estados que se requerirá para enfrentar esta y otras amenazas al orden internacional.

Cuatro años más de Trump ejercerán presión adicional sobre alianzas frágiles que ya ha demostrado tiene talento para socavar. Esas alianzas podrían no colapsar por completo, pero se destruirán aun más desde adentro. Un segundo mandato también evitará la formación de un frente económico unido contra China: presumiblemente Trump continuará su enfoque omnidireccional en las disputas comerciales, ya que la erosión continua de la OMC dificulta que otras naciones responsabilicen a China por sus prácticas injustas.

Entretanto, Trump continuará empoderando a las fuerzas del iliberalismo dentro de la OTAN y otras alianzas estadounidenses, algo que Xi Jinping y Vladimir Putin solo pueden aprobar, mientras enfrenta a aliados “buenos” como Polonia contra aliados “malos” como Alemania. Y si el libro de Bolton sirve de guía, a EE.UU. le resultará difícil emprender una campaña de principios contra una dictadura agresiva, siempre y cuando su presidente profese admiración por el sistema de campos de internamiento que China ha erigido en Xinjiang y busque ayuda de Xi contra sus rivales demócratas.

Sí, las políticas de Trump imponen costos a Pekín. Pero también están exigiendo un alto precio —en tiempo perdido, unidad debilitada, caos innecesario—, sobre el mundo al que se enfrenta Pekín.

En este sentido, el aspecto más perjudicial de un segundo mandato sería la señal que envía al mundo. Toda democracia tiene derecho a una cierta locura electoral, y la mayoría de los aliados de EE.UU. pueden decir que un solo mandato de Trump es una aberración. Pero si Trump es reelegido, entonces la conclusión debe ser que EE.UU. ha tomado una decisión estratégica, no ceder los privilegios que conlleva un gran poder, sino ceder la responsabilidad de un liderazgo competente. El mensaje de EE.UU. a sus amigos más cercanos será que esto —la mezquindad diplomática, la agotadora atrocidad, la interminable agitación política— es lo mejor que pueden esperar.

No podemos estar seguros de lo que traería una presidencia de Joe Biden, por supuesto. Una nueva administración enfrentaría los mismos desafíos estructurales que la actual. Pero la razón por la que es probable que las elecciones de 2020 resulten tan consecuentes es que ya sabemos lo que ofrece la administración Trump.

“Hay una gran ruina en una nación”, observó Adam Smith en respuesta a un pronóstico del declive de Gran Bretaña, y tal vez también en la política exterior de una gran nación. Pero una superpotencia no puede arruinarse indefinidamente, ni al mundo que construyó, sin que las consecuencias comiencen a volverse muy reales.

Nota Original:Here’s Why China Wants Trump to Win Re-Election: Hal Brands

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