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Por qué los Gobiernos no quieren (o no pueden) hacer nada contra el impacto del coronavirus

Un hombre disfrazado con un traje de fantasma camina alrededor del centro comercial de lujo Galleria Vittorio Emanuele II casi desierto el 29 de febrero de 2020 en el centro de Milán, en el norte de Italia. Desde el brote de Covid-19 en Italia, el epicentro del virus en Europa, Milán se ve fuertemente afectada por la recesión económica, causando preocupación a los residentes y empresarios, informa AFP el 29 de febrero de 2020. (Foto de Miguel MEDINA / AFP) ( Foto de MIGUEL MEDINA / AFP vía Getty Images)

LONDRES — La gente que controla el dinero tenía la esperanza de que ocurriera algo mucho más sustancioso. La noticia de que los países más ricos del mundo estaban convocando a orquestar una respuesta en contra del brote del mortal coronavirus había resonado en todas las economías como el zumbido de los helicópteros cuando llevan ayuda a una zona de desastre.

Sin embargo, la ayuda demostró ser decepcionante. El martes, cuando terminó la reunión espontánea de los líderes del G7 y concluyeron con tan solo una expresión general de solidaridad absteniéndose de realizar acciones concretas —ninguna promesa para reducir las tasas de interés, ninguna promesa de un gasto gubernamental coordinado—, enfatizaron una verdad incómoda que motiva los temores sobre el virus: los formuladores de políticas que tienen la tarea de limitar el daño económico del brote parecieran estar trabajando bajo el supuesto de que casi no les quedan herramientas.

En Washington, después de la declaración del grupo, la Reserva Federal realizó un anuncio sorpresivo de que iba a bajar las tasas de interés a corto plazo medio punto porcentual, un placer momentáneo para los mercados bursátiles. No obstante, los inversionistas pronto continuaron vendiendo por miedo cuando se enteraron de que el dinero barato tiene un uso limitado para combatir la crisis. Unos términos más relajados para pedir préstamos no volverán a iniciar la producción en las fábricas que les piden a sus trabajadores quedarse en casa a fin de evitar el contagio o la propagación de la enfermedad.

Lo que podrían hacer los Gobiernos contra el coronavirus

Según los economistas, los gobiernos tienen herramientas que podrían limitar los costos, pero han sido reacios a usarlas. Podrían darles dinero en efectivo a los empleados cuyos lugares de trabajo están cerrados, otorgar créditos a las pequeñas empresas y ofrecer paquetes de rescate a las industrias más afectadas, como las aerolíneas y otras empresas relacionadas con el turismo.

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Su poca disposición para poner en marcha estas estrategias parece reflejar una aversión política generalizada a aumentar la deuda pública.

En Estados Unidos, hace dos años, el gobierno del presidente Donald Trump presentó un paquete de reducciones fiscales por 1,5 billones de dólares —sus beneficios iban dirigidos abrumadoramente a las familias y corporaciones más ricas— y luego comenzó a advertir sobre la necesidad de reducir los déficits presupuestarios, así como programas que ofrecen atención médica y vivienda a la gente pobre.

En Europa, donde el coronavirus ha renovado las preocupaciones sobre una recesión, la cantidad de deuda que pueden acumular las diecinueve naciones que comparten el euro está restringida.

La crisis ha expuesto el último destello de una verdad consabida en las economías más grandes del mundo: el dinero público con frecuencia se puede usar para recortes fiscales, pero luego desaparece entre una neblina de advertencias sobre los peligros de los déficits mientras se discute el gasto para casi cualquier otra cosa.

“Si no gastas dinero en la gente que no es culpable de no estar trabajando porque hay una clara virtud de salud pública que beneficia a los trabajadores cuando se quedan en casa para que no se propague el virus, entonces en comparación todo lo demás es un desperdicio total”, opinó Adam S. Posen, un exmiembro del comité que fija las tasas en el Banco de Inglaterra y actual presidente del Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington.

“Creemos que siempre estamos gastando de más, pero a final de cuentas solo lo hacemos en asuntos relacionados con los negocios y los grupos de interés con enormes privilegios. Nunca gastamos lo suficiente en el trabajador promedio”.

La munición de los bancos centrales es de fogueo

A pesar del aura mística que parece rodear a sus proyectos, los bancos centrales no tienen ningún poder mágico para tomar un atajo en esta peligrosa situación. Tradicionalmente, los bancos hacen uso de una herramienta potente: su influencia en las tasas de interés a corto plazo.

Cuando las economías tienen problemas y los trabajadores se ven amenazados con quedar cesantes, los bancos centrales fomentan tasas de interés más bajas, lo cual produce un crédito más barato y alienta a los negocios y a la gente a pedir préstamos, a gastar y a invertir. Esta es una estrategia demostrada cuando está en problemas el llamado “lado de la demanda” de la economía: cuando la gente y los negocios pierden el apetito de consumir por el miedo de algún peligro amenazante, o cuando los salarios caen y aumenta el desempleo y esto reduce la capacidad de gasto.

