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El rey de los memes sobre la longevidad ahora quiere venderte aceite de oliva

Jamie Love, la organizadora del evento, con su pareja, Daniel Rassy, durante una comida con seguidores de Bryan Johnson, el fundador tecnológico y gurú de la longevidad que quiere preparar a la humanidad para prosperar en un mundo dominado por la inteligencia artificial, de ahí su lema: “No mueras”, en el sendero del cañón Temescal, en Los Ángeles, el 16 de diciembre de 2023. (Sinna Nasseri/The New York Times).

LOS ÁNGELES — “Preparados, a la de tres”, dijo Jamie Love al grupo de excursionistas mientras se apiñaban para tomarse una foto. “Uno, dos, tres...”.

“¡No mueras!”, gritaron al unísono.

La aproximada decena de desconocidos estaban reunidos al pie del sendero del cañón Temescal, sobre la costa del Pacífico, en Los Ángeles, una fresca mañana de sábado de mediados de diciembre. Varios de ellos, incluido Love, de 38 años, que había organizado la excursión, llevaban camisetas negras con el texto en blanco y en negrita: “NO MUERAS”.

Los excursionistas se habían reunido con un objetivo común: prolongar su vida mediante la dieta, el sueño, el ejercicio y cualquier tecnología que pudiera surgir.

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No estaba presente el líder espiritual de la reunión, la celebridad de internet y fundador tecnológico multimillonario convertido en gurú de la longevidad Bryan Johnson. En el último año, Johnson se ha colocado a la cabeza de la carrera entre los ricos de Silicon Valley que van a los extremos en su afán por vivir eternamente. (Abran paso, señores Bezos, Zuckerberg y Thiel.) Ahora está convirtiendo esa misión de longevidad —y la infamia que se ha ganado en internet por ello— en un negocio de estilo de vida, vendiendo suplementos y comidas preparadas a personas menos acaudaladas a las que también les gustaría vivir mucho tiempo. La caminata, uno de los más de 30 “Encuentros No Mueras” que se celebraron ese día en todo el mundo, fue un cruce entre la creación de una comunidad y una táctica de guerrilla para fines de mercadotecnia.

El contexto de Johnson, en pocas palabras: en 2021, empezó a gastar 2 millones de dólares al año de su propio bolsillo para medir todos los aspectos de su cuerpo, desde los niveles de lípidos hasta la velocidad de micción y la placa cerebral, con el objetivo de invertir su proceso de envejecimiento. Lo llamó Proyecto Blueprint.

Samuel Cowan y su madre, Theresa Cowan, durante una caminata con seguidores de Bryan Johnson, el fundador tecnológico y gurú de la longevidad que quiere preparar a la humanidad para prosperar en un mundo dominado por la inteligencia artificial, de ahí su lema: “No mueras”, en el sendero del cañón Temescal, en Los Ángeles, el 16 de diciembre de 2023. (Sinna Nasseri/The New York Times).

Todos los días, entre las 7 y las 11 de la mañana, come las mismas tres comidas veganas: “Budín de frutos secos” (una mezcla de frutos secos, semillas, bayas y jugo de granada), “Super Veggie” (lentejas negras cubiertas de brócoli y coliflor) y un tercer plato, que va rotando, consistente en verduras, raíces y frutos secos. Hace ejercicio durante una hora cada mañana y toma hasta 111 pastillas al día. (Es posible que sus músculos faríngeos sean los más fuertes que tiene).

Johnson afirma que su régimen (o “protocolo”, como él lo llama) ya ha ralentizado su velocidad de envejecimiento, dándole, a sus 46 años, la frecuencia cardiaca máxima de una persona de 37, la inflamación de encías de una de 17 y las arrugas faciales de una de 10, según su sitio web. Publica los resultados de sus pruebas para que cualquiera pueda ver imágenes de sus intestinos o conocer la duración de sus erecciones nocturnas. Su “edad biológica”, según afirmaba hasta hace poco, es de 42,5 años, según una medición de los cambios en el ADN a lo largo del tiempo conocida como reloj epigenético. En otras palabras, ha pasado unos tres años quitándose —si bien le va— algo más de tres años de encima.

Si el objetivo original del Proyecto Blueprint era perfeccionar su salud, Johnson lo describe ahora como preparar a la humanidad para prosperar en un mundo dominado por la inteligencia artificial. De ahí el nuevo eslogan: “No mueras”.

En una entrevista, Johnson dijo que no le importaba lo que la gente actual pensara de él. “Me interesa más lo que la gente del siglo XXV piense de mí”, comentó. “La mayoría de las opiniones actuales representan el pasado”.

Ahora, dijo Johnson, luego de tres años de experimentar consigo mismo —lo que denominó “Fase 1” de Blueprint— está listo para la “Fase 2”: ayudar a otros a reproducir su proceso. A finales del año pasado, empezó a vender aceite de oliva con la marca Blueprint. Este mes, se han puesto a la venta en su sitio web más productos, como verduras en polvo y suplementos en píldoras. Junto con el lanzamiento, Johnson anunció un “estudio de autoexperimentación” en el que los participantes pueden pagar un paquete inicial de productos Blueprint, así como análisis de sangre y otras pruebas para monitorear sus resultados. Las 2500 plazas se llenaron en 24 horas.

