¿Qué es lo que en verdad quieren los estudiantes de las mejores universidades?
El meme tenía la imagen de una cabeza con la leyenda “Tengo que ser rico”. “Los estudiantes de primer año después de pasar 0,02 segundos en el campus”, decía el pie de foto publicado en 2023 en la aplicación de mensajería anónima Sidechat.
El plantel en cuestión era el de la Universidad de Harvard, donde, el año pasado, en un comedor con paredes revestidas de madera dos estudiantes de tercer año explicaron cómo evaluar el potencial de ingresos de un compañero universitario. Es fácil, comentaron, mientras comíamos mejillones, betabel y acelgas salteadas: se puede saber viendo quién está realizando sus prácticas profesionales con los pesos pesados.
“¿Qué?”, Benny Goldman, de 28 años, quien era entonces un estudiante del doctorado en economía y el tutor de estos estudiantes, estaba desconcertado.
Uno de los estudiantes se detuvo sorprendido de que no conociera el término: un banco de peso pesado, como Goldman Sachs, JPMorgan Chase o Citi. Los bancos de inversión más grandes y prestigiados. Un B.B., explicó su amigo, por la sigla de Bulge Bracket (peso pesado en español). No hay que confundirse con M.B.B., la sigla de tres de las empresas de consultoría de administración más prestigiadas: McKinsey, Bain y Boston Consulting Group.
Aunque quizás la imagen principal de los planteles de las mejores universidades esta temporada de ceremonias de graduación sea la de activistas con kufiya montando tiendas de campaña sobre el césped color verde eléctrico, la mayoría de los estudiantes en la universidad no están concentrados en protestar por la guerra de Gaza, sino en lo que ocurrirá después de la graduación.
Pese a la imagen popular de esta generación como una generación impulsada por el idealismo, parece que los estudiantes de la generación Z de estas escuelas tienen una mentalidad sorprendentemente empresarial. Incluso cuando entran a la carrera queriendo algo muy diferente, una cantidad cada vez mayor de alumnos de las mejores universidades buscan el sello de empleo de una empresa poderosa y “devengar una bolsa” (el término coloquial para referirse a un saco de dinero) lo más pronto posible.
Las mejores universidades siempre han sido las principales proveedoras de las empresas financieras y de consultoría, y los alumnos siempre han querido ser ricos. De acuerdo con la Encuesta de Estudiantes Estadounidenses de Primer Año que se realiza cada año, el mayor incremento de los estudiantes que quieren volverse “muy acomodados en términos económicos” ocurrió entre las décadas de 1970 y 1980, y desde entonces ha ido hacia arriba.
Pero según los docentes y administradores, en los últimos cinco años, la atracción de estas industrias se ha sobrecargado. En una época de altísimos costos de vivienda, colegiaturas muy elevadas y desigualdad, los estudiantes y sus padres ven cada vez más a la universidad como un medio para obtener un empleo lucrativo y no tanto como un lugar para explorar.
En la Universidad de Harvard, un estudiante de último año a punto de graduarse que rechazó una beca completa a otra escuela me dijo que sentía una enorme presión para demostrarles a sus padres que su inversión de 400.000 dólares en su educación en la Universidad de Harvard le permitiría obtener el tipo de empleo en el cual pudiera ganar un millón de dólares al año. Después de graduarse, se unirá a la empresa de capital privado Blackstone, donde, según él, aprenderá y logrará más en seis años que en 30 años dentro de una organización orientada al servicio público.
Otro estudiante, procedente de Uruguay, que pasó su segundo verano consecutivo realizando estudios de caso a fin de prepararse para las entrevistas de prácticas profesionales en consultoría de administración, me dijo que todos llegaban al campus con la esperanza de cambiar el mundo, pero que lo que aprendían en la Universidad de Harvard es que en realidad es demasiado difícil hacer algo relevante. Me comentó que los estudiantes renuncian a sus sueños y deciden que mejor se dedicarán a ganar dinero.
“Hay, en definitiva, una mentalidad de rebaño”, mencionó Joshua Parker, un estudiante de 21 años que estudia el tercer año en Harvard procedente de Oahu, Hawái. “Si no estudias finanzas o tecnología, puede dar la sensación de que estás haciendo algo incorrecto”.
Cuando era estudiante de primer año, pensaba estudiar ingeniería ambiental. En segundo año, cambió a economía sumándose a cinco de sus seis compañeros de habitación. Uno de ellos me dijo que esperaba administrar un fondo de cobertura cuando fuera treintañero. Antes de eso, quería tener un buen salario, el cual definía como 500.000 dólares al año.
De acuerdo con una encuesta del periódico estudiantil Harvard Crimson realizada a los estudiantes de último año de esta universidad, el porcentaje de egresados de 2023 que iban al área de finanzas y consultoría fue más del 40 por ciento por segundo año consecutivo. (La encuesta oficial de Investigación Institucional de la Universidad de Harvard otorga porcentajes menores que la encuesta de Harvard Crimson a esas áreas debido a que incluye a los alumnos que no se van a integrar a la fuerza laboral).
