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El desconocido origen mexicano del ‘snack’ más consumido en los cines de todo el mundo

Una caja de palomitas de maíz lista para ser consumida en el cine (Photo by Sebastian Gollnow/picture alliance via Getty Images)
Una caja de palomitas de maíz lista para ser consumida en el cine (Photo by Sebastian Gollnow/picture alliance via Getty Images) (picture alliance via Getty Images)

Ningún fanático del cine que se precie puede pasar por una sala sin consumir su cuota correspondiente de palomitas de maíz. En un hecho. O, como mínimo, un ritual arraigado en el imaginario colectivo de los cinéfilos de todo el mundo. Nada como llegar a un teatro con antelación, hacer la fila para adquirir el combo palomitas y bebida y disfrutar del ‘blockbuster’ del momento, al tiempo que se consume el delicioso “maíz reventador”, como también se conoce. O en casa, en la comodidad del sofá o, por qué no, metido en la cama bajo las mantas. Lo que pocos conocen es que el ‘snack’ por antonomasia de las salas cinematográficas es de origen cien por cien mexicano.

Crispetas, cotufas, pipocas, poporopo, maíz pira, rosetas, canchitas, cabritas, pororó, gallitas, ‘popcorn’ o simplemente, palomitas de maíz. Da igual el nombre que reciban dependiendo de dónde pongamos el dedo acusador en el mapa. Lo único cierto es que pocos son los que se resisten a su delicioso sabor, salado o dulce, producidas al instante o compradas para ‘explotar’ en el microondas. Es uno de los productos alimenticios más icónicos que existen: solo en 2023, el mercado global de palomitas alcanzó los 7,92 mil millones de dólares, según The United States Popcorn Board. Tal es su expansión internacional, que las palomitas de maíz cuentan con su propio día conmemorativo a nivel mundial, que se celebra cada año el 19 de enero.

La historia de las palomitas se remonta a hace unos 10.000 años, dígito arriba, dígito abajo. Es en Mesoamérica, actual México, donde se han encontrado los restos más antiguos de su producción y consumo. Más exactamente en la Cueva de los Murciélagos, en el centro oeste de Nuevo México, defiende María Nicolau, autora del libro ‘Cocina o barbarie’. Un descubrimiento que confirma que ya en el 5.600 a.C. los pobladores de esta región del planeta se dedicaban a “reventar” los granos de maíz dentro de ollas de barro al calor de la lumbre o, directamente, sobre ceniza ardiente. De acuerdo con varios historiadores, esta forma de ingerir el preciado maíz, cuyo cultivo en Mesoamérica fue vital para la supervivencia de sus culturas, fue la prioritaria por encima de cualquier otra fórmula de preparación. En la península de Yucatán, los representantes de la civilización maya también usaron las palomitas con fines menos mundanos, sino para materializar sus ritos y agasajar a los dioses con ricas ofrendas durante las ceremonias religiosas.

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Los primeros colonizadores de estas tierras, con Cristóbal Colón a la cabeza, también documentaron un uso ‘decorativo’ de las palomitas de maíz. Se utilizaban para confeccionar sombreros y accesorios, como collares. También para adornar estatuas y altares. En Perú se han encontrado resquicios del consumo de este superalimento rico en nutrientes y fibra, que supera con creces el aporte de polifenoles (beneficiosos por su función antioxidante) que se necesita diariamente. Pero su origen es mucho más reciente: de cerca de 1.000 años de antigüedad.

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Pero ¿cómo se expandió su consumo y, más aún, de dónde proviene la asociación de las palomitas de maíz con el cine? A Charles Cretors hay que conferirle el mérito de haber inventado en 1885 la primera máquina comercial para fabricar este manjar de dioses. O manjar de mayas, para ser más exactos. La presentación del insólito artefacto en la Exposición Mundial Colombina de Chicago (Estados Unidos) fue un reclamo publicitario sin precedentes. Su auge como aperitivo comienza a partir de 1893 en territorio estadounidense, pero no fue hasta 1929, coincidiendo en la Gran Depresión, que se convirtió en un éxito de ventas por su bajo coste. No se sabe muy bien a quién se le ocurrió la idea de introducir las palomitas en los teatros, pero sí que, por aquel entonces, ya eran uno de los ‘snacks’ por antonomasia de los eventos deportivos y las ferias ambulantes. No es descabellado pensar que los vendedores más despiertos vieron en el ‘boom’ del cine una oportunidad de negocio más que rentable para explotar la venta de palomitas también durante el visionado de las películas.

Los grandes empresarios de los teatros no se quedaron atrás al ver la penetración del consumo de este producto dentro de sus salas. Comenzaron entonces a fomentar su consumo y a implantar puestos de palomitas en el vestíbulo de sus teatros. Luego llegaron las grandes empresas con sus bolsitas de maíz reventador de uso doméstico, listas para ‘explotar’ en los microondas. El resto es historia.

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