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Belisario Roldán, el poeta que inmortalizó al caballo criollo

El caballo criollo, siempre fiel
El caballo criollo, siempre fiel

“Padre Nuestro que estás en el bronce” dijo en fecha solemne para los argentinos Belisario Roldán al inaugurarse en Boulogne Sur Mer el monumento al general San Martín, el 24 de octubre de 1909. Por esas cosas que Borges llamó “simetrías del azar” o quizás lo buscó el llamado “piquito de oro” por su oratoria, cuando enfermo y sin esperanzas de recuperar su salud puso fin a sus días en Alta Gracia un 17 de agosto, hace un siglo.

Roldán había nacido en Buenos Aires el 16 de setiembre de 1873. Abogado, elocuente orador, diputado y secretario de la intervención federal a Tucumán en 1905; su nombre acaparó la atención desde fines del siglo XIX a comienzos del siglo XX, integró la comitiva oficial que viajó a España para retribuir la visita de la Infanta Isabel con motivo del centenario, oportunidad en la que dejó muy en alto el prestigio del país.

Le da empleo a casi el 30% de un pueblo y puso un pie en Uruguay: “Acá nos critican por producir”

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Su nombre llena las vidas de varias generaciones de argentinos con sus versos como el famoso “Caballito Criollo”, que era uno de los indicados para recitar los alumnos en las fiestas escolares, especialmente en el Día de la Tradición, junto a otros consagrados como Hernández. La composición adquirió merecida fama y popularidad cuando la grabó el reconocido intérprete Ignacio Corsini. La introducción que a modo de recitado hace Corsini, antes de cantar el poema habla del hombre de campo: El gaucho, visión errante / que por lírica y silvestre / paseó su belleza ecuestre / como una sombra distante. / Y que un día al arrebol / un atardecer doliente / galopó rumbo al poniente / y se hundió en el mismo sol”. Para proseguir con el poema: “Caballito criollo del galope corto, / del aliento largo y el instinto fiel! / ¡Caballito criollo que fue como un asta / para la bandera que anduvo sobre él! / ¡Caballito criollo que de puro heroico / se alejó una tarde de bajo su ombú, / y en alas de extraños afanes de gloria / se trepó a los Andes y se fue al Perú! / ¡Se alzará algún día, caballito criollo, / sobre una eminencia un overo en pie; /y estará tallada su figura en bronce, / caballito criollo que pasó y se fue!”.

Por si fuera poco, era tal la fama del poema que con el mismo título llegó al cine una película dirigida Ralph Pappier, secundado por José Martínez Suárez con libro de Hugo Mac. Dougall. Protagonizada por Enrique Muiño, Mario Passano, Alberto Bello, Roberto Fugazot, y estrenada el 26 de noviembre de 1953 narra la historia de un viejo comandante de frontera que defiende los caballos criollos, lucha contra el maltrato que reciben los que llegaron a viejos, y hasta sacrifica afectos como el de su nieto apasionado por el polo. Recuerda la proeza de Gato y Mancha y, como colofón el poema de Belisario Roldán, emociona a los espectadores al finalizar.

De sus muchas obras teatrales “El puñal de los troveros” de 1921 es un poema dramático, en tres actos, escrito en verso. Narra la historia de unos colonos italianos que desean ser propietarios de un pedazo de tierra. Pero su introducción en verso es un alegato a la invasión de otras modas que desvirtúan las viejas tradiciones criollas, algo que está en la misma línea argumental que la película comentada. Y comienza así: “El gaucho no ha muerto/ murió la armonía / De aquel noble traje que lo recubría, / la gran vestidura severa y flotante / que daba a su tipo mordaz el talante”. A pesar de ser un hombre de su tiempo, su melancolía o profundo patriotismo, el mismo que en sus discursos aparece más adelante: “Por más que se orle su vástago actual / de “briches” ingleses y saco a la moda, / de cuellos modernos y “chupa de boda” / Será siempre el gaucho de tiempos lejanos / que erraba cantando por montes y llanos / con sus ojos tristes y su aire cordial”. “El puñal de los troveros” varias veces estuvo en escena y con notable suceso en la temporada de 1941 llamada de “revisión del patrimonio nacional” en el Teatro Nacional Cervantes.

Dijo LA NACION hace un siglo que la paradoja de la muerte de Belisario Roldán consistía en que él, precisamente era “un enamorado de la vida, a la que había cortejado con la con la galantería de un trovador”.