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Supercentenarios cognitivos: los secretos de quienes se acercan al final de la vida con sus facultades mentales intactas

El estudio se hizo con 340 centenarios holandeses
El estudio se hizo con 340 centenarios holandeses

NUEVA YORK.— Uno de mis grandes placeres durante la cuarentena fue tener tiempo para darme el gusto de hablar por teléfono durante horas con los amigos y parientes que no podía ver en persona. Y de esas conversaciones habituales, las más animadas y motivadoras eran con Margaret Shryer, una amiga de 94 años, dos veces viuda, de la ciudad de Minneapolis.

Conocí a Margaret en esa ciudad en 1963, seis meses después de que su marido fuera arrollado por un conductor alcoholizado. Con cuatro hijos chicos para criar, la joven viuda no perdió el tiempo y obtuvo un título para enseñar alemán en escuelas secundarias. Margaret y yo somos almas afines y nos conectamos de inmediato, y a pesar de que vivimos a medio país de distancia desde 1965, seguimos cultivando devotamente nuestra amistad desde hace 58 años.

Mis conversaciones con Margaret son profundas y esclarecedoras, y juntas ahondamos en temas de política, poesía, teatro y filosofía, así como en placeres y problemas domésticos. Disfruto de su sapiencia y de sus sabios consejos, y sobre todo me fascina comprobar que no ha perdido una pizca de la potencia mental de su juventud: sigue siendo tan aguda como lo era hace décadas, cuando nos conocimos.

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Según los hallazgos científicos más recientes sobre la trayectoria cognitiva de los humanos, si en los próximos seis años Margaret no sufre algún trauma físico, como un ACV, se convertirá en una centenaria con agudeza cognitiva.

Menos del 1% de los norteamericanos llegan a los 100 años, y los nuevos datos que llegan desde los Países Bajos revelan que quienes alcanzan esa edad con sus facultades mentales intactas probablemente las conserven intactas durante el resto de sus días, por más que sus cerebros tengan las placas y ovillos típicos de la enfermedad de Alzheimer.

Los hallazgos del estudio holandés podrían allanar el camino para que muchos de nosotros lleguemos a ser “supercentenarios cognitivos”, como llaman los investigadores a las personas que se acercan al término del lapso de vida con un cerebro que funciona como si tuvieran 30 años menos.

Algún día, todos los que estén físicamente aptos para llegar a los 100 años también podrán mantenerse mentalmente sanos. Al estudiar a los supercentenarios, los investigadores esperan identificar características confiables y desarrollar tratamientos para preservar la salud cognitiva de todos durante el envejecimiento. Hasta entonces, es muchos lo que podemos hacer para mantener nuestro cerebro en las mejores condiciones, aunque llegar a los 100 no sea un objetivo.

Estudio holandés

Este panorama tan alentador se desprende del estudio de 340 centenarios holandeses que viven de manera independiente y fueron testeados y demostraron estar cognitivamente sanos al iniciar el estudio. Los 79 participantes que no murieron ni abandonaron el estudio volvieron a ser testeados repetidamente, durante un seguimiento promedio de 19 meses.

El equipo de investigación dirigido por Henne Holstege en la Universidad de Vrije, Ámsterdam, informó en enero en JAMA Network Open que durante el seguimiento los participantes no evidenciaron una disminución de sus valores cognitivos, salvo una leve pérdida en la función de la memoria. Básicamente, los participantes respondieron como si fueran 30 años más jóvenes en su cognición general: capacidad de tomar decisiones, hacer planes y llevarlos a cabo, reproducir en dibujo una figura que se les había mostrado, hacer una lista de animales u objetos cuyo nombre comienza con una determinada letra, y no distraerse fácilmente al realizar una tarea o perderse cuando salían de casa.

Incluso aquellos con genes vinculados a un mayor riesgo de desarrollar Alzheimer tuvieron buenos resultados en las pruebas.

Casi un tercio de los participantes aceptaron donar sus cerebros al morir. Las autopsias cerebrales de 44 de los centenarios originales revelaron que muchos tenían una neuropatología sustancial común a las personas con la enfermedad de Alzheimer, aunque siguieron siendo cognitivamente sanos hasta cuatro años después de cumplir 100.

