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Si lo tenés que forzar, es que no es de tu talle

La falta de confianza en las autoridades hace que, por ejemplo, si dicen que no habrá devaluación, se huya de los pesos para ir a comprar dólares
La falta de confianza en las autoridades hace que, por ejemplo, si dicen que no habrá devaluación, se huya de los pesos para ir a comprar dólares - Créditos: @MURTAJA LATEEF

Este título puede aplicarse al hecho de probarse un pantalón un talle menor por no aceptar la realidad. O funciona también para la economía, cuando se quiere forzar los hechos, negando eventos que inevitablemente terminan sucediendo igual, solo que más tarde y con un costo más alto.

Postergar decisiones dolorosas en el tiempo no evita asumir ese dolor; por el contrario, seguramente nos llegue en un momento de mayor debilidad. Es así como perdimos juicios millonarios, cuyos intereses punitorios agravan el problema, o tuvimos devaluaciones encubiertas que nos terminan costando el doble a los ciudadanos.

Qué placer recibirlos nuevamente en este espacio, en cual esta semana pretendo analizar por qué siempre que el Gobierno pretende calmar a los mercados con un anuncio de medidas termina provocando más nervios.

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El primer acto reflejo es argumentar con la tan mencionada “falta de confianza”, pero creo que aplica más la certeza plena de que, cuando te dicen que lo hacen por vos, sabemos que lo hacen por ellos, y que nunca van a cumplir sus promesas.

Es común, por ejemplo, que cuando uno llega a su casa y nota que sus hijos dejaron todo desordenado, se ponga de mal humor. Y que, levantando la voz, uno diga: “Es la última vez que encuentro todo tirado. Vayan a ordenar todo urgente y les juro que la próxima vez que encuentre las cosas así se quedarán sin conexión a internet por un mes”. Automáticamente, todos sabemos que no va a ser la última vez y que, seguramente, tampoco les haremos cumplir la anunciada penitencia.

Una de las frases de cabecera del recordado Jorge Guinzburg era: “Uno desconfía de lo que uno mismo se siente capaz de hacer”.

Imagina un complot quien se siente capaz de provocarlos. Imagina que le mienten alguien que se siente capaz de mentir. Imagina traición, quien se siente capaz de traicionar. En fin: “El ladrón cree que todos son de su condición”.

Un anuncio gubernamental hecho en Estados Unidos genera calma. Cuando la Reserva Federal declaró: “Estados Unidos tiene un serio problema de inflación y debemos actuar para solucionarlo”, sus ciudadanos se calmaron, porque se están ocupando del tema. Le creen tanto a la FED, que el mundo confía en el dólar a pesar de todo. Hasta nosotros confiamos en esa divisa como moneda de ahorro.

Imaginen que nuestro Banco Central dice: “Tenemos un problema de inflación y el gobierno argentino lo va a solucionar”. Automáticamente salimos todos corriendo, huimos del peso y, por las dudas, compramos más dólares.

Como agentes económicos debemos reconocer que estamos mal educados por la experiencia. Cualquier suba violenta del precio de un producto, en lugar de forzar una caída en la demanda de éste, provoca más ganas de salir a comprarlo. Agotamos a precios crecientes el papel higiénico, un repelente de insectos y hasta el mismísimo dólar. Cuanto más sube el precio, más ganas de comprar nos dan.

Conocemos tanto el paño que transitamos que, cuando anuncian que no van a devaluar, en lugar de calmarnos, todos sospechamos que pensaron en devaluar. Entonces, salimos a comprar dólares y, como toda profecía autocumplida. ¿Y saben qué? Terminan devaluando.

Conocemos tanto el paño que transitamos que, cuando anuncian un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), todos sospechamos que no lo vamos a cumplir y, en lugar de calmarnos, más dólares compramos, provocando de esa manera la tan temida “fuga de capitales”.

