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El peligro oculto tras la osadía de Trump de ordenarles a las empresas de EEUU que salgan de China

Donald Trump parece crecientemente frustrado por los problemas causados por su guerra comercial con China, las posibilidades de un enfriamiento económico que pudiesen afectar sus posibilidades de reelección en 2020 y, lo que parece especialmente punzante para él, el hecho obvio de que la realidad no se acopla a su voluntad.

Y cree que puede simplemente “ordenarle” a empresas privadas estadounidenses hacer lo que él quiera a través de tuits que, por añadidura, están cargados de alusiones frívolas a cifras económicas, de diagnósticos equívocos y de ataques a sus propios aliados.

El presidente de EEUU Donald Trump. (AP)
El presidente de EEUU Donald Trump. (AP)

Es tan notoria su consternación que sus recientes reacciones al respecto lo muestran como un mandatario de talante autoritario y narcisista, que desconoce las realidades económicas financieras del país y del mundo y que, en una actitud que se ha visto reiteradamente, denosta a quienes expresan nociones que no concuerdan con su visión o que no se pliegan a sus veleidades.

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Trump aludió días atrás a nuevas e ingentes tarifas que piensa aplicarle a las importaciones de China, pero fue tal la tensión que eso causó en los mercados de valores que el presidente tuvo que dar marcha atrás en buena medida a esos planes. Todo con el telón de fondo de los crecientes riesgos de que se desate una recesión en el próximo futuro, un fenómeno que desmontaría una de las pocas cosas que Trump puede presumir ante el electorado –los años recientes de crecimiento económico y bajo desempleo– y podría mermar sus posibilidades de reelección.

Ahora, luego de que China afirmó que planea imponer tarifas arancelarias adicionales de 5% al 10% a exportaciones estadounidenses valuadas en 75,000 millones de dólares y de que el presidente del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jay Powell, no se ha plegado a la exigencia de Trump de reducir sustancialmente más las tasas de interés de referencia, el presidente acometió contra unos y otros, nuevamente con un talante que (como su exabrupto sobre Groenlandia) es más similar a un berrinche que a una política pública.

Así, luego de decir que Estados Unidos “ha perdido, estúpidamente, billones de dólares [trillions, en inglés] con China durante muchos años” y de que ese país “ha robado propiedad intelectual a una tasa de cientos de miles de millones de dólares anuales y quiere continuar”, remató súbitamente que él no dejará que eso pase y dijo que “nosotros no necesitamos a China”.

Las prácticas chinas han sido ciertamente cuestionables a lo largo de los años, pero la precisión de esas cifras es dudosa y Trump no cita fuentes. Sin embargo, en todo caso, un rompimiento económico con China no es un juicio que pueda realizarse simplemente como escoger una diferente marca o proveedor de cierto producto o insumo.

Por ello, la “orden” que luego Trump dio a las grandes empresas estadounidenses para que de inmediato comiencen a buscar alternativas a China resulta fantasiosa y autoritaria y en realidad peligrosa porque sugiere un posible recrudecimiento de la guerra comercial con ese país.

Y qué decir de su cuestionamiento sobre si “nuestro mayor enemigo” es el presidente del Reserva Federal (quien se resiste acertadamente a plegar la política monetaria del país a las necesidades políticas de la Casa Blanca) o el presidente de China, Xi Jingpin, quien a juzgar por los tuits de Trump sería la cabeza del “robo billonario” del que se queja en sus tuit y al que incluso acusa de haberle mentido porque el flujo de fentanilo –sustancia adictiva y muy peligrosa que es un ominoso componente de la epidemia de adicción y sobredosis a opiáceos en Estados Unidos– que proviene de China no ha cesado como Xi, es de suponer, le prometió.

¿Es peor enemigo el ejecutivo a cargo de una política monetaria del país independiente que el líder extranjero que le miente a Trump en relación a tráfico de peligrosas sustancias y que, según la lógica del mandatario, preside el país que le ha robado cientos de miles de millones a Estados Unidos?

El mero hecho de que Trump haya formulado esa “orden” a las empresas estadounidenses y esa comparación entre Powell (a quién él mismo nominó) y el líder chino, revela que el narcisismo del presidente estadounidense, sus enconos o berrinches ante quien no se pliega a sus deseos y una honda ignorancia del comercio y la economía globales campea en la Casa Blanca.

Pues aunque ciertamente la transferencia de plantas industriales o de procesos de producción hacia China han causado severos efectos para los trabajadores estadounidenses (y propiciado la existencia de productos de consumo de bajo precio en el país, en contrapartida), esos desbalances del capitalismo globalizado originados en la minimización de costos y la maximización de las ganancias corporativas no se modificarán solo porque Trump lo “ordene” en un tuit.

Él mismo se benefició como empresario de la maquila o los productos extranjeros en muchos de sus negocios. Una transformación que modifique las injusticias y los abusos del capitalismo global y propicie más equidad y bienestar a escala nacional e internacional, es ciertamente necesaria y deseable, pero no se logrará con tuits que “ordenan” sin tener ni la autoridad para hacerlo ni la perspectiva para lograr realmente una transformación auspiciosa.

Y, aparte de la furia o nerviosismo que se traslucen de esos tuits, es de criticar que Trump, como sus comunicaciones y acciones dejan entrever, pretenda cada vez más orientar la política económica del país (sea vía fiscal, arancelaria, de tasas de interés u otros mecanismos) no necesariamente en aras del bienestar nacional y de la población sino para tratar de evitar una recesión en tiempos electorales que reduciría sus ya de por sí menguadas opciones de reelección.

La guerra comercial con China, por ejemplo, ha sido la puerta que Trump ha elegido, en buena medida impulsado por sus animadversiones personales, pero eso ha afectado ya severamente a productores estadounidenses sometidos a nuevos aranceles chinos, ha puesto frenos al crecimiento nacional y añadido nubarrones grises sobre la economía estadounidense.

El propio Trump, así, se está minado a sí mismo, lo que resultaría de menor calado si no estuviese la economía nacional en juego.