El mexicano que inventó la televisión a color e hizo posible ver la llegada del hombre a la luna
El 17 de febrero se celebra el Día del inventor mexicano, una fecha anual cuya elección no responde en ningún caso a la mera casualidad, sino que coincide con el natalicio de Guillermo González Camarena. Está considerado uno de los científicos más prolíferos de todos los tiempos. Qué decir del México en la que sus avances vieron la luz, en pleno siglo XX. Aunque su nombre no resuene con fuerza en el imaginario colectivo de tantos y tantos de sus conciudadanos contemporáneos, a él le debe el mundo entero el poder sintonizar el televisor y que el aparato nos devuelva imágenes a color.
Fue un hombre polifacético como pocos. Desde compositor, pasando por zoólogo, investigador e ingeniero, hasta astrónomo aficionado y, por supuesto, inventor de cuantas ideas pasaron por su cabeza y las materializó en hechos. Nació en Guadalajara, Jalisco, en 1917, en el seno de una familia conformada por siete hermanos, entre ellos el artista, pintor y escultor Jorge González Camarena. Él era el menor de todos ellos. Su abuelo fue Jesús Leandro Camarena, gobernador del Estado de Jalisco en dos periodos consecutivos, desde 1875 hasta 1879. Cuando apenas tenía dos años, sus padres hicieron las maletas y se mudaron con toda la muchachada a cuestas a Ciudad de México. Fue en la capital del país donde el ingenio de Guillermo González Camarena traspasó los límites de lo imaginable. Pronto demostró su talento innato y mente privilegiada para fabricar cachivaches varios. Entre ellos, sus propios juguetes, que se movían impulsados por electricidad. A los ocho construyó su primer radiotransmisor, a los 12 su primera radio y a los 15 su primer cámara de televisión.
Su curiosidad desmedida se tradujo en una trayectoria meteórica en el ámbito de la ingeniería mecánica y eléctrica que combinó con su gusto por la observación del cielo. Quiso volar al espacio y, aunque nunca lo logró, desarrolló en su lugar diferentes cohetes experimentales y un proyecto de platillos voladores que bautizó como ‘electrodiscos’.
A pesar de sus múltiples inventos, si por algo ha pasado Guillermo González Camarena a los anales de la historia es por desarrollar el primer sistema de transmisión a color para la televisión. Corría el año 1938; tenía apenas 21 años. Patentado dos años más tarde, su “sistema tricromático de secuencia de campos, utilizando los colores primarios, rojo, verde y azul, para la captación y reproducción de las imágenes” supuso el punto de partida para que diferentes compañías en México y Estados Unidos desarrollaran sus propios aparatos basados en su idea original. Desde ese momento, el joven inventor cambió las reglas del juego de la difusión y retransmisión de imágenes en movimiento para siempre.
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Incapaz de estarse quieto y con esa necesidad imperiosa de dar rienda suelta a su ser creativo, en 1952 fundó su propio canal de televisión, XHGC Canal 5, en Ciudad de México. Todos los equipos y sistemas de los que disponía la cadena eran de su propia invención. También patentó el caleidoscopio, que permitió dar color a las secuencias en blanco y negro con la videograbadora, así como el sistema bicolor simplificado (SBS). Este último sería adoptado años más tarde por la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio estadounidense (NASA) para trasmitir imágenes a color desde el espacio. Guillermo González Camarena es el responsable de que el mundo entero pudiera ver la llegada del hombre a la luna en 1969 con la nitidez con la que se difundieron las imágenes. Sin el invento del ingeniero mexicano el “pequeño paso para el hombre”, pero no para la humanidad de Neil Armstrong nunca hubiera desembarcado en los televisores de millones y millones de personas a miles de kilómetros de distancia del satélite natural de la Tierra.
Por sus contribuciones indelebles para el devenir de la tecnología, Guillermo González Camarena obtuvo el título de doctor de Ciencias de la Columbia College de Los Ángeles (Estados Unidos), un reconocimiento que la universidad no otorgaba desde 1890. Mucho menos a un extranjero. Antes de aquello, fue nombrado catedrático honoris causa por la Columbia College de Illinois, también en el país norteamericano. Murió joven, demasiado joven, tras sufrir un accidente automovilístico en la carretera que une Puebla y Veracruz. Volvía a casa después de pasar una noche entre amigos en la casa del compositor y actor Agustín Lara. Tenía 48 días.