Conocemos tanto el paño que transitamos que, cuando anuncian un control de precios, todos sospechamos que esa política va a ser imposible; entonces, corremos al supermercado y generamos la tan conocida escasez, ya sea por el aumento de la demanda, o porque el productor retira la oferta.

Conocemos tanto el paño que transitamos que, cuando anuncian algo con el argumento de ayudar a los jubilados, todos sabemos que algo les están por sacar. Cuando hablan de ellos es que ya no queda olla por rascar.

Amigos, digan lo que digan, todos sabemos que el dólar oficial ya vale 300 pesos, que la inflación va a tener un piso del 6,5% mensual, que la tasa de interés estará en el 7% mensual y que, con estos guarismos, el círculo vicioso es inevitable. Porque, aunque quieran tapar los hechos, los hechos suceden.

Como les digo siempre, describir lo que todos ustedes ya saben sin proponer nada no deja valor, entonces voy con mi propuesta.

Una de las festividades más interesantes que tiene el pueblo judío es Pesaj, la valoración de la libertad por encima de todos los sacrificios que hay que hacer para obtenerla. Respetando los 5783 años de tradición, creo que esa es la clave para nuestro futuro.

Pienso que liberar los mercados en lugar de intervenirlos generará en principio un fuerte desequilibrio, pero luego sí encontraremos el progreso.

La Argentina, macroeconómicamente hablando, está fundida, pero su microeconomía no lo está. El sector privado está mejor que el Estado. La libertad de mercado y de movimientos entre privados es, entonces, la solución. Cuánto más libres, más competencia, cuánta más competencia, mejor equilibrio a largo plazo. Cuando un negocio funciona, aparecen otros para replicarlo y es ahí donde la competencia genera mejores precios y servicios para el usuario.

El monopolio estatal o las empresas amigas del poder solo exigen protección y no tienen incentivos para bajar los precios. ¿No tenemos ya demasiada evidencia de que así no funciona?

“Los países son bien cultivados, no en la medida en que son fértiles, sino en la medida en que son libres”, escribió el historiador y filósofo francés del siglo XVIII Montesquieu. No es casualidad que las naciones menos libres y más intervencionistas del mundo, como Cuba, Corea del Norte y Venezuela, se encuentren también entre las más pobres.

En cambio, Irlanda, por ejemplo, ocupa un lugar destacado porque los derechos de propiedad y los contratos están allí bien protegidos. El clima empresarial es favorable, porque las normativas no son intrusivas y sus impuestos son aceptables.

“Somos un pequeño, pequeño país. No tenemos escala y nuestra versión de la escala es ser innovadores y ser inteligentes, y la competitividad fiscal ha traído a nuestro país la única prosperidad que hemos conocido”, dijo el cantante Bono a The Guardian.

Para la conclusión, déjenme como siempre utilizar una pequeña historia. Esta vez se refiere a la diferencia entre el vidrio y el espejo, que demuestra que es la libertad individual la que lleva al progreso y no la obediencia debida.

El vidrio de la ventana es transparente, sin nada entre medio. En cambio, el vidrio del espejo tiene dentro una capa de plata, por eso se puede ver solo tu propia imagen. Cuando el vidrio está puro, sin plata de por medio, se puede apreciar a los demás; en cambio, cuando está impregnado de plata, solo se puede apreciar la imagen de uno mismo.

Uso esta historia como argumento de por qué la plata refleja cómo realmente somos. Están quienes la usan para ganar poder o para solo conquistar su propio ego, porque con el dinero compran voluntades dando dádivas a cambio de obediencia debida y sacrificando las libertades individuales. Pero también están los que usan la plata para generar progreso, creando más riqueza y, con ella, un mejor reparto entre sus pares, brindando trabajo y, con él, dignidad y libertad de decisión.

Cuando uno revisa las salidas airosas de los momentos más traumáticos de una civilización, encuentra una bandera en la palabra libertad.