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"Vivo en mi auto": una situación más habitual de lo que se cree en Estados Unidos

KIRKLAND, Washington— Chrystal Audet intentó ponerse cómoda en lo que llamó su “habitación”: el asiento trasero de su Ford Fusion de ocho años. Para estirar las piernas, tenía que dejar una puerta entreabierta, pero las noches de septiembre son rudas en el noroeste del Pacífico, con lluvias que sientes hasta en los huesos.

Desde su propia “habitación” en el asiento delantero, su hija Cierra Audet, de 26 años, le pidió que la cerrara.

“Tenemos que salir de esto”, pensó Chrystal Audet mientras se cubría con un edredón para protegerse del frío y luchaba por conciliar el sueño en un estacionamiento de Kirkland.

Chrystal Audet y su hija, Cierra, colocan sábanas en las ventanas de su automóvil para crear privacidad, en Kirkland, Washington, el 27 de agosto de 2023. La familia se encuentra entre una cohorte cada vez mayor de trabajadores estadounidenses que viven en sus automóviles. (Ruth Fremson/Los New York Times)
Chrystal Audet y su hija, Cierra, colocan sábanas en las ventanas de su automóvil para crear privacidad, en Kirkland, Washington, el 27 de agosto de 2023. La familia se encuentra entre una cohorte cada vez mayor de trabajadores estadounidenses que viven en sus automóviles. (Ruth Fremson/Los New York Times) (NYT)

Audet, de 49 años, gana más de 72.000 dólares al año como trabajadora social para el Departamento de Servicios Sociales y de Salud del Estado de Washington. Pero una mezcla de mala suerte, deudas impagables y un mal historial crediticio le impidieron seguir viviendo en su apartamento en Bellevue, otro suburbio de Seattle, uno de los mercados inmobiliarios más caros del país. Con un desalojo inminente, Audet guardó sus muebles esta primavera en una unidad de almacenamiento y comenzó a quedarse en su sedán en un estacionamiento afuera de una iglesia en Kirkland.

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El auto, su mayor inversión, se convirtió en su hogar. Y un tramo desgastado de asfalto proporcionado por una iglesia metodista se convirtió en su patio, su vecindario y su lugar seguro.

Una situación cada vez más habitual en Estados Unidos

Por todo el país se están reservando bienes raíces para personas como Audet en forma de estacionamientos. En los últimos cinco años, se han abierto docenas de lotes de este tipo, incluso en lugares tan al este como Pensilvania y Carolina del Norte. Están esparcidos por todo el Medio Oeste en Green Bay, Wisconsin y Duluth, Minnesota. Y salpican la columna vertebral del noroeste del Pacífico, proporcionando un lugar seguro para una creciente cohorte de trabajadores estadounidenses que están atrapados en el implacable punto medio: ganan muy poco para costearse un alquiler, pero demasiado para recibir asistencia del gobierno, por lo que han convertido sus automóviles en una forma de vivienda asequible.

La Iglesia Metodista Unida de Lago Washington comenzó a experimentar ofreciendo una “cabecera de playa” para las “personas sin hogar móviles” en 2011 en respuesta a la “ordenanza contra la infracción” de Seattle, que exigía la incautación de los automóviles que hubieran acumulado múltiples multas de estacionamiento, una ley desastrosa para las personas obligadas a vivir en sus coches. “Nuestra sola idea fue: ‘Oye, si están en nuestro estacionamiento, no recibirán multas de estacionamiento’. Y no los expulsarán ni remolcarán’”, dijo Karina O’Malley, quien ayudó a crear el programa.

Ahora, es uno de los 12 que existen en el estado de Washington.

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Cierra Audet y su perro, Coda, dentro del automóvil en el que duermen con la madre de Cierra, Chrystal Audet, en un estacionamiento de SafePark afuera de una Iglesia Metodista Unida en Kirkland, Washington, el 28 de agosto de 2023. La familia se encuentra entre una creciente cohorte de trabajadores estadounidenses que viven en sus automóviles. (Ruth Fremson/Los New York Times)

Por qué acabó durmiendo en su coche

En 2001, Audet pagó con un cheque sin fondos. Esto llegó a los tribunales y acabó en su historial, uno de varios reveses que han dañado su crédito.

Su caída libre hacia una deuda insostenible comenzó en diciembre pasado cuando su automóvil de antes se averió. Debido a su mal crédito, el único préstamo que pudo encontrar tuvo un costo exorbitante: por el Ford Fusion 2015 con más de 160.000 kilómetros, le están cobrando un interés del 27,99 por ciento, lo que equivale a un pago de 398 dólares por mes, una décima parte de su salario neto.

También llegaron varias facturas médicas de miles de dólares por su enfermedad de Crohn. No hizo dos pagos del alquiler. Y, luego, el propietario le aumentó 248 dólares la renta mensual.

