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Alquízar (Cuba), 24 nov (EFE).- Cuando Lázaro Elien, cubano de 57 años, habla sobre los cultivos que no pudo salvar del huracán Rafael, no lo hace a la ligera. Detrás de él hay un camión repleto de plátanos macho que serán desechados: “El año se fue... lo perdimos todo, prácticamente”, dice a EFE con resignación. Elien hace un recuento de daños frente a su casa en la localidad Alquízar (occidente), el corazón agrícola de Artemisa, la provincia que surte de frutas, vegetales y hortalizas a La Habana. El lugar se enclava en la zona cero del huracán que con categoría 3 (de 5) en la escala Saffir-Simpson golpeó Cuba el pasado 6 de noviembre. “No quedó una mata de plátano viva, a la yuca la molió también. Era lo que teníamos sembrado para producir”, recuerda. Solo en Alquízar, según los datos del Gobierno, unas 2.000 hectáreas de plátano y 300 de yuca quedaron arrasadas. En toda Artemisa, se habla de unas 37.000 hectáreas de producción agropecuaria gravemente afectadas gravemente por las intensas lluvias, de hasta 200 milímetros (o litros por metro cuadrado), y los fuertes vientos, de hasta 195 kilómetros por hora. La cifra de afectaciones asciende a 16 millones de dólares, según datos preliminares, en un momento en el que cada producto agrícola es necesario por el desabastecimiento general de alimentos que sufre la isla desde hace años, uno de los elementos más sensibles de la crisis económica y energética en que se encuentra sumida Cuba. El país importa el 80 % de lo que consume, según Naciones Unidas. Los agricultores cubanos, por otro lado, enfrentan problemas diarios como la falta de piezas para arreglar sus equipos de trabajo, retrasos en los pagos del Estado (a quien deben vender la mayoría de su producción) o el racionamiento del combustible. Sin corriente Pero los problemas para los campesinos no acaban ahí. Dos semanas después de Rafael, en torno al 20 % de la provincia aún carece de electricidad, según los últimos datos facilitados por la estatal Unión Eléctrica (UNE). Las afectaciones se ceban con las zonas rurales remotas. La falta de luz no solo es una molestia para el día a día. En el caso de agricultores como Guillermo Echavarría, de 76 años, es la diferencia entre poder rescatar algo en sus fincas en lo que queda de año o darlo todo por perdido. Sin electricidad no hay riego, y sin riego no hay cosecha, como resume el campesino. “Es un problema gordo, complejo. Porque hasta que no haya corriente no puedo sembrar. El motorcito de petróleo que tenía se fundió (dañó) y no he podido conseguir ninguno. Estamos parados”, se queja con EFE. Sin embargo, Echavarría dice tener esperanza de que se “haga la luz” para finales de mes y así comenzar a sembrar maíz en su hectárea. Incluso antes de que Rafael tocase tierra en Cuba, el Gobierno de la isla ya enfrentaba una situación crítica en su sistema eléctrico. La red cubana se encuentra en un estado muy precario por el déficit de combustible -fruto de la falta de divisas para importarlo- y por las frecuentes averías de las centrales termoeléctricas, con más de cuatro décadas en explotación y carencia crónica de inversiones. En el último mes, el sistema eléctrico nacional sufrió dos apagones generales –y costó días levantarlo– y las tasas de afectación máxima han superado el 50 %, lo que significa que en el momento de mayor demanda uno de cada dos bombillos quedó sin corriente. Empezar de cero Los agricultores de Artemisa, a pesar de todo, intentan dar vuelta a la página. Eso sí, desde la línea de salida. Pero para Adrián Martínez, de 30 años, esta situación no es nueva. Recuerda cómo, cuando el huracán Charley, también de categoría 3, golpeó su provincia, tuvo que comenzar prácticamente de cero. "Nos volvió a pasar lo mismo. El reto es seguir trabajando, no queda de otra. No sabemos hacer más nada que producir”, confiesa a EFE. Echavarría, por otro lado, lo trata de ver con filosofía. Cuando el huracán que acabó con su finca fue Charley y no Rafael, se quedó sin electricidad durante tres meses. “No es fácil. Pero al menos sé que esta vez tardará menos en ponerla (la luz)”, concluye. Juan Carlos Espinosa (c) Agencia EFE