Para sus seguidores, que vuelan de todo el país para reunirse con él y frecuentan los tableros de mensajes de Blueprint en internet, este momento es una oportunidad apasionante para difundir el evangelio de Johnson. Algunos defensores de Blueprint incluso están creando sus propios negocios basados en sus ideas. Para sus detractores, se trata de un cínico intento de lucrar con su popularidad. O, peor aún: lo califican de pseudociencia que podría perjudicar la salud de sus seguidores.

Johnson creció siendo mormón en Utah. Entre la universidad y la escuela de negocios, trabajó para una empresa de procesamiento de tarjetas de crédito vendiendo servicios a empresas. Su truco de ventas consistía en ofrecer a los clientes potenciales 100 dólares por tres minutos de su tiempo. Si no contrataban su plan, podían quedarse con el dinero. Rápidamente se convirtió en el mejor vendedor de la empresa.

En 2007, fundó su propia empresa de procesamiento de pagos, Braintree, que adquirió la empresa emergente Venmo y, en 2013, fue adquirida a su vez por eBay por 800 millones de dólares.

Un año después, Johnson se divorció y se separó de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. “Vuelves a nacer como un bebé, y tienes que responder a estas preguntas tan importantes que no tienen respuesta”, dijo.

Cuando le pregunté a Johnson si estaba construyendo una religión, me respondió que sí. “Los sistemas de creencias han demostrado ser más fuertes que los países, las empresas o cualquier otra cosa” a la hora de ayudar a los seres humanos a alcanzar objetivos, afirmó. “Todas las religiones han intentado ofrecer una solución al ‘No mueras’; ese es el producto que han generado”, añadió.

Johnson ocupa un lugar extraño en el campo de la investigación sobre la longevidad, el cual ha atraído una oleada de inversiones en los últimos años. Si hay un espectro entre el rigor científico y la mercadotecnia pura y dura, muchos expertos sostienen que Johnson se encuentra en el extremo promocional.

Nir Barzilai, catedrático de Medicina y Genética en la Facultad de Medicina Albert Einstein de Nueva York y director científico de la Federación Estadounidense de Investigación sobre el Envejecimiento, lleva años estudiando a ancianos sanos a los que denomina “superenvejecedores” y ha identificado varios marcadores genéticos asociados con la longevidad. Dijo que apreciaba que Johnson dirigiera la atención hacia el campo de la longevidad.

“¿Pero está contribuyendo a ello de forma científica?”, preguntó Barzilai. “La respuesta es no”.

Para empezar, señaló, la metodología de Johnson dista mucho de la aceptada por la comunidad científica desde hace un siglo, la cual consiste en estudios clínicos con grupos grandes de personas, algunas con tratamiento y otras con placebo, idealmente doble ciego. (Lo que Johnson me describió como su nuevo “ensayo clínico” no es... eso). Y Johnson, hasta la fecha, solo ha experimentado consigo mismo.

Según Barzilai, Johnson a veces confunde marcadores de salud, como la capacidad pulmonar, con marcadores de envejecimiento. “El hecho de que mejore en cosas para las que se ha entrenado no hace que el resto de su cuerpo sea más joven”, observó. Del mismo modo, otros marcadores que mide Johnson pueden correlacionarse con la edad, pero no se ha demostrado que causen envejecimiento o desenvejecimiento.

A Barzilai tampoco le impresionaron especialmente los resultados de Johnson. Él mismo solo toma metformina, un medicamento para la diabetes cuyo potencial para prolongar la vida ha estudiado, y hace ayuno intermitente, que se ha demostrado que mejora la esperanza de vida de los ratones, pero no de los humanos. Sin embargo, cuando Barzilai, de 68 años, conoció a Johnson en una conferencia en 2023, se hicieron un análisis de sangre y obtuvieron resultados similares: “Los dos éramos unos tres años más jóvenes que nuestra edad real”, comentó.

Andrew Steele, biólogo y autor que escribe sobre longevidad, dijo que no había pruebas de que los productos de Johnson ayudaran a la gente a vivir más tiempo. “Ninguno de ellos tiene datos concluyentes sobre humanos que digan que este suplemento o aditivo mejorará la duración de la vida”, afirmó.

Johnson llama a su nuevo paquete de productos “Blueprint Stack”, una alusión a la codificación que, como el término “protocolo”, evoca la metáfora del cuerpo humano como computadora y la vida como algoritmo.

La oferta incluye versiones en polvo de Nutty Pudding y Super Veggie, cacao en polvo y una mezcla deshidratada de frutos secos y arándanos. También vende una “Mezcla de bebidas de micronutrientes para la longevidad (Sabor naranja roja)”, que incluye el suplemento creatina y el arbusto ashwagandha, favorito de la Nueva Era, además de cuatro pastillas diferentes, que en conjunto representan una versión simplificada de su régimen de más de 100 pastillas. Como guiño a sus escépticos, planea renombrar su aceite de oliva “Aceite de serpiente”.

El paquete básico actual cuesta 333 dólares al mes, pero solo cubre unas 400 calorías al día. Johnson dijo que planeaba ofrecer suficientes productos para cubrir toda la ingesta calórica diaria de una persona por menos de 1000 dólares al mes. (Los adultos suelen necesitar entre 1600 y 3000 calorías al día).

Steele dijo que es poco probable que el nuevo estudio aporte datos útiles. “Será imposible saber cuánto de cualquier efecto observado es real o solo el efecto placebo”, señaló.

Johnson admite que el diseño no es el de un ensayo clínico que acepte la comunidad científica mayoritaria. “¿Gozará este ensayo de una buena reputación? Ya lo veremos”, expresó.

c.2024 The New York Times Company