Estas estadísticas se aproximan a los niveles máximos anteriores de 2007, después de los cuales la crisis económica global hizo que disminuyera ese porcentaje hasta un nivel mínimo reciente del 20 por ciento en 2009, a partir del cual desde entonces ha estado recuperando terreno.
Hace quince años, había menos estudiantes que iban al área de la tecnología. Sumándose a ese sector, el porcentaje de egresados que comenzaban lo que algunos estudiantes llamaban de manera no despectiva “empleos de vendidos” rompió el récord del 60 por ciento en 2022 y casi del 54 por ciento en 2023. (Ese decremento reflejaba una contracción de toda la industria en la contratación de tecnología).
“Cuando la gente dice ‘venderse, creo que es evidente que ahí hay un juicio implícito”, señaló Aden Barton, de 23 años, un estudiante de último año de Harvard que escribió una columna de opinión para el periódico estudiantil titulada “Cómo el arribismo de la Universidad de Harvard asesinó al aula”.
“Pero en realidad es casi un término descriptivo en este momento para las personas que buscan tener ciertas trayectorias profesionales”, prosiguió. “No estoy tratando de denigrar la trayectoria profesional de nadie ni la mía”. (El verano pasado entró a hacer prácticas profesionales en un fondo de cobertura).
El cambio es sorprendente para quienes han estado en la academia durante años y no solo en la Universidad de Harvard.
Roger Woolsey, director ejecutivo del centro profesional en Union College, una universidad privada liberal de artes en Schenectady, Nueva York, mencionó que la primera vez que observó un cambio fue alrededor de 2015 con los estudiantes que habían estado en bachillerato durante la Gran Recesión y que, por lo tanto, le daban prioridad a la seguridad económica.
“Los alumnos vieron por lo que pasaron sus padres y los padres vieron lo que les ocurrió a ellos mismos”, señaló. “Eso se asocia con las colegiaturas que siguen subiendo”, prosiguió, y los estudiantes comenzaron a buscar beneficios monetarios inmediatamente después de graduarse.
Sara Lazenby, una analista de política institucional en la Universidad de Wisconsin-Madison, comentó que tal vez por eso los estudiantes y sus padres se concentraron mucho más en los resultados profesionales de lo que solían hacerlo. “En los últimos años”, mencionó “he visto un mayor interés en esta información de destino inicial”, es decir en estadísticas sobre los empleos que los estudiantes egresados están obteniendo al salir de la universidad.
El director del Centro Mignone para el Éxito en la Trayectoria Profesional de la Universidad de Harvard, Manny Contomanolis, también relacionó el cambio, en parte, a la presión económica. “La Universidad de Harvard tiene una mayor diversidad que nunca antes”, señaló Contomanolis: casi 1 de cada 5 estudiantes es candidato a una Beca Pell para estudiantes de bajos ingresos. Esos alumnos, comentó, ponderan si, por ejemplo, “tomo un empleo en la comunidad de mi pueblo fronterizo en Texas y produzco un gran impacto en algo relacionado con el servicio público”, o consigo un empleo con “un salario que le cambie la vida a mi familia”.
No obstante, de acuerdo con la encuesta a estudiantes de último año del Harvard Crimson, como observó Barton en su columna de opinión, “La tasa agregada de ‘vendidos’ es más o menos la misma —cerca del 60 por ciento— para todos los niveles de ingresos”. La distinción principal es que los estudiantes procedentes de familias de bajos ingresos tienen mayores probabilidades, comparativamente, de irse a las áreas de tecnología que de finanzas.
Los resultados de la encuesta para estudiantes de último año de la Universidad de Princeton son casi idénticos a los de la encuesta del Harvard Crimson para estudiantes de último año: cerca del 38 por ciento de los egresados en 2023 que estaban empleados tomaron empleos en finanzas y consultoría; agregando tecnología e ingeniería, la tasa está cerca del 60 por ciento, en comparación con el 53 por ciento en 2016, el año más reciente para el cual hay información disponible.
Este no es un fenómeno exclusivo de la Ivy League. Las escuelas parten sus datos de manera diferente, pero en muchas universidades, un alto porcentaje de estudiantes buscan estos campos. En Amherst College, en el año de 2022, el 32 por ciento de los estudiantes empleados se fueron a finanzas y consultoría y el 11 por ciento se fueron al área de internet y software, lo que sumó un total del 43 por ciento. Entre 2017 y 2019, la Universidad de California, campus Los Ángeles, envió cerca del 21 por ciento de los estudiantes empleados al área de ingeniería e informática, el 9 por ciento a consultoría y casi el 10 por ciento a finanzas, para llegar a un total del 40 por ciento.
De acuerdo con Jean Twenge, una psicóloga que analizó los datos de las encuestas a nivel nacional de estudiantes de bachillerato y estudiantes de primer año de universidad en su libro “Generations”, el indicador que en realidad distingue a la generación Z es lo pesimistas que son sus integrantes y lo mucho que sienten como si la vida estuviera más allá de su control.
Desde luego que el dinero ayuda a que la gente tenga una mayor sensación de control. Y debido a la desigualdad salarial, “tenemos la idea de que o lo haces o no lo haces, así que mejor lo haces”, explicó Twenge.
c.2024 The New York Times Company