“Fue uno de esos casos en el que se acumularon demasiadas facturas”, afirmó Audet.

En la espiral que la llevó a quedarse sin hogar hubo una serie de bifurcaciones: decisiones entre malas y muy malas que tomó, muchas de ellas en momentos de desesperación. Pasó una semana en un hotel. Expedia le ofreció que dividiera sus pagos, que actualmente está pagando a razón de 138 dólares al mes. Para evitar que la renta no pagada pasara a cobranza, firmó un plan de plazos y acordó pagar 495 dólares mensuales.

A mediados del verano, el salario neto de Audet de casi 4300 dólares al mes se vio mermado por facturas por un total de casi 2600 dólares, dejándola con muy poco para pagar un apartamento en un mercado donde el alquiler promedio es de 2200 dólares. Finalmente, encontró el puesto de estacionamiento tras ver una noticia sobre programas de estacionamiento para personas sin hogar.

Sandalias en el suelo afuera del auto de Chrystal Audet, en el que ella y su familia duermen, en una ubicación de SafePark en una Iglesia Metodista Unida en Kirkland, Washington, el 28 de agosto de 2023.  (Ruth Fremson/The New York Times)
Sandalias en el suelo afuera del auto de Chrystal Audet, en el que ella y su familia duermen, en una ubicación de SafePark en una Iglesia Metodista Unida en Kirkland, Washington, el 28 de agosto de 2023. (Ruth Fremson/The New York Times)

Buscando adelantarse al tsunami de facturas, Audet tenía dos trabajos. Una tarde reciente, tras registrar su salida en el Departamento de Servicios Sociales y de Salud del Estado de Washington, Audet tomó el autobús número 554 de regreso a Kirkland, donde la esperaba su hija, una estudiante universitaria. Pasaron las siguientes tres horas entregando comida a través de DoorDash, haciendo una pausa para cenar y continuaron el día siguiente. Ellas ganaron 86,05 dólares esa noche; luego, gastaron 20 dólares en gasolina y 20,37 dólares en unos wafles para cenar en el auto.

Comieron en el estacionamiento vacío de un bachillerato, con el contenedor de poliestireno sobre el techo del Ford.

“Es la ironía de trabajar y obtener buenos ingresos y aun así no poder costear una vivienda”, dijo Audet. “Gano 32 dólares y algo de cambio por hora, pero de todos modos, vivo con dificultades”.

Por fin un hogar en el que vivir

Su suerte cambió a finales de agosto en un evento dentro de la iglesia, cuando unos activistas de vivienda notaron que un reportero de The New York Times la seguía. Varios le ofrecieron sus tarjetas de presentación. Uno de ellos la asesoró sobre cómo acercarse a posibles propietarios: qué compartir y qué omitir.

Poco después, se interesó en un apartamento de una habitación que costaba 2360 dólares al mes en Redmond, Washington. Con 62 metros cuadrados, era un palacio: encimeras blancas y brillantes y pisos relucientes se extendían sobre un espacio 20 veces mayor que el de su automóvil.

Chrystal Audet prepara un colchón de aire en su nuevo apartamento de una habitación, al que ella y su hija se mudaron después de dormir en su automóvil durante los últimos tres meses, en Redmond, Washington, el 23 de septiembre de 2023. (Ruth Fremson/The New York Times)
Chrystal Audet prepara un colchón de aire en su nuevo apartamento de una habitación, al que ella y su hija se mudaron después de dormir en su automóvil durante los últimos tres meses, en Redmond, Washington, el 23 de septiembre de 2023. (Ruth Fremson/The New York Times)

Una omisión calculada —de la que no estuvo orgullosa, pero consideró necesaria— le permitió superar el primer obstáculo. En el formulario que solicitaba dos años de historial de alquiler, omitió su apartamento más reciente. Debido a que había firmado un acuerdo de pago, la renta no pagada no apareció en su informe crediticio.

Audet estuvo a punto de llorar cuando se enteró de que la habían aprobado, pero casi pierde el apartamento cuando no pudo pagar el depósito de seguridad. La iglesia donde había estado estacionando intervino, poniendo fin a su situación sin hogar por un poco más de 2000 dólares.

Audet y su hija se mudaron el 23 de septiembre. Por ahora, disfruta de los placeres humanos más simples: darse una ducha en un espacio que es completamente suyo y estirarse cuando duerme. Sin embargo, las matemáticas de su vida siguen siendo precarias. Su deuda considerable continúa mermando su salario, dejando muy poco para el alquiler.

“Siempre estoy un poco en el límite”, dijo Audet. “Al menos tengo un auto donde sentarme y un estacionamiento seguro”.

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c.2023 The New York Times Company