El doctor Thomas T. Perls, geriatra de la Universidad de Boston y director del Estudio de Centenarios de Nueva Inglaterra, quien escribió un editorial que acompañó el informe del estudio, dijo en una entrevista que los participantes holandeses eran “la crème de la crème” de los centenarios que habían evitado la aparición de la enfermedad de Alzheimer durante al menos 20 o 30 años. Según Perls, los participantes parecían ser resistentes a la enfermedad, o cognitivamente resilientes, de alguna manera capaces de evitar que se manifestaran los efectos dañinos del Alzheimer para el cerebro. O tal vez ambas cosas.

La resistencia a la enfermedad, explicó Perls, podría reflejar una ausencia relativa de daño cerebral gracias a los genes o el estilo de vida de una persona. Pero también podrían tener “mecanismos biológicos protectores que retrasan el envejecimiento del cerebro y previenen enfermedades clínicas”, señaló.

La resiliencia, por otro lado, caracteriza a las personas con capacidades cognitivas normales a pesar de que sus cerebros tengan daños típicos del Alzheimer, la principal causa de demencia. Además de las placas y los ovillos, tales alteraciones incluyen pérdida de neuronas, inflamación y obstrucción vascular.

Las personas con resiliencia cognitiva “son capaces de acumular más daño cerebral antes de que aparezcan los síntomas clínicos”, informó el equipo holandés.

Reserva cognitiva

Yaakov Stern, neuropsicólogo y director de neurociencia cognitiva del Escuela de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, dice que si bien los “resistentes” pueden evitar gran parte de la patología cerebral típica de la enfermedad de Alzheimer, los “resilientes” tienen lo que los investigadores llaman una reserva cognitiva, que les permite lidiar mejor con los cambios cerebrales degenerativos.

Muchos estudios han revelado que existe una variedad de factores del estilo de vida que puede fomentar nuestra resiliencia cognitiva, dice Stern, como esmerarse por obtener educación superior, elegir ocupaciones que traten con hechos y datos complejos, consumir una dieta de estilo mediterráneo, participar en actividades de ocio, socializar con otras personas, y hacer ejercicio regularmente.

“Los ensayos controlados han demostrado que el ejercicio físico mejora la cognición”, dice Stern. “Y ese beneficio no solo es resultado de un mejor flujo de sangre al cerebro, sino que el ejercicio también engrosa la corteza y el volumen cerebral, incluidos los lóbulos frontales, asociados con las funciones cognitivas”.

En su informe, Perls dijo: “La enfermedad de Alzheimer no es un resultado inevitable del envejecimiento. Incluso los genéticamente predispuestos pueden retrasarlo notablemente su aparición o no desarrollar síntomas jamás, con una vida saludable: hacer ejercicio regularmente, mantenerse en peso, no fumar, consumir poca carne roja y plantearse desafíos cognitivos nuevos, como aprender otro idioma o un instrumento musical”.

También es importante mantener una buena audición, dice Perls, que tiene 60 años y usa audífonos. “Es importantísimo que las personas mantengan en óptimas condiciones su capacidad auditiva, porque existe una conexión directa entre la audición y la preservación de la función cognitiva. Negarse obstinadamente a usar audífono es una tontería. La pérdida auditiva resulta en pérdida cognitiva, porque la persona queda desconectada de su entorno y se pierde la mitad de lo que pasa a su alrededor.”

Y la vista también es importante, especialmente para las personas que ya tienen problemas cognitivos. “La mala visión agrava el deterioro cognitivo”, dice Perls. Y para incorporar una actividad que implique un desafío para su cerebro, Perls tiene como pasatiempo la observación de aves, que le exige tanto un buen oído como una buena vista.

Mi amiga Margaret, por su parte, lee, escribe y recita poesía, y cada tanto incluso actúa en las películas de algún familiar.

(Traducción de Jaime Arrambide)

Por Jane E. Brody

The New York Times