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Massa se queda hasta el final, pero la fecha la define el FMI

Sergio Massa, ministro de Economía
Sergio Massa, ministro de Economía

Sergio Massa ganó ayer una vida más. La combinación de una foto con el presidente Alberto Fernandez en Olivos, con la inyección de US$72 millones de las cerealeras, ayudaron a que el mercado se sosegara mínimamente. Pero la partida es día a día y ya puso fecha para una nueva pulsada: el 12 de mayo, día en el que el Indec dará a conocer el índice de inflación de abril. El dato viene mal.

Las consultoras privadas vuelven a hablar de un piso de 7% para el mes en curso, con los alimentos corriendo a una velocidad superior. No sería una sorpresa que también la corrida de esta semana fogonee aún más los precios que habían arrancado picantes las dos primeras semanas del mes.

El Banco Central endureció el cepo para patear pagos por US$2000 millones hasta fin de año

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El secretario de Comercio, Matías Tombolini, empezó a mostrar los dientes. Hubo varias grandes empresas a las que en las últimas horas les pidieron las listas de precios que tienen para los comercios de cercanía, en donde hoy se concentran los aumentos más violentos.

¿Se viene un control de precios ampliado? Difícilmente cambie el resultado. En el área de energía, entretanto, vuelve a ponerse sobre la mesa la posibilidad de ponerles algún tope a los aumentos de tarifas. Otro clásico, que más no sea sirve para calmar los reclamos del ala kirchnerista de la coalición. En la “guerra contra la inflacion”, es más importante parecer que ser.

La realidad es que las internas en el Gobierno están peor que nunca. El cimbronazo cambiario de esta semana podrá haber forzado la foto de la concordia entre Massa y Fernández, pero hay una desconfianza mutua insalvable. “En la Rosada se hablan encima; se pasaron tres semanas limándome”, lo escucharon quejándose al ministro.

La profundización de la crisis incluso abrió nuevos frentes. Desde el equipo económico hasta deslizaron críticas hacia la presidenta del Banco Nación, Silvina Batakis, por no colaborar masivamente con los pesos del banco en las licitaciones de deuda.

Desde un sector de la alianza gobernante también apuntan contra Tombolini por la falta de resultados y otras desprolijidades.

Lo mismo entre Massa y el presidente del Banco Central, Miguel Ángel Pesce. En privado, el ministro suele desacreditarlo. Esta semana, hubo una nueva pulseada entre ambos. Primero, por la suba de tasas: Massa pidió esperar hasta después de la licitación del Tesoro para avanzar con la movida (“no puede ser un gesto de desesperación”, esgrimió), mientras el mercado corría por el dólar.

El Tesoro, luego argumentaban desde Economía, logró en la licitación captar 85% de fondos del sector privado con una suba de tasas de “apenas” tres puntos. El BCRA anunció ayer una suba de 300 puntos básicos para su tasa de referencia.

La segunda pulseada fue por el endurecimiento del cepo. En el BCRA abogaban por restringir los dólares para la importación de servicios y estirar los plazos de pago a 180 días, tal cual rige hoy para los importadores de bienes, mientras que en Economía consideraban que semejante plazo podía poner en riesgo la cadena productiva.

La decisión del directorio del BCRA fue salomónica: la norma terminó saliendo ayer, pero con un plazo menor, de 60 días. Pesce es, al final de cuentas para Alberto Fernandez, tan garante de la frágil estabilidad como lo puede ser Massa.

En la City porteña ya no se emplean eufemismos. “En el día de ayer [por el miércoles] no se registraron operaciones concernientes a este programa [del dólar soja], lo que deja grandes dudas sobre el futuro no solo de este programa, sino también de la actual administración”, se dijo, por caso, en un informe difundido ayer por IEB, una sociedad de Bolsa.

Clima cada vez más tenso

En la oposición las alarmas se encendieron como nunca. En el búnker de Horacio Rodríguez Larreta resonaban las palabras que hacía apenas un mes había pronunciado el experimentado menemista Carlos Grosso -ex intendente de la Ciudad de Buenos Aires- en una reunión con los equipos técnicos de campaña.

Ya entonces, ante interlocutores bastante incrédulos, Grosso había deslizado que no podía no ponerse sobre la mesa la posibilidad de que la oposición tuviera que hacerse cargo del gobierno antes de lo previsto por el calendario electoral vigente.

Para Massa el panorama es cuanto menos sombrío. Entre sus interlocutores se muestra confiado en que su amigo “Juan” (por Juan González, asesor especial para América Latina, de Joe Biden) intercederá ante el Tesoro de los Estados Unidos para que luego este direccione los ánimos de los accionistas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Su apuesta es que el FMI no sólo flexibilice las metas, sino que además le adelante para junio los 8000 millones de DEG (la moneda del FMI) que se había comprometido a mandar en el segundo semestre.

Si ahora hay malaria de dólares, sabe que entre julio y agosto, antes de las elecciones PASO, la situación será todavía peor. Pero no habrá dinero fresco porque para eso sería necesario negociar un acuerdo completamente nuevo. Y nadie imagina hoy al Congreso volviendo a discutir los términos con el Fondo.

El problema es que no tiene muchas más herramientas en el corto plazo para modificar lo que para el mercado ya es una premisa incuestionable. “La gran pregunta que me van a hacer en el directorio es de cuánto va a ser la devaluación”, reconocía un director de una empresa de consumo masivo, el mismo día que arreciaban los rumores de cambios en el gabinete y que los dólares libres escalaban sin pausa.

“¿Del 30%? ¿Del 50%?”, se preguntaba. Con expectativas desatadas, las devaluaciones sectoriales tienen cada vez menos incidencia.

El FMI también está convencido. Algunos países miembros dejaron trascender que no aceptarán flexibilizar el programa, a no ser que el Gobierno acelere la devaluación. “No queremos que Fernández le deje todo el trabajo sucio al próximo gobierno”, reconoció una fuente. “No es sostenible este caos de tasas de cambio. Cuanto más se extienda en el tiempo, mayor va a ser la devaluación que tendrá que hacer el próximo gobierno”, continuó.

Entre los accionistas del FMI, además, reconocen que la Argentina, una vez más, está poniendo en juego la reputación del organismo de crédito con sus incumplimientos.

Massa se puso un plazo de tres semanas para la negociación. La amenaza de un default de la Argentina es el principal argumento que tiene para ablandar a sus interlocutores. Es cierto que ni Alemania ni Países Bajos ni Japón –los que más objetan la flexibilidad del Fondo hacia la Argentina– quieren ser los responsables de empujar al gobierno de Fernández al abismo. Menos en un momento en el que el mundo ya está bastante convulsionado.

Ante Estados Unidos, en tanto, Massa cree que el giro de Lula Da Silva hacia Rusia y China lo beneficia. Al final de cuentas, hoy él es el interlocutor más confiable en la región. ¿Soñará con un salvataje del Tesoro al estilo Clinton con Mexico en la crisis del Tequila?

En el Fondo saben que cualquier cosa que se firme tampoco será cumplida. Para el gobierno de Fernández una devaluación conlleva demasiados riesgos. No hay ancla política que hoy pueda contener el impacto de una corrida sobre el dólar. Menos, para amortiguar a un fogonazo inflacionario más violento.

Lo cierto es que la oferta voluntaria de divisas en el mercado de cambios oficial es inexistente.

Hasta los diplomáticos extranjeros que viven en la Argentina le encontraron la vuelta para hacerse de pesos sin tener que liquidar sus salarios al cambio del BCRA. Todos ellos tienen en su celular una aplicación de Western Union, con la cual, con apenas un click, transfieren divisas de sus cuentas en el extranjero y se hacen de pesos al valor del contado con liquidación, Sus abogados AAA les garantizaron que la operación está dentro de las normas vigentes.

Ya ni el más encorsetado de los actores económicos cree que el dólar valga $224. No hace falta buscar muchos más argumentos para entender por qué el campo no está dispuesto a desprenderse de sus granos. No importa qué digan desde el Gobierno, ya está asentada la idea de que tarde o temprano habrá un salto que acerque el billete al valor de los dólares libres. El tema es cuándo.