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El presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, ofrece una conferencia de prensa el 3 de marzo de 2020 en Washington (AFP | Eric BARADAT)
El presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, ofrece una conferencia de prensa el 3 de marzo de 2020 en Washington (AFP | Eric BARADAT)

Sin embargo, cuando el problema ataca el lado del suministro —es decir, cuando los negocios tienen dificultades para producir sus bienes porque no pueden conseguir materias primas, no pueden llevar sus productos al mercado o encuentran algún otro impedimento—, la reducción de las tasas de interés suele ser inútil. Es como entregarles cupones a los compradores y enviarlos a una tienda cerrada.

Como un evento económico, el episodio del coronavirus presenta una combinación inusual: daña al suministro y a la demanda de la economía al mismo tiempo. Está limitando la producción industrial y sembrando el caos en la cadena de suministro mientras reduce el gasto del consumidor, pues un viaje al centro comercial o un vuelo en avión se sienten como actividades imprudentes.

Al mismo tiempo, los bancos centrales están operando con opciones limitadas debido a que aún están posicionados para luchar en contra de la última gran amenaza: la crisis financiera mundial de 2008. Desde Norteamérica hasta Europa y Asia, los bancos centrales bajaron las tasas de interés a cero e incluso menos en un intento por estimular el comercio.

En muchas economías, los casos de Europa y Japón son notorios, las tasas permanecieron en ese rango. Cuando las tasas están así de bajas —es decir, el crédito es barato para los que lo pidan—, reducirlas más no produce mucho efecto.

“La política monetaria es menos efectiva cuando ya está superrelajada”, comentó Marie Owens Thomsen, economista jefa global de Indosuez Wealth Management en Ginebra.

La Reserva Federal no parece haber actuado por un sueño mal encausado de que las tasas bajas de interés son un antídoto para el contagio económico, sino con la esperanza de alterar la psicología a su alrededor. La reducción de las tasas envía el mensaje de que los adultos están preocupados y nos cuidan.

El pánico al coronavirus puede destruirlo todo

“El miedo es totalmente capaz de provocar una recesión por sí solo”, comentó Owens Thomsen.

Sin embargo, la psicología tiene distintos impactos. Hay quienes consideran que la medida tomada por la Reserva Federal —su primera reducción a las tasas desde la crisis financiera— es una señal de que el problema es peor de lo que se temía.

“Esta maniobra tiene el beneficio de parecer una acción, aunque a primera instancia huele a pánico”, mencionó en un comunicado Jeremy Thomson-Cook, economista jefe en Equals, una firma que administra dinero en Londres. La medida “podría ser contraproducente al dar la impresión de que algo muy negativo está a punto de ocurrir, posiblemente una recesión”.

Camareros de un restaurante de Roma esperan a unos clientes que no llegan el jueves 5 de marzo de 2020. Italia cerró todas las escuelas y universidades y prohibió todos los eventos deportivos durante las próximas semanas. Los gobiernos intentan frenar la propagación del coronavirus con medidas cada vez más radicales que transformaron la forma en que las personas trabajan, compran, oran y se divierten. (Foto AP / Andrew Medichini)

Durante años, economistas prominentes han advertido que el mundo se ha vuelto adicto a la política monetaria y sus subsecuentes bajas tasas de interés para responder a casi cualquier problema económico. Según esta visión, los gobiernos deben dar rienda suelta al poder de sus presupuestos. Deben superar su aversión a gastar dinero y aumentar los impuestos a los ricos a fin de garantizar los ingresos dedicados a la construcción de más infraestructura y al apuntalamiento de los programas gubernamentales.

Desde hace tiempo, Italia, el epicentro del brote europeo, ha buscado un alivio de las restricciones presupuestarias relacionadas con el uso del euro. Sin embargo, esto ha chocado con la política de Alemania, la economía más grande e influyente de Europa, donde un profundo aborrecimiento hacia la deuda ha provocado que el gobierno imponga una austeridad presupuestaria en todo el continente.

Puesto que los miembros del G7 terminaron su reunión con una sola y vaga promesa de actuar cuando fuera necesario, y la Reserva Federal presentó la única maniobra política significativa de la principal economía del mundo, algunos arguyeron que el gasto público de nueva cuenta estaba desatendido.

“Las herramientas disponibles que tienen las autoridades son un tanto limitadas”, comentó Richard Portes, un economista de la Escuela de Negocios de Londres. “Pero un estímulo fiscal coordinado del lado del gasto y orientado a los individuos a nivel nacional podría ser algo bueno”